Oración
Anuncio del Editor[1]
No hay tema de más solemne importancia para la felicidad humana que la oración. Es el único medio de comunicación con el cielo. «Es el lenguaje en el que la criatura mantiene correspondencia con su Creador; y en el que el alma de un santo se acerca a Dios, se recrea con gran deleite y, por así decirlo, habita con su Padre celestial»[2]. Dios, cuando se manifestó en la carne, nos dio una declaración solemne y exhaustiva, que abarca todo tipo de oración, privada, social y pública, en todo tiempo y época, desde la creación hasta la consumación final de todas las cosas: «Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Jn 4:24).
El gran enemigo de las almas, asistido por el perverso estado de la mente humana, ha usado todo su ingenio y malicia para impedir el ejercicio de este santo y delicioso deber. Su esfuerzo más fructífero ha sido mantener al alma en ese letargo fatal en el que está sumido por la transgresión de Adán, o muerte a la santidad, y, por consiguiente, a la oración. Bunyan presenta algunas ilustraciones sorprendentes de las artimañas de Satanás para ahogar la oración en su historia de la Guerra Santa. Cuando las tropas de Enmanuel asedian a Alma Humana, su gran esfuerzo fue ganar la «puerta del oído» como entrada principal a Alma Humana y en esa puerta tan importante se colocó, por orden de Diábolo, al «señor Recia Voluntad, que hizo capitán de esa guardia a un viejo señor Mente, un tipo irritado y malvado, y puso bajo su poder a sesenta hombres llamados Sordos para guardarla», y estos estaban ataviados con la más excelente armadura de Diábolo, «un espíritu mudo y sin oración».
Nada sino el poder irresistible de Emanuel habría podido vencer estos obstáculos. Él vence y reina supremo, y Alma Humana se vuelve feliz; la oración sin cesar permite al recién nacido respirar la atmósfera celestial. Al fin, Seguridad Carnal interrumpe y estropea esta felicidad. El Redentor se retira poco a poco. Satanás asalta el alma con ejércitos de dudas y, para impedir la oración, Diábolo «aterriza en Puerta de la Boca con suciedad»[3]. Se hacen varios esfuerzos para enviar peticiones, pero los mensajeros no causan ningún efecto, hasta que, en el extremo de la angustia del alma, se encuentran dos mensajeros aceptables, que no moraban en palacios, sino en «una cabaña muy sencilla»[4]. Sus nombres eran «Deseos Despiertos y Ojos Húmedos», que ilustraban las palabras inspiradas: «Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito… con el quebrantado y humilde de espíritu» (Is 57:15). Esto nos enseña la total futilidad de poner nuestra confianza en las oraciones de los santos en la tierra, o de los espíritus glorificados del cielo. Nuestras propias oraciones son las únicas que sirven. Nuestros propios «Deseos Despiertos» y «Ojos Húmedos», nuestros propios deseos fervientes por Dios, nuestro profundo arrepentimiento y sentido de total impotencia nos conducen al Salvador, a través de Quien solamente podemos encontrar acceso y adopción en la familia de nuestro Padre que está en los cielos.
El alma que tiene comunión con Dios alcanza una capacidad en la oración que ningún aprendizaje humano puede dar. Las expresiones de devoción se vuelven familiares; el Espíritu de adopción las lleva con profunda solemnidad a acercarse al Eterno infinito como a un padre. La oración privada es tan esencialmente espiritual, que no puede reducirse a algo escrito. «Un hombre que verdaderamente eleva una oración, después de eso nunca podrá expresar con su boca o pluma los deseos indecibles, el sentido, el afecto y el anhelo que fueron a Dios en esa oración». La oración conduce a la «religión pura y sin mácula», a «visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones» y a guardarse «sin mancha del mundo» (Stg 1:27). Verdaderamente bienaventurados son los que gozan de un sentido permanente de la presencia de Dios. La vida divina del cristiano puede medirse por su capacidad de «orar sin cesar», de buscar continuamente el rostro de Dios (1Ts 5:17; 1Co 16:11). Los hombres necesitan «orar siempre» y «perseverar en la oración» (Lc 18:1; Col 4:2). Esto no consiste en repetir incansablemente cualquier formato de oración, sino en ese espíritu de devoción que permite al alma decir: «Porque para mí el vivir es Cristo» (Fil 1:21). Cuando David se vio rodeado por las angustias del Seol, exclamó al instante: «Oh, Jehová, libra ahora mi alma» (Sal 116:4). Cuando los discípulos estuvieron en peligro, no recitaron el Padrenuestro ni ningún otro modelo, sino que al instante gritaron: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» (Mt 8:25). Bunyan, hablando de la oración privada, ingeniosamente pregunta: ¿No te oirá Dios «si no te presentas ante Él con un discurso elocuente»? «No se trata, como muchos creen, ni siquiera de unas cuantas expresiones balbuceantes, parlanchinas y lisonjeras, sino de un sentimiento apropiado en el corazón». La sinceridad y la dependencia del oficio mediador de Cristo es todo lo que Dios requiere. «Cercano está Jehová a todos los que le invocan…de veras» (Sal 145:18). En todo lo relacionado con la oración personal de un hombre a su Padre celestial, nuestro piadoso autor no ofendió; pero habiendo gozado de comunión con Dios, estaba, como todos los cristianos, deseoso de comunión con los santos de la tierra, y al elegir la forma de la adoración pública, ofendió profundamente a muchos al rechazar el Libro de oración común.[5]
Obligar o manipular a las personas para que asistan a los servicios religiosos es injustificable, y naturalmente produce hipocresía y persecución. Fue así con el decreto del rey Darío (Dn 6); y así ha sido siempre con cualquier intromisión real o parlamentaria con la libertad cristiana. «¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae» (Ro 14:4). «Cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí» (Ro 14:12). Todas las ceremonias del Día del Juicio apuntan no solo al derecho, sino a la necesidad de la decisión personal sobre todas las cuestiones de fe, adoración y conducta, guiada únicamente por la Palabra inspirada. Alma Humana, en su estado regenerado, es el templo que el Creador ha elegido para Su adoración; y es infinitamente más glorioso que los edificios terrenales, que se desmoronan, mientras que los templos de Dios seguirán siendo gloriosos por toda la eternidad.
Bunyan, hasta los dieciséis años de edad, cuando asistía al culto público, escuchaba el Libro de oración común. Por aquel entonces, una ley del parlamento prohibió su uso bajo severas e injustas penas y ordenó que los servicios se rigieran por las reglas de un manual. En él se ofrece un guion de acciones de gracias, confesiones y peticiones públicas, pero no un formato de oración. En el prefacio, los puritanos dejan constancia de su opinión de que la liturgia de la Iglesia de Inglaterra, a pesar de todos los esfuerzos e intenciones religiosas de sus compiladores, ha resultado ser una ofensa; las ceremonias infructíferas han causado mucho daño; su estimación ha sido elevada por los prelados, como si no hubiera otra forma de culto, convirtiéndola en un ídolo para los ignorantes y supersticiosos, un tema de luchas interminables y del incremento de un ministerio inútil. Bunyan había sopesado estas observaciones, y recordó su antigua ignorancia y superstición, cuando consideraba que todas las cosas santas estaban relacionadas con las formas externas y «hablaba y cantaba muy devotamente, como lo hacían los otros».[6]
Pero cuando se levantó del largo y terrible conflicto con el pecado, y comenzó su vida cristiana, prefirió decididamente emanciparse de las formas externas de oración, y las trató con gran severidad. Consideraba que el requisito más esencial para el ministerio cristiano es el don de la oración. Sobre este tema, hombres eruditos y piadosos han diferido; pero las opiniones de alguien tan eminentemente piadoso y tan bien instruido en las Escrituras merecen un análisis cuidadoso. Hay que tener en cuenta, al evaluar lo severo del lenguaje, que en aquellos días la urbanidad no era tendencia en las controversias religiosas. Bunyan había sido encarcelado de la manera más cruel, con amenazas de ser exiliado e incluso de una muerte ignominiosa, por negarse a conformarse al Libro de oración común. Ya que había llegado a esa firme convicción con limpia conciencia y en oración, hizo caso omiso de todas estas amenazas, y audazmente, poniendo en riesgo su vida, publicó este tratado, mientras aún estaba prisionero en la cárcel de Bedford; y es un discurso claro, conciso y bíblico, que expone sus puntos de vista sobre este tema tan importante.
Cualquier forma preconcebida habría encadenado el espíritu libre de Bunyan. Era un gigante de la oración y despertaba la más profunda reverencia cuando dirigía las devociones públicas de las congregaciones más grandes. La gran pregunta en cuanto a la oración pública es si el ministro debe, confiando en la asistencia divina, ofrecer una oración a Dios en el nombre del Salvador, concebida en ese momento por un sentido de Su presencia; o si es mejor, como es ciertamente más fácil, leer de vez en cuando un modelo de oración, hábilmente redactado, y tomando en consideración la belleza del lenguaje. ¿Cuál de estas dos maneras está más de acuerdo con las instrucciones de las Sagradas Escrituras, que probablemente sea de mayor beneficio espiritual para la congregación? Sin duda, esta pregunta no implica la acusación de cisma o herejía a ninguna de las partes.
«Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente» (Ro 14:5). Tales diferencias no deben llevarnos a despreciarnos unos a otros. Nuestra primera pregunta debe ser si el Salvador tenía la intención de que hubiera un modelo determinado de oración. Y si es así, ¿proveyó Él a Su iglesia de alguna otra que no fuera la más hermosa y completa oración, la que conocemos como la Oración del Señor? ¿Autorizó a alguien a alterarla, añadirle o quitarle? ¿A quién autorizó a hacerlo? Por otra parte, si llegamos a la conclusión de que no sabemos «pedir como conviene», solo «el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad» (Ro 8:26), entonces debemos confiar, como hizo Bunyan, en la ayuda prometida de ese Espíritu lleno de gracia. Bienaventurados, en verdad, aquellos cuya relación con el cielo ejerce una influencia en toda su conducta, les da abundancia de palabras bien ordenadas al orar con sus familias, y con los enfermos o abatidos, y cuyas vidas manifiestan que han estado con Jesús y son enseñados por Él, o que, en lenguaje de las Escrituras, oran «con el espíritu, pero…también con el entendimiento» (1Co 14:15).
—George Offor
Oración
«Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento».
(1 Corintios 14:15)
Introducción
La oración es un mandato de Dios, que debe usarse tanto en público como en privado; sí, un mandato tal que lleva a los que tienen el espíritu de súplica a una gran familiaridad con Dios. Y también es tan frecuente en su ejercicio, que obtiene de Dios grandes cosas, tanto para la persona que ora, como para aquellos por quienes se ora[7]. Es lo que abre el corazón de Dios, y un medio por el cual el alma, aunque vacía, se llena. Mediante la oración, el cristiano puede abrir su corazón a Dios, como a un amigo, y obtener una nueva evidencia de la amistad de Dios hacia él. Hay mucho que se puede decir en cuanto la diferencia entre la oración pública y la privada, así como entre la que se hace con el corazón y la que se expresa verbalmente. También podríamos hablar de la diferencia entre los dones y las gracias de la oración; pero, en esta ocasión, me concentraré en mostrarte el corazón mismo de la oración, sin el cual, nada de lo que hagas, ya sea levantar tu voz, tus ojos o tus manos, servirá para nada. «Oraré con el espíritu».
El método que seguiré en este momento será,
Primero, mostrarte lo que es la verdadera oración;
Segundo, mostrarte lo que es orar con el Espíritu;
Tercero, lo que es orar con el Espíritu y el entendimiento también; y
Cuarto, ver brevemente el uso y la aplicación de lo que se ha dicho.
1. Qué es la oración
En primer lugar, qué es la [verdadera] oración.
La oración es un derramamiento sincero, consciente y afectuoso del corazón o del alma a Dios, por medio de Cristo, en el poder y la asistencia del Espíritu Santo, por las cosas que Dios ha prometido, o conforme a la Palabra, por el bien de la iglesia, con sumisión, en fe, a la voluntad de Dios.
En esta descripción encontramos lo siguiente
- a) Es un sincero;
- b) Consciente;
- c) Afectuoso;
- d) Derramamiento del alma;
- e) A Dios;
- f) A través de Cristo;
- g) Por el poder o la asistencia del Espíritu;
- h) Por aquello que Dios ha prometido, o conforme a Su palabra;
- i) Para el bien de la iglesia;
- j) Con sumisión en fe a la voluntad de Dios.
a. Sincero
Es un sincero derramamiento del alma a Dios. La sinceridad es una gracia tal que está presente en todas las gracias de Dios en nosotros, y a través de todas las acciones de un cristiano, y tiene un efecto en ellas también. De lo contrario esas acciones no son tomadas en cuenta por Dios, y lo mismo en cuanto a la oración, de lo cual habla particularmente David, cuando menciona la oración. «A Él clamé», al Señor, «con mi boca, y fue exaltado con mi lengua. Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no…habría escuchado» mi oración (Sal 66:17-18). Parte del ejercicio de la oración es la sinceridad, sin la cual Dios no la considera oración en el buen sentido (Sal 16:1-4). Entonces «me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón» (Jer 29:13). Como esto no estaba presente, el Señor rechazó sus oraciones en Oseas 7:14, donde dice: «No clamaron a mí con su corazón», es decir, con sinceridad, «cuando gritaban sobre sus camas». Sino que oraban para aparentar, para mostrar hipocresía, para ser vistos por los hombres y aplaudidos por ello. La sinceridad fue lo que Cristo elogió en Natanael cuando estaba bajo la higuera. «He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño» (Jn 1:47). Probablemente este buen hombre estaba derramando su alma a Dios en oración bajo la higuera, con un espíritu sincero y no fingido ante el Señor. La oración que tiene a la sinceridad como uno de sus componentes principales es la oración que Dios mira. Así que, «La oración de los rectos es su gozo» (Pro 15:8).
Y la razón por la que debe ser la sinceridad uno de los elementos esenciales de la oración que es aceptada por Dios es porque la sinceridad lleva al alma con toda sencillez a abrir su corazón a Dios, y a presentar su caso claramente, sin evasivas; a declararse culpable claramente, sin disimulos; a clamar a Dios de todo corazón, sin lisonjas. «Escuchando, he oído a Efraín que se lamentaba: Me azotaste, y fui castigado como novillo indómito» (Jer 31:18). La sinceridad es la misma en un rincón a solas, que ante la faz del mundo. No sabe llevar dos máscaras, una para presentarse ante los hombres, y otra para un breve momento a solas; sino que Dios debe estar presente en el deber de la oración. No es la oratoria, sino el corazón lo que Dios considera, y aquello que la sinceridad toma en cuenta, y de dónde proviene la oración, si es que la oración va acompañada de sinceridad.
b. Consciente
Es un derramamiento sincero y consciente del corazón o del alma. No se trata, como muchos creen, de unas cuantas expresiones balbuceantes, parlanchinas y lisonjeras, sino de un sentimiento consciente que hay en el corazón. La oración lleva en sí una consciencia de una diversidad de cosas; a veces consciencia de pecado, a veces de misericordia recibida, a veces de la disposición de Dios para dar misericordia.
- Una consciencia de la necesidad de misericordia, a causa del peligro del pecado. El alma siente, y desde el sentimiento suspira, gime y quebranta el corazón. Porque la oración correcta se desborda del corazón cuando está oprimido por el dolor y la amargura, como la sangre es forzada a salir de la carne a causa de alguna pesada carga que esta sobre ella (1S 1:10; Sal 69:3). David gime, suspira, llora con corazón acongojado, le falta la luz en sus ojos (Sal 38:8-10). Ezequías gime como una paloma (Is 38:14). Efraín se lamenta (Jer 31:18). Pedro llora amargamente (Mt 26:75). Cristo suplica con «gran clamor y lágrimas» (Heb 5:7). Y todo esto por un sentido de la justicia de Dios, de la culpa del pecado, de las penas del infierno y de la destrucción. «Me rodearon ligaduras de muerte, me encontraron las angustias del Seol; angustia y dolor había yo hallado. Entonces invoqué el nombre de Jehová» (Sal 116:3-4). Y en otro lugar: «Alzaba a él mis manos de noche, sin descanso» (Sal 77:2). Otra vez: «Estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día» (Sal 38:6). En todos estos casos, y en muchos otros que podríamos mencionar, se puede ver que la oración lleva en sí una disposición de un sentimiento consciente, y que es primariamente una conciencia del pecado.
- A veces hay un dulce sentido de la misericordia recibida: misericordia alentadora, consoladora, fortalecedora, vivificante, iluminadora. Así David derrama su alma, para bendecir, alabar y admirar al gran Dios por Su amorosa bondad hacia tan pobres desdichados. «Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios[8]. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila» (Sal 103:1-5). Y así la oración de los santos se convierte a veces en alabanza y acción de gracias, y sin embargo siguen siendo oraciones. Esto es un misterio; el pueblo de Dios ora con sus alabanzas, como está escrito: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias» (Fil 4:6). Una acción de gracias consciente por las misericordias recibidas es una oración poderosa a los ojos de Dios; le persuade sin palabras.
- En la oración hay a veces en el alma un sentido de misericordia futura. Esto enciende de nuevo el alma. «Porque tú, Jehová de los ejércitos», dice David, «revelaste al oído de tu siervo, diciendo: Yo te edificaré casa. Por esto tu siervo ha hallado en su corazón valor para hacer delante de ti esta súplica» (2S 7:27). Esto provocó en Jacob, David y Daniel, entre otros, incluso un sentido de las misericordias futuras, que les hizo, no con una dedicación irregular, ni de una manera necia y trivial, balbucear unas pocas palabras escritas en un papel; sino poderosa, ferviente y continuamente presentar su queja ante el Señor, al estar conscientes de sus necesidades, su miseria y de la disposición de Dios de mostrar misericordia (Gn 32:10-11; Dn 9:3-4).
Un buen sentido del pecado y de la ira de Dios, con algún estímulo de parte de Dios para acudir a Él, es un mejor Libro de oración común que el que se extrae del libro de misas de la Iglesia católica[9] el cual contiene fragmentos de las maquinaciones de algunos papas, algunos frailes, entre otros.
c. Afectuoso
La oración es un derramamiento sincero, consciente y afectuoso del alma a Dios. ¡Oh, cuánto fuego, fuerza, vida, vigor y afecto hay en la oración correcta! «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía» (Sal 42:1). «He anhelado tus mandamientos» (Sal 119:40). «He deseado tu salvación» (v 174). «Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo» (Sal 84:2). «Quebrantada está mi alma de desear tus juicios en todo tiempo» (Sal 119:20). Fíjate en esto: «Anhela mi alma», anhela, anhela. ¡Oh, qué afecto se descubre aquí en la oración! Lo mismo sucede en Daniel: «Oye, Señor; oh, Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti» (Dn 9:19). Cada sílaba lleva en sí una poderosa intensidad. Santiago la llama la oración eficaz. Y así también: «Y estando en agonía, oraba más intensamente» (Lc 22:44), o sus afectos se dirigían más y más hacia Dios en busca de Su ayuda. ¡Oh, cuán lejos están la mayoría de los hombres de esta oración, la oración que se hace para Dios! ¡Ay! La mayor parte de los hombres no tienen conciencia alguna de este deber; y en cuanto a los que la tienen, me temo que muchos de ellos no han experimentado lo que es un sincero, consciente y afectuoso derramamiento de sus corazones o almas a Dios, sino que incluso se conforman con unas cuantas palabras repetidas y disciplinas corporales, murmurando algunas oraciones inventadas. Cuando los afectos están realmente involucrados en la oración, entonces, todo el hombre está involucrado, y eso de tal manera, que el alma invertirá lo que sea necesario, por así decirlo, antes que quedarse sin ese bien deseado, incluso la comunión y el consuelo con Cristo. De ahí que los santos hayan gastado sus fuerzas y perdido sus vidas antes que quedarse sin la bendición (Sal 69:3; 38:9-10; Gn 32:24, 26).
Todo esto es demasiado evidente por la ignorancia, la mundanalidad y el espíritu de envidia que reinan en los corazones de esos hombres que están tan entusiasmados con las apariencias, pero no con el poder de la oración. Entre ellos, apenas uno de cuarenta sabe lo que es nacer de nuevo, tener comunión con el Padre por medio del Hijo, sentir el poder de la gracia santificando sus corazones. Pero, a pesar de todas sus oraciones, siguen viviendo en maldición, con vidas borrachas, licenciosas y abominables, llenas de malicia, envidia, engaño y persecución de los amados hijos de Dios. Oh, qué terrible revés se les viene encima, contra el cual sus reuniones hipócritas, con todas sus oraciones, no podrán ayudarles ni protegerles.
d. Derramamiento del corazón
De nuevo, es un derramamiento del corazón o del alma. Hay en la oración un desahogo del ser, es abrir el corazón a Dios, derramar los afectos del alma en peticiones, suspiros y gemidos. «Delante de ti están todos mis deseos», dice David, «y mi suspiro no te es oculto» (Sal 38:9). Y otra vez: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?… Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí» (Sal 42:2, 4). Observa: «Derramo mi alma». Es una expresión que significa que en la oración la vida misma va a Dios. Como dice en otro lugar: «Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón» (Sal 62:8). Este es el tipo de oración al cual se hace la promesa de la liberación del cautiverio y la esclavitud. «Si desde allí buscares a Jehová tu Dios, lo hallarás, si lo buscares de todo tu corazón y de toda tu alma» (Dt 4:29).
e. A Dios
De nuevo, es un derramamiento del corazón o del alma a Dios. Esto muestra también la excelencia del espíritu de oración. Es apartarse para estar con el gran Dios. «¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?». Y argumenta que el alma que así ora ciertamente percibe una futilidad en todas las cosas bajo el cielo; que solo en Dios hay descanso y satisfacción para el alma. «Mas la que en verdad es viuda y ha quedado sola, espera en Dios» (1Ti 5:5). Así dice David: «En ti, oh, Jehová, me he refugiado; no sea yo avergonzado jamás. Socórreme y líbrame en tu justicia; inclina tu oído y sálvame. Sé para mí una roca de refugio, adonde recurra yo continuamente. Tú has dado mandamiento para salvarme, porque tú eres mi roca y mi fortaleza. Dios mío, líbrame de la mano…del perverso y violento. Porque tú, oh, Señor Jehová, eres mi esperanza, seguridad mía desde mi juventud» (Sal 71:1-5). Muchos hablan de Dios solo con sus labios y con el corazón; pero la oración correcta hace de Dios su esperanza, su residencia y su todo. La oración correcta no ve nada significativo, y que valga la pena buscar aparte de Dios. Y eso, como dije antes, lo hace de una manera sincera, consciente y afectuosa.
f. Por medio de Cristo
De nuevo, es un derramamiento sincero, consciente y afectuoso del corazón o del alma a Dios, por medio de Cristo. Este «por medio de Cristo» debe añadirse necesariamente, pues de lo contrario cabe preguntarse si es oración, a pesar de que en apariencia sea muy sublime o elocuente.
Cristo es el camino a través del cual el alma tiene acceso a Dios, y sin el cual es imposible que un solo deseo llegue a los oídos del Señor de Sabaoth[10] (Jn 14:6). «Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré» (Jn 14:13-14). Así oraba Daniel por el pueblo de Dios; lo hacía en nombre de Cristo. «Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor» (Dn 9:17). Y así David: «Por amor de tu nombre», es decir, por amor de tu Cristo, «perdonarás también mi pecado, que es grande» (Sal 25:11). Pero, ahora bien, no todos los que mencionan el nombre de Cristo en la oración oran eficazmente y en verdad a Dios, en el nombre de Cristo o por medio de Él. Este acercamiento a Dios por medio de Cristo es la parte más difícil de la oración. Un hombre puede ser fácilmente consciente de sus obras y desear misericordia sinceramente, y sin embargo no ser capaz de venir a Dios por medio de Cristo. El hombre que se acerca a Dios por medio de Cristo primero debe tener el conocimiento de Él: «Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay» (Heb 11:6). Y así el que viene a Dios por medio de Cristo debe ser capacitado para conocer a Cristo. «Y dijo Moisés a Jehová… te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca» (Ex 33:12-13).
Este Cristo solo el Padre puede revelarlo (Mt 11:27). Y venir por medio de Cristo hace que el alma sea habilitada por Dios para cobijarse bajo la sombra del Señor Jesús, como un hombre se cubre bajo alguna cosa para protegerse (Mt 16:16)[11]. Por eso David llama tantas veces a Cristo su escudo, su torre, su fortaleza y su roca (Sal 18:2; 27:1; 28:1). No solo porque por Él venció a sus enemigos, sino porque por Él halló gracia ante Dios Padre. Por eso dice a Abraham: «No temas… Yo soy tu escudo» (Gn 15:1). El hombre, pues, que se acerca a Dios por medio de Cristo, debe tener fe, por la cual se reviste de Cristo, y en Él comparece ante Dios. Ahora bien, el que tiene fe nace de Dios, nace de nuevo, y se convierte así en uno de los hijos de Dios, en virtud de lo cual se une a Cristo y es hecho miembro de Él (Jn 3:5, 7; 1:12). Y, por lo tanto, en segundo lugar, como miembro de Cristo, se acerca a Dios; cuando digo «como miembro de Él», me refiero a que Dios considera a ese hombre como parte de Cristo, parte de Su cuerpo, carne y huesos, unido a Él por elección, conversión e iluminación, cuando Dios trae el Espíritu al corazón de ese pobre hombre (Ef 5:30). De modo que ahora se acerca a Dios en los méritos de Cristo, en Su sangre, justicia, victoria, intercesión, y así se presenta ante Él, al ser aceptado en Su Amado (Ef 1:6). Y puesto que esta pobre criatura es así un miembro del Señor Jesús, y en vista de esto tiene acceso a venir a Dios, por lo tanto, en virtud de esta unión, también el Espíritu Santo es derramado en él, por lo cual es capaz de derramarse a sí mismo, es decir, su alma, ante Dios, con la certeza de que Él escucha. Y esto me lleva al siguiente punto.
g. Por la asistencia del Espíritu
La oración es un derramamiento sincero, consciente, afectuoso, del corazón o del alma a Dios por medio de Cristo, en el poder o la asistencia del Espíritu. Puesto que estas cosas dependen una de la otra, es imposible que sea oración sin que ambas estén presentes al mismo tiempo; por más famosa que sea, sin estas cosas no es más que una oración que Dios rechaza. Porque sin un sincero, consciente y afectuoso derramamiento del corazón a Dios, no es más que palabrería; y si no es por medio de Cristo, está muy lejos de sonar bien a los oídos de Dios. Así también, si no es en el poder y con la asistencia del Espíritu, no es más que como los hijos de Aarón, que ofrecían un fuego extraño (Lv 10:1-2). Pero hablaré más de esto en el segundo encabezado. Por lo tanto, lo que no se pide mediante la enseñanza y asistencia del Espíritu, no es posible que sea «conforme a la voluntad de Dios» (Ro 8: 27).
h. Por las cosas que Dios ha prometido
La oración es un derramamiento sincero, consciente y afectuoso del corazón, o del alma, a Dios, por medio de Cristo, en el poder y la asistencia del Espíritu, por las cosas que Dios ha prometido (Mt 6:6-8). Es oración cuando está dentro del ámbito de la Palabra de Dios; y es blasfemia, o en el mejor de los casos vana palabrería, cuando la petición está fuera de lo que Dios ha prometido en Su Palabra. Por eso David, en su oración, seguía teniendo la mirada puesta en la Palabra de Dios. Dice: «Abatida hasta el polvo está mi alma; vivifícame según tu palabra». Y otra vez: «Se deshace mi alma de ansiedad; susténtame según tu palabra» (Sal 119:25, 28; véanse también los versículos 41, 42, 58, 65, 74, 81, 82, 107, 147, 154, 169, 170). Y: «Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar» (v 49).
Y ciertamente el Espíritu Santo no despierta y aviva el corazón del cristiano de forma inmediata aparte del instrumento de la Palabra, sino por, con y a través de ella, trayéndola al corazón e iluminándonos para entenderla, por lo cual el hombre es movido a ir al Señor y presentarle su condición, y también a argumentar y suplicar, según la Palabra. Este fue el caso de Daniel, aquel poderoso profeta del Señor. Él, entendiendo por la revelación que el cautiverio de los hijos de Israel estaba a punto de terminar, entonces, de acuerdo con esa Palabra, eleva su oración a Dios. «Yo, Daniel», dice, «miré atentamente en los libros», es decir, los escritos de Jeremías, «el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años. Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza» (Dn 9:2-3). Por tanto, como el Espíritu es el ayudador y el gobernador del alma cuando esta orando según la voluntad de Dios, de esta manera guía por y según la Palabra de Dios y Su promesa. De ahí, que nuestro Señor Jesucristo mismo hizo un alto, aunque Su vida estaba en juego por ello. «¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?» (Mt 26:53-54). Como si dijera: «Si la Escritura no dijera otra cosa, pronto sería librado de las manos de mis enemigos, y me ayudarían los ángeles; pero la Escritura no avala el orar así, pues dice algo diferente». Se trata, pues, de una oración conforme a la Palabra y a la promesa. El Espíritu, por medio de la Palabra debe dirigir, tanto en la manera, como en el tema de la oración. «Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento» (1Co 14:15). Pero no hay entendimiento sin la Palabra. Porque si rechazan la Palabra del Señor, «¿qué sabiduría tienen?» (Jer 8:9).
i. Por el bien de la iglesia
Por el bien de la iglesia. Esta cláusula incluye todo lo que tiende al honor de Dios, al avance del reino de Cristo o al beneficio de Su pueblo. Porque Dios, Cristo y Su pueblo están tan ligados entre sí, que, si se pide por el bien de uno, es decir, de la iglesia, es necesario que se incluya la gloria de Dios y el avance del reino de Cristo. Porque tal como Cristo está en el Padre, así también los santos están en Cristo; y el que toca a los santos, toca a la niña de los ojos[12] de Dios; y, por tanto, oren por la paz de Jerusalén, y oren por todo lo que se requiere de ustedes. Porque Jerusalén nunca estará en perfecta paz hasta que esté en el cielo; y no hay nada que Cristo desee más que tenerla allá. Ese es también el lugar que Dios le ha preparado por medio de Cristo. Así pues, el que ora por la paz y el bien de Sion, o la iglesia, pide en oración lo que Cristo ha comprado con Su sangre, y también lo que el Padre le ha dado como pago de ello. Ahora bien, el que ora por esto debe orar pidiendo abundancia de gracia para la iglesia, ayuda contra todas sus tentaciones; que Dios no permita que nada sea demasiado difícil para ella; y que todas las cosas obren juntamente para su bien; que Dios los guarde «irreprensibles y sencillos, hijos de Dios», para Su gloria, «en medio de una generación maligna y perversa» (Fil 2:15). Y esta es la esencia de la propia oración de Cristo en Juan 17. Y vemos este mismo sentir en todas las oraciones de Pablo, como lo demuestra claramente una de sus plegarias. «Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aún más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios» (Fil 1:9-11). Esta era una oración breve, pero llena de buenos deseos para la iglesia, desde el principio hasta el fin, para que se mantuviera firme y siguiera adelante, y en la más excelente condición espiritual, incluso irreprensible, sincera y sin ofensa, hasta el día de Cristo, sin importar cuales fueran sus tentaciones o persecuciones (Ef 1:16-21; 3:14-19; Col 1:9-13).
j. Se somete a la voluntad de Dios
Y porque, como he dicho, la oración se somete a la voluntad de Dios, y dice: «Hágase tu voluntad», como Cristo nos ha enseñado (Mt 6:10), por lo tanto, el pueblo del Señor, en humildad, debe ponerse a sí mismo y sus oraciones, y todo lo que tiene a los pies de su Señor, para que Dios, en Su sabiduría celestial, disponga de él como considere mejor. Sin embargo, no dudamos de que Dios responderá al deseo de Su pueblo de la manera que sea más beneficiosa para ellos y para Su gloria. Por lo tanto, cuando los santos oran con sumisión a la voluntad de Dios, esto no significa que deban dudar o cuestionar el amor y la bondad de Dios hacia ellos. Pero, dado que no siempre son tan sabios, sino que a veces Satanás puede tomar ventaja, al tentarlos para que oren por aquello que, si lo obtuvieran, no resultaría ni para la gloria de Dios ni para el bien de Su pueblo. Sin embargo, «esta es la confianza que tenemos en él, que, si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho», esto es cuando oramos por medio del Espíritu de gracia y súplica (1Jn 5:14-15). Porque, como dije antes, aquella petición que no se hace en y por el Espíritu, no será atendida, porque está fuera de la voluntad de Dios. Porque solo el Espíritu conoce la voluntad de Dios, y por consiguiente sabe cómo orar de acuerdo con esta. «Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1Co 2:11). Pero de esto hablaremos más adelante. Así que, hemos visto en primer lugar lo que es la oración. Ahora prosigamos.
2. Qué es orar con el Espíritu
«Oraré con el Espíritu». Ahora bien, orar con el Espíritu —porque esa es la única forma correcta de orar para ser aceptado por Dios— es cuando un hombre se acerca a Dios sincera, consciente y afectuosamente, y por medio de Cristo. Ese acercamiento sincero, consciente y afectuoso debe ser por obra del Espíritu de Dios.
No hay hombre ni iglesia en el mundo que pueda acercarse a Dios en oración, sino por la asistencia del Espíritu Santo. «Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre» (Ef 2:18). Por eso dice Pablo: «Pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos» (Ro 8:26-27). Y ya que hay en esta porción de la Escritura una revelación tan completa del Espíritu de oración, y de la incapacidad del hombre para orar sin Él, comentaré sobre esto brevemente.
«Pues qué hemos». Considera primero que el verbo está en primera persona del plural. Por tanto, se refiere a un «nosotros», que incluye a Pablo, y, en su persona, a todos los apóstoles. Nosotros los apóstoles, nosotros los extraordinarios oficiales, los sabios maestros constructores, que algunos de nosotros hemos sido arrebatados al paraíso (Ro 15:16; 1Co 3:10; 2Co 12:4). «Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos». Seguramente no hay nadie que contradiga el hecho de que Pablo y sus compañeros eran tan capaces de haber hecho cualquier obra para Dios como cualquier papa u orgulloso ministro de la iglesia de Roma, y que también podrían haber hecho un Libro de oración común como los que originalmente lo compusieron, ya que no estaban, en lo más mínimo, por detrás de ellos ni en gracia ni en dones.
«Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos». No conocemos el asunto de las cosas por las que debemos orar, ni el objeto a Quien oramos, ni el medio por o a través de Quien oramos. Ninguna de estas cosas sabemos, sino por la ayuda y asistencia del Espíritu. ¿Debemos orar por la comunión con Dios a través de Cristo? ¿Debemos orar por la fe, por la justificación[13] por la gracia y por un corazón verdaderamente santificado? No conocemos ninguna de estas cosas. «Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1Co 2:11). Pero aquí los apóstoles hablan de cosas internas y espirituales, que el mundo no conoce (Is 29:11).
Además, así como no conocen la sustancia de la oración sin la ayuda del Espíritu, del mismo modo, tampoco conocen la manera de orar; y por eso añade: «Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos»; pero el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, con gemidos indecibles. Fíjate que no podían cumplir este deber de forma tan correcta y completa como algunos creen poder hacerlo en nuestros días.
Los apóstoles, cuando estaban en su mejor momento, sí, cuando el Espíritu Santo los asistía, aun entonces se contentaban con venir con suspiros y gemidos, quedándose cortos para expresar lo que había en su mente, pero con suspiros y gemidos que no pueden ser expresados.
Pero los hombres sabios de nuestros días son tan hábiles que tienen al alcance de la mano tanto la forma como la sustancia de sus oraciones, planificando tal oración para una fecha específica, y eso veinte años antes de que llegue. Una para Navidad, otra para Pascua, y para seis días después. También han delimitado cuántas sílabas deben decirse en cada una de ellas en sus ejercicios públicos. También tienen listas de oraciones diarias para que las generaciones aún no nacidas lo reciten. También pueden decirte cuándo debes arrodillarte, cuándo debes ponerte de pie, cuándo debes permanecer en tu asiento, cuándo debes subir al presbiterio y qué debes hacer cuando llegues allí. Todo lo cual los apóstoles no lograron, por no ser capaces de redactar de esa manera; y esto por la razón que nos provee esta porción de la Escritura: porque el temor de Dios los ataba a orar como conviene.
«Pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos». Fíjate en esto: «como conviene». Porque el no pensar en esta frase, o por lo menos el no entenderla en el espíritu y la verdad que hay en ella, ha ocasionado que estos hombres conciban, como lo hizo Jeroboam, otra manera de adorar distinta a la que está revelada en la Palabra de Dios, tanto en el tema como en la forma (1R 12:26-33). Pero, dice Pablo, debemos orar como conviene; y es algo que no podemos hacerlo con todo el arte, habilidad y astucia de hombres o ángeles. «Pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu». Es más, debe ser «el Espíritu mismo» el que ayude nuestras debilidades, no el Espíritu y las concupiscencias del hombre. Lo que el hombre puede imaginar y concebir es una cosa, y lo que se le ordena y debe hacer es otra. Muchos piden y no tienen porque piden mal, y así nunca se acercan al disfrute de las cosas que piden (Stg 4:3). No es la oración aleatoria lo que postergará o motivará la respuesta de Dios. Cuando estás orando, Dios escudriña el corazón para ver la motivación y el espíritu de donde surge (1Jn 5:14). «El que escudriña los corazones sabe», es decir, solo acepta, «el sentir del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos» (Ro 8:27). Porque solo en lo que es conforme a Su voluntad nos oye, y en ninguna otra cosa. Y solo el Espíritu puede enseñarnos a pedir así; solo Él puede escudriñar todas las cosas, «aun lo profundo de Dios» (1Co 2:10). Sin este Espíritu, aunque tuviéramos mil libros de oraciones comunes, no sabríamos por cuáles cosas orar como conviene, pues nos acompañan esas debilidades que nos hacen absolutamente incapaces de tal obra. Estas debilidades, aunque es difícil mencionarlas todas, son las siguientes.
Primero. Sin el Espíritu, el hombre está tan enfermo que no puede, con todos los demás medios, ser capaz de tener un solo pensamiento correcto y salvador acerca de Dios, de Cristo o de Sus cosas benditas; y por eso dice del impío: «No hay Dios en ninguno de sus pensamientos» (Sal 10:4); y si lo hubiera es uno conforme a su imaginación, semejante a ellos (Sal 50:21). Porque «todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal» (Gn 6:5; 8:21). Por tanto, si no son capaces de tener una concepción correcta del Dios a Quien oran, del Cristo por medio de Quien oran, ni de las cosas por las que oran, ¿cómo podrán dirigirse a Dios, a menos que el Espíritu ayude en esta debilidad? Quizás respondas: «Con la ayuda del Libro de oración común». Pero este no puede hacerlo, a menos que fuera capaz de abrir los ojos y revelar al alma todas estas cosas antes mencionadas. Pero es evidente que no puede, porque eso es obra solo del Espíritu. El Espíritu mismo es Quien revela estas cosas a las pobres almas, y el que nos capacita para entenderlas; por eso Cristo dijo a Sus discípulos, cuando les prometió enviar el Espíritu, el Consolador: «Tomará de lo mío y os lo hará saber»; como si hubiera dicho: Sé que por naturaleza son ignorantes y están en tinieblas en cuanto al entendimiento de cualquiera de mis cosas. Por más que lo intenten, su ignorancia permanecerá. Hay un velo sobre sus corazones, y no hay nadie que pueda quitarlo, ni proveerles de entendimiento espiritual, sino el Espíritu. El Libro de oración común no lo hará, ningún hombre puede pretender hacerlo, ya que no es algo ordenado por Dios, sino algo creado luego de que las Escrituras fueron completadas. El Libro de oración común está redactado con remiendos tomados de aquí y de allá en diferentes tiempos. Es una mera invención e institución humana, la cual no solo Dios no reconoce, sino que expresamente la prohíbe, junto con cualquier otra como esta, en múltiples porciones de Su santísima y bendita Palabra (Mr 7:7-8, y Col 2:16-23; Dt 12:30-32; Pr 30:6; Dt 4:2; Ap 22:18). Porque la oración correcta debe proceder, tanto en su ejercicio externo como en la intención interna, de lo que el alma percibe por medio de la iluminación del Espíritu. De lo contrario, es considerada como vana y abominable, porque los labios y el corazón no van juntos. Ni tampoco pueden, a menos que el Espíritu ayude nuestras debilidades (Mr 7; Pr 28:9; Is 29:13). Y esto lo sabía muy bien David, lo que le hizo clamar: «Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza» (Sal 51:15). Supongo que nadie pone en duda que David pudiera hablar y expresarse tan bien como otros, es más, como cualquiera de nuestra generación, como lo manifiestan claramente sus palabras y sus obras. Sin embargo, cuando este buen hombre, este profeta, se presenta delante de Dios en adoración, entonces el Señor debe ayudarle, o no puede hacer nada. «Señor, abre mis labios, y» entonces «publicará mi boca tu alabanza». No podría decir una palabra correcta a menos que el Espíritu mismo le diera la palabra. «Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo… nos ayuda en nuestra debilidad» (Ro 8:26). Pero,
Segundo. Debe ser una oración con el Espíritu, es decir, la oración eficaz, porque sin ella, así como los hombres son insensatos, también son hipócritas, fríos e indecorosos en sus oraciones; y así ellos, con sus oraciones, son abominables a Dios (Mt 23:14; Mr 12:40; Lc 18:11-12; Is 58:2-3). Lo que Dios toma en cuenta no es la excelencia de la voz, ni el aparente afecto y sinceridad del que ora. Porque el hombre, como hombre, está tan lleno de toda clase de maldad, que no puede mantener limpia y aceptable una palabra o un pensamiento, y mucho menos una oración a Dios por medio de Cristo. Y por esta causa los fariseos, con sus oraciones, fueron rechazados. No hay duda de que eran completamente capaces de expresarse con palabras; y también por la duración de sus oraciones eran muy notables; pero no tenían el Espíritu de Jesucristo para ayudarles y, por lo tanto, solo pudieron hacerlo con sus debilidades o flaquezas, y así se quedaron cortos de un sincero, consciente, afectuoso derramamiento de sus almas a Dios, a través del poder del Espíritu. Esa es la oración que va al cielo, la que se envía allí con el poder del Espíritu. Porque
Tercero. Nada sino el Espíritu puede mostrar claramente a un hombre su miseria inherente, y ponerlo así en actitud de oración. Hablar no es más que hablar, y también no es más que una honra de labios, si no hubiere un sentido de miseria, tampoco hay eficacia. ¡Oh, la maldita hipocresía que hay en la mayoría de los corazones, y que acompaña a muchos que oran, los cuales serían vistos así en este día, y todo por la falta de un sentido de su miseria! Pero ahora el Espíritu… mostrará dulcemente al alma su miseria, dónde se encuentra, y lo que va a ser de ella, así como lo insoportable de esa condición. Porque es el Espíritu Quien convence eficazmente del pecado y la miseria sin el Señor Jesús, y así pone al alma en una disposición dulce, consciente y afectuosa de orar a Dios según Su Palabra (Jn 16:7-9).
Cuarto. Aunque los hombres vieran sus pecados, sin la ayuda del Espíritu no orarían. Porque huirían de Dios con Caín y Judas, y perderían toda esperanza de misericordia, si no fuera por el Espíritu. Cuando un hombre es realmente consciente de su pecado y de la maldición de Dios, entonces es difícil persuadirlo a orar: Porque su corazón le dice que no hay esperanza; es en vano buscar a Dios (ver Jer 2:25; 18:12). Soy una criatura tan vil, tan desdichada y maldita, que jamás seré tenido en cuenta. Ahora viene el Espíritu y sostiene el alma, la ayuda a mantener su rostro hacia Dios, dejando entrar en el corazón algún pequeño sentido de misericordia para animarla a ir a Dios, y por eso se le llama «el Consolador» (Jn 14:26).
Quinto. Debe ser en o con el Espíritu, porque sin Él, ningún hombre puede saber cómo debe acercarse a Dios de la manera correcta. Los hombres pueden decir fácilmente que vienen a Dios en Su Hijo; pero una de las cosas más difíciles es venir a Dios de forma correcta y a Su manera sin el Espíritu. Es «el Espíritu» el que «todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» (1Co 2:10). Es el Espíritu Quien debe mostrarnos el camino para llegar a Dios, y también lo que hay en Dios que lo hace deseable. «Te ruego», dice Moisés, «que me muestres ahora tu camino, para que te conozca» (Ex 33:13). Y «tomará de lo mío, y os lo hará saber» (Jn 16:15).
Sexto. Porque sin el Espíritu, aunque un hombre viera su miseria y también el camino para llegar a Dios, nunca podría reclamar una porción en Dios, en Cristo o en la misericordia, con la aprobación de Dios. Oh, qué inmensa es, para una pobre alma consciente del pecado y de la ira de Dios, la tarea de decir con fe solo esta palabra: ¡Padre! Les digo que, a pesar de lo que piensen los hipócritas, el verdadero cristiano encuentra en esto una gran dificultad, no puede decir que Dios es su Padre. ¡Oh, dice, no me atrevo a llamarle Padre! Y por eso es por lo que el Espíritu debe ser enviado a los corazones del pueblo de Dios para esto mismo: para clamar Padre. [Esta es] una obra demasiado grande como para que alguien la realice conscientemente y creyendo, sin la ayuda del Espíritu (Ga 4:6). Cuando digo conscientemente, quiero decir, sabiendo lo que es ser un hijo de Dios, y nacer de nuevo. Y cuando digo creyendo, quiero decir que el alma cree, y eso por experiencia, que la obra de la gracia está siendo forjada en él. Esta es la forma correcta de clamar a Dios Padre; y no como hacen muchos, decir de memoria y en un murmullo el Padrenuestro (como la han denominado), tal como está en las palabras del Libro de oración común. No, la vida de la oración es cuando en o con el Espíritu, un hombre que ha sido hecho consciente del pecado y de cómo acercarse al Señor a clamar por misericordia viene, en el poder del Espíritu, y grita: «¡Padre!». Esa sola palabra dicha con fe es mejor que mil oraciones, como las llaman los hombres, escritas y leídas de manera formal, fría y aburrida. ¡Oh, cuán lejos están esas personas de ser sensibles a esto, que consideran suficiente enseñarse a sí mismos y a sus hijos a recitar el Padrenuestro, el credo, con otras palabras, cuando Dios sabe que no son conscientes de sí mismos, de su miseria, o de lo que es ser llevado a Dios por medio de Cristo! ¡Ah, pobre alma! Reflexiona en tu miseria, y clama a Dios para que te muestre tu ceguera e ignorancia, antes de ser tan recurrente en llamar a Dios tu Padre, o enseñar a tus hijos a decirlo así. Y debes saber que hablar de Dios como tu Padre, en forma de oración o en conversación con otros, sin ninguna evidencia de la obra de la gracia en tu alma, es decir que eres judío sin serlo, y así mentir (Ap 3:9). Dices: «Padre nuestro»; Dios dice: «¡Blasfemas!». Dices que eres judío, es decir, un verdadero cristiano; Dios te dice: «¡Mientes!».
«He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten» (Ap 3:9). «Yo conozco…la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás» (Ap 2:9). Y mucho mayor es el pecado, mientras más el pecador se jacta de él con una pretendida santidad, como los judíos hicieron con Cristo en el capítulo 8 del evangelio de Juan. Esto llevó a Cristo a declararles claramente su ruina, por todas sus pretensiones hipócritas (Jn 8:41-45). Y, sin embargo, en verdad cada uno de estos malditos lascivos, ladrones, borrachos, blasfemos y perjuros, que no solo lo han sido en el pasado, sino que lo siguen siendo, son considerados por algunos como los únicos hombres honestos, y todo porque con sus gargantas blasfemas y corazones hipócritas vienen a la iglesia y dicen: «Padre nuestro». De hecho, más aún, estos hombres, aunque cada vez que dicen a Dios: «Padre nuestro», blasfeman de la manera más abominable; sin embargo, son forzados a hacerlo de esta manera. Y puesto que otros, que son de principios más serios, dudan de la veracidad de tales tradiciones vanas, por lo tanto deben ser considerados como los únicos enemigos de Dios y de la nación, cuando es su propia superstición maldita la que pone al gran Dios contra ellos, y hace que Él los considere como sus enemigos (Is 53:10). Y sin embargo, al igual que Bonner[14], ese sangriento perseguidor, recomiendan a estos miserables, como buenos clérigos y súbditos honestos, sin importar qué tan viles sean, con tal de que se adhieran a sus tradiciones, mientras que el pueblo de Dios es, como siempre ha sido, considerado como un pueblo turbulento, sedicioso y divisivo (Esd 4:12-16).
Permíteme, pues, que razone un poco contigo, pobre, ciego e ignorante necio.
(1.) Puede ser que tu gran oración sea decir: «Padre nuestro que estás en los cielos…». ¿Conoces el significado de las primeras palabras de esta oración? ¿Puedes, en verdad, con el resto de los santos, exclamar: «Padre nuestro»? ¿Has nacido de nuevo? ¿Has recibido el Espíritu de adopción? ¿Te ves a ti mismo en Cristo y puedes acercarte a Dios como miembro de Él? ¿O ignoras estas cosas y, sin embargo, te atreves a decir: «Padre nuestro»? ¿No es el diablo tu padre? (Jn 8:44). ¿Y no haces las obras de la carne? ¿Y aun así te atreves a decir a Dios: «Padre nuestro»? ¿No eres acaso un insensato perseguidor de los hijos de Dios? ¿No los has maldecido en tu corazón muchas veces? ¿Y aun así permites que de tu garganta blasfema salgan estas palabras: «Padre nuestro»? Él es su Padre, a Quien tú odias y persigues. Pero así como el diablo se presentó entre los hijos de Dios (Job 1), cuando ellos debían presentarse ante el Padre, nuestro Padre, así es ahora. Porque a los santos se les ordenó decir: «Padre nuestro», por lo tanto, todo el populacho ciego e ignorante del mundo, también debe usar las mismas palabras: «Padre nuestro».
(2.) ¿Y dices de corazón: «Santificado sea tu nombre»? ¿Estudias, por todos los medios honestos y lícitos, promover el nombre, la santidad y la majestad de Dios? ¿Concuerdan tu corazón y tu conversación con este pasaje? ¿Te esfuerzas por imitar a Cristo en todas las obras de justicia que Dios te ordena y te impulsa a realizar? ¿Eres de los que pueden clamar verdaderamente con el permiso de Dios: «Padre nuestro»? ¿O no está en ninguno de tus pensamientos a lo largo día? ¿Y no evidencias claramente que eres un maldito hipócrita, al condenar con tu práctica diaria lo que pretendes en tus oraciones con tu lengua engañosa?
(3.) ¿En verdad quieres que venga el reino de Dios y que se haga Su voluntad en la tierra como en el cielo? A pesar de que, según el modelo de oración, dices: «Venga a nosotros tu reino», ¿no te volverías loco al escuchar el sonido de la trompeta, al ver resucitar a los muertos, y tener tú mismo que comparecer ante Dios en ese instante, para rendir cuentas de todas las obras que has hecho en el cuerpo? ¿No te desagrada la sola idea? Y si la voluntad de Dios se cumpliera en la tierra como en el cielo, ¿no sería tu ruina? En el cielo no hay un solo rebelde contra Dios, y si Él actuara así en la tierra, ¿no te llevaría al infierno?
Y así el resto de las peticiones. Cuán tristes se verían esos hombres, y con qué terror andarían por el mundo, si supieran la mentira y la blasfemia que sale de sus bocas, aun en su más pretendida santidad. ¡Que el Señor te despierte y te enseñe, pobre alma, con toda humildad, a cuidarte de no ser temerario y descuidado con el corazón, y mucho más con la boca! Cuando te presentes ante Dios, como dice el sabio: «No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra» (Ec 5:2), especialmente llamar a Dios Padre cuando te presentes delante de Él, sin haber recibido la bendita experiencia de la adopción.
Séptimo. Debe ser una oración con el Espíritu para que sea aceptada, porque no hay nada sino el Espíritu que pueda elevar el alma o el corazón a Dios en oración. «Del hombre son las disposiciones del corazón; mas de Jehová es la respuesta de la lengua» (Pro 16:1). Es decir, en toda obra para Dios, y especialmente en la oración, para que el corazón sea conforme a las palabras, este debe ser preparado por el Espíritu de Dios. Ciertamente, nuestras palabras, en sí mismas, son capaces de fluir sin temor ni sabiduría. Pero cuando es la respuesta del corazón, y ese corazón está preparado por el Espíritu de Dios, entonces habla como Dios manda y desea.
David se expresa con palabras poderosas cuando dice que eleva su corazón y su alma a Dios (Sal 25:1). Es una gran obra para cualquier hombre sin el poder del Espíritu, y creo que esta es una de las grandes razones por las cuales el Espíritu de Dios es llamado Espíritu de súplica (Zac 12:10 LBLA[15]), porque es el que ayuda al corazón cuando este verdaderamente suplica por esa ayuda. Y por eso dice Pablo: «Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu» (Ef 6:18). Igualmente lo vemos en mi texto: «Oraré con el espíritu». La oración, a menos que el corazón esté en ella, es como un sonido sin vida; y el corazón nunca orará a Dios, a menos que el Espíritu lo eleve.
Octavo. Así como es el Espíritu el que eleva el corazón cuando se ora correctamente, así también es el Espíritu el que lo sostiene para que continúe orando correctamente. No sé qué o cómo sucede con los corazones de los demás, si son elevados por el Espíritu de Dios, y así continúan, o no; pero de esto estoy seguro: Primero, que es imposible que algún libro de oración hecho por el hombre pueda elevar el corazón para orar o prepararlo para esto. Esa es una obra de Dios mismo. Y, en segundo lugar, estoy seguro de que de ninguna manera puede mantenerlo en oración cuando está orando. Y, de hecho, aquí está la vida de oración, mantener el corazón en Dios en el cumplimiento del deber. Para Moisés era muy importante poder mantener sus manos levantadas hacia Dios en oración; pero ¡cuánto más importante, entonces, será mantener el corazón en ella! (Ex 17:12).
La ausencia del corazón es de lo que Dios se queja: de que se acercan a Él con la boca, y lo honran con los labios, pero sus corazones están lejos de Él (Is 29:13; Ez 33), pero sobre todo de que andan según los mandamientos y las tradiciones de los hombres, como lo declara el texto de Mateo 15:8-9. De hecho, si solo pudiera hablar de mi propia experiencia en cuanto a la dificultad de orar a Dios como debo, sería suficiente para hacer que los hombres pobres, ciegos y carnales alberguen pensamientos extraños sobre mí. Porque, sí dependiera de mi corazón, al momento de orar, me encontraría tan renuente a ir a Dios, y al estar con Él, estaría tan renuente a permanecer con Él, que muchas veces me veo obligado en mis oraciones, primero a rogar a Dios que tome mi corazón, y lo lleve a Él en Cristo, y cuando esté allí, que lo mantenga allí. Muchas veces no sé por qué orar, estoy tan ciego, ni cómo orar, soy tan ignorante; pero, bendita sea la gracia, solo el Espíritu ayuda nuestras debilidades (Sal 86:11).
Oh, las distracciones[16] que tiene el corazón en el tiempo de la oración; nadie sabe cuántos desvíos tiene el corazón, cuántas callejuelas para escabullirse de la presencia de Dios. Cuánto orgullo también, si tiene facilidad al expresarse. Cuánta hipocresía, si es ante los demás. Y qué poca conciencia se tiene de la oración entre Dios y el alma en secreto, a menos que el Espíritu de súplica esté allí para ayudar. Cuando el Espíritu entra en el corazón, entonces sí hay oración, pero no antes de ello.
Noveno. El alma que ora rectamente debe hacerlo con la ayuda y en el poder del Espíritu, porque es imposible que un hombre se exprese en oración sin esta ayuda. Cuando digo que es imposible que un hombre se exprese en oración sin esta ayuda, quiero decir que es imposible que el corazón, de una manera sincera, consciente y afectuosa, se derrame ante Dios, con esos gemidos y suspiros que provienen de un corazón que verdaderamente ora, sin la asistencia del Espíritu. No son las palabras lo principal que debemos mirar en la oración, más bien, si el corazón está tan lleno de afecto y solemnidad en la oración con Dios que sea imposible expresar su sentir y su deseo; porque un hombre verdaderamente desea, cuando estos deseos son tantos, tan fuertes y poderosos que todas las palabras, lágrimas y gemidos que puedan salir del corazón, son incapaces de pronunciarlos. «El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad… [e] intercede por nosotros con [suspiros y] gemidos indecibles» (Ro 8:26).
Es una oración mediocre la que solo se evidencia en muchas palabras. Un hombre que verdaderamente eleva una oración, después de eso, nunca podrá expresar con su boca o escribir con su pluma los deseos indecibles, el sentir, el afecto y el anhelo que fueron a Dios en esa oración.
Las mejores oraciones tienen a menudo más gemidos que palabras; y las palabras que tienen no son sino una representación pobre y superficial del corazón, la vida y el espíritu de esa oración. No encontramos ninguna palabra de oración, de las que leemos, que saliera de la boca de Moisés cuando salía de Egipto y era perseguido por Faraón, y sin embargo, hizo resonar el cielo con su clamor (Ex 14:15). Pero eran gemidos y clamores inexpresables e inescrutables de su alma en y con el Espíritu. Dios es el Dios de los espíritus, y sus ojos miran más allá que el exterior de cualquier deber (Nm 16:22). Dudo que la mayoría de los que serían considerados como pueblo de oración piensen en eso, aunque sea un poco (1Sa 16:7).
Cuanto más se acerca un hombre al cumplimiento de cualquier obra que Dios le ordena, según Su voluntad, tanto más dura y difícil es; y la razón es que el hombre, como hombre, no es capaz de hacerlo. Pero la oración, como se ha dicho, no solo es un deber, sino uno de los deberes más eminentes, y por lo tanto mucho más difícil; por lo tanto, Pablo sabía lo que decía, cuando dijo: «Oraré con el espíritu». Sabía bien que no era lo que otros escribieran o dijeran lo que podía hacer de él un hombre de oración. Nada menos que el Espíritu podía hacerlo.
Décimo. Debe ser con el Espíritu; de lo contrario, así como habrá un defecto en el acto mismo, también habrá un defecto, sí, un desmayo, en el cumplimiento de la obra. La oración es una ordenanza de Dios en la que el alma debe perseverar mientras esté de este lado de la gloria. Pero, como dije antes, no es posible que un hombre eleve su corazón a Dios en oración. Así que es igualmente difícil mantenerlo allí sin la asistencia del Espíritu. Y si es así, entonces, para que un hombre continúe ocasionalmente en oración con Dios, debe ser necesariamente con la asistencia del Espíritu.
Cristo nos habla de «la necesidad de orar siempre, y no desmayar» (Lc 18:1). Y otra vez nos dice que un hipócrita es aquel que no continuará orando o, si lo hace, no será en el poder, es decir, en el espíritu, de la oración, sino en la forma externa, solo por las apariencias (Job 27:10; Mt 23:14). Una de las cosas más fáciles es caer de una oración en el poder del Espíritu a un mero formalismo, pero de las cosas más difíciles es mantenerse en la vida, el espíritu y el poder de cualquier deber, especialmente la oración. Esa es una obra tal que un hombre sin la ayuda del Espíritu no podría ni siquiera orar una vez, mucho menos continuar en un dulce estado de oración sin Su asistencia, y orar de tal manera que sus oraciones asciendan a los oídos del Señor Dios de los Ejércitos[17].
Jacob no solo comenzó a orar, sino que permaneció en oración: «No te dejaré, si no me bendices» (Gn 32:26). Lo mismo hicieron el resto de los piadosos (Os 12:4). Pero esto no podía ser sin el espíritu de oración. Por el Espíritu tenemos acceso al Padre (Ef 2:18).
Vemos lo mismo de forma notable en Judas, cuando exhorta a los santos a mantenerse firmes y a perseverar en la fe del evangelio, usando el juicio de Dios sobre los impíos como un medio excelente sin el cual sabía que nunca podrían hacerlo. Dice: «Edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo» (Jud 1:20). Como si hubiera dicho: Hermanos, así como la vida eterna está reservada solo para las personas que perseveran, así ustedes no pueden perseverar a menos que continúen orando en el Espíritu. El gran truco con que el diablo y el anticristo engañan al mundo es hacer que continúen en la forma externa de cualquier deber: predicar, oír u orar. Estos son los que tendrán «apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita» (2Ti 3:5).
Continuamos con el tercer punto:
3. Qué es orar con el entendimiento
Y ahora pasemos a lo siguiente: qué es «orar con el espíritu» y «orar también con el entendimiento». Porque el apóstol hace una distinción evidente entre orar con el Espíritu y orar con el Espíritu y el entendimiento. Por eso, cuando dice que orará con el Espíritu, añade: «Pero oraré también con el entendimiento». Él hizo esta distinción porque los corintios no veían como su deber hacer lo que hacían para edificación de sí mismos y también de los demás, sino que lo hacían para recibir reconocimiento personal. Yo lo veo de esta manera: Ya que muchos de ellos tenían dones extraordinarios, como el de hablar en diversas lenguas, etc., se dedicaban más a esos dones poderosos que a la edificación de sus hermanos. Esta fue la causa de que Pablo les escribiera este capítulo, para darles a entender que, si bien los dones extraordinarios eran excelentes, más excelente era hacer todo para la edificación de la iglesia. «Porque», dice el apóstol, «si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento», y también el entendimiento de los demás, «queda sin fruto» (1Co 14:14, 3-4, 12, 19, 24-25). Por eso, «oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento».
Conviene, pues, que se ocupe el entendimiento en la oración, así como el corazón y la boca. «Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento». Lo que se hace con entendimiento se hace más eficazmente, conscientemente y de corazón, como mostraré más adelante, que lo que se hace sin él. Esto hizo que el apóstol orara por los colosenses, para que Dios los llenara «del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual» (Col 1:9). Y por los Efesios, para que Dios les diera «espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él» (Ef 1:17). Y por los filipenses, que Dios les hiciera abundar «en ciencia y en todo conocimiento» (Fil 1:9). Un entendimiento adecuado es bueno en todo lo que un hombre emprende, ya sea civil o espiritual; y, por lo tanto, debe ser deseado por todos los que quieran llegar a ser personas de oración. En lo concerniente a esto, les mostraré lo que es orar con entendimiento.
El entendimiento debe usarse tanto para hablar en nuestra lengua materna, como también experimentalmente. Pasaré por alto lo primero y trataré solo lo segundo.
Para hacer oraciones correctas, se requiere que haya un buen entendimiento espiritual en todos los que oran a Dios.
Primero. Orar con entendimiento es orar como instruido por el Espíritu en el entendimiento de la necesidad de aquellas cosas por las que el alma ha de orar. A pesar de la gran necesidad de un hombre del perdón de los pecados y de la liberación de la ira venidera, si no entiende esto, o bien no los deseará en absoluto, o será tan frío y superficial en sus deseos de obtenerlos que Dios incluso aborrecerá su estado de ánimo al pedirlos. Así fue con la iglesia de los laodicenses: querían conocimiento o entendimiento espiritual. No sabían que eran pobres, miserables, ciegos y desnudos. Y esto los hizo a ellos y a todos sus servicios tan repugnantes para Cristo que Él amenaza con vomitarlos de su boca (Ap 3:16-17). Los hombres sin entendimiento pueden decir las mismas palabras en oración que otros; pero si hay entendimiento en uno y no lo hay en el otro, hay una gran diferencia, aunque se digan las mismas palabras. El uno habla con un entendimiento espiritual de los deseos que expresa en palabras, y el otro solo expresa en palabras, y eso es todo.
Segundo. El entendimiento espiritual reconoce en el corazón de Dios la disposición y voluntad de dar al alma lo que necesita. Por esto David podía anticipar aun los pensamientos de Dios para con él (Sal 40:5). Lo mismo sucedió con la mujer de Canaán. Ella vio por la fe y un entendimiento correcto, más allá de la tosca postura de Cristo, la ternura y la disposición de Su corazón para salvar, lo cual la hizo ser vehemente, ferviente y aun impaciente, hasta que finalmente disfrutó la misericordia que necesitaba (Mt 15:22-28).
Y no hay nada que impulse más al alma a buscar a Dios y a clamar por el perdón, que la comprensión de la voluntad que hay en el corazón de Dios de salvar a los pecadores. Si un hombre ve una perla que vale cien libras esterlinas tirada en una zanja y no comprende su valor, la pasará por alto a la ligera. Pero, una vez que llega a conocer su valor, lo arriesgará todo por conseguirla. Lo mismo sucede con las almas respecto a las cosas de Dios. Una vez que el hombre llega a comprender su valor, entonces su corazón, más aún, la fuerza misma de su alma corre tras ellas, y nunca cesará de clamar hasta que las tenga. Los dos ciegos del Evangelio de Mateo, ya que estaban convencidos de que Jesús, que pasaba junto a ellos, podía y quería curar sus enfermedades, clamaban, y cuanto más se les reprendía, más clamaban (Mt 20:29-31).
Tercero. Por medio del entendimiento que ha sido iluminado espiritualmente, se encuentra el camino a través del cual el alma debe llegar a Dios, y esto provee de un gran estímulo para la misma. De lo contrario, es con un alma pobre, como alguien que tiene que hacer una obra y, si no la cumple, el peligro es grande; pero si la cumple, también lo es la ganancia. Pero él no sabe cómo comenzar, ni cómo proceder; y el desaliento lo lleva a abandonarlo todo y a correr el riesgo.
Cuarto. El entendimiento iluminado ve en las promesas la suficiente amplitud como para animarse a orar, lo que le añade aún más fuerza. De igual manera, cuando los hombres prometen ciertas cosas a aquellos que se acerquen a pedirlas, el hecho de saber lo que se ha prometido los anima a venir a pedirlo.
Quinto. Iluminado el entendimiento, se abre camino para que el alma acuda a Dios con argumentos adecuados, a veces en forma de apremiante queja o reclamo, como Jacob (Gn 32:9). A veces en forma de súplica, pero no solo en forma verbal, sino incluso desde el corazón, el Espíritu levanta, a través del entendimiento, argumentos tan eficaces que conmueven el corazón de Dios. Cuando Efraín adquiere una comprensión correcta de sus actitudes indignas hacia el Señor, entonces comienza a lamentarse de sí mismo. Y al lamentarse de sí mismo, usa tales argumentos con el Señor, que eso afecta Su corazón, consigue el perdón, y hace a Efraín agradable ante Sus ojos por medio de Jesucristo nuestro Señor. «Escuchando, he oído a Efraín que se lamentaba», dice Dios: «Me azotaste, y fui castigado como novillo indómito; conviérteme, y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios. Porque después que me aparté tuve arrepentimiento, y después que reconocí mi falta», o que tuve un entendimiento correcto de mí mismo, «herí mi muslo; me avergoncé y me confundí, porque llevé la afrenta de mi juventud» (Jer 31:18-19). Estas son las quejas y lamentaciones de Efraín sobre sí mismo, ante las cuales el Señor irrumpe con estas expresiones que conmueven el corazón, al decir: «¿No es Efraín hijo precioso para mí? ¿no es niño en quien me deleito? pues desde que hablé de él, me he acordado de él constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él; ciertamente tendré de él misericordia, dice Jehová» (Jer 31:20). Así, pues, como se requiere orar con el Espíritu, así también se requiere orar con el entendimiento.
Y para ilustrar lo que se ha dicho con una analogía: Supongamos que se diera el caso de que vengan dos a mendigar a tu puerta. El uno es una criatura pobre, lisiada, herida y hambrienta; el otro es una persona sana y vigorosa. Estos dos usan las mismas palabras al mendigar. Uno dice que está casi muerto de hambre; lo mismo dice el otro. Pero, sin embargo, el hombre que es verdaderamente pobre, lisiado o mutilado, habla con más congruencia, sentimiento y comprensión de su miseria que lo que puede hacer el otro; y es más evidente por su hablar efusivo, y por su lamento de sí mismo. Su dolor y pobreza le hacen hablar con más espíritu de lamentación que el otro, y cualquiera que tenga aunque sea una pizca de compasión o afecto natural se compadecerá de ellos. Así sucede también con Dios. Hay algunos que oran por costumbre y formalidad; hay otros que oran en amargura de espíritu. Uno ora por una creencia estéril y un conocimiento vacío; el otro está obligado a hablar por la angustia de su alma. Ciertamente ese es el hombre que Dios mirará, «aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra» (Is 66:2).
Sexto. Un entendimiento bien informado es también de gran utilidad, tanto en cuanto al contenido como a la forma de orar. Aquel que tiene su entendimiento bien ejercitado para discernir entre el bien y el mal, y por medio de este ha sido hecho consciente ya sea de la miseria del hombre o de la misericordia de Dios, esa alma no tiene necesidad de los escritos de otros hombres para enseñarle mediante formatos de oración. Porque, así como el que siente el dolor no necesita que le enseñen a gritar: «¡Ay!», tampoco aquel a quien el Espíritu le ha abierto el entendimiento necesita que le enseñen las oraciones de otros hombres, como si no pudiera orar sin ellas. La consciencia, el sentimiento y la presión que yacen sobre su espíritu le mueven a gemir su petición al Señor. Cuando David sintió los dolores del infierno apoderándose de él y las penas del infierno rodeándolo, no necesitaba que un obispo con sobrepelliz[18] le enseñara a decir: «Oh Jehová, libra ahora mi alma» (Sal 116:3-4). Tampoco necesitaba investigar en un libro para que le enseñara la forma de derramar su corazón ante Dios. Es propio del corazón de los enfermos, en su dolor y enfermedad, desahogarse con los que están a su lado, buscando alivio, con quejas y gemidos de dolor. Así le sucedió a David en el Salmo 38:1-12. Y así, bendito sea el Señor, sucede con los que están investidos de la gracia de Dios.
Séptimo. Es necesario que haya un entendimiento informado, a fin de que el alma se mantenga en la permanencia del deber de la oración. El pueblo de Dios no ignora cuántas artimañas, trucos y tentaciones tiene el diablo para hacer que una pobre alma, que está verdaderamente dispuesta a tener al Señor Jesucristo, y esto en Sus términos, es decir, para tentar a esa alma a que se canse de buscar el rostro de Dios y a que piense que Dios no está dispuesto a tener misericordia de alguien como ella. Sí, dice Satanás, ciertamente puedes orar, pero no prevalecerás. Ya ves que tu corazón es duro, frío, torpe y temeroso. No oras con el Espíritu. No oras sinceramente. Tus pensamientos corren tras otras cosas cuando pretendes orar a Dios. Vete, hipócrita, no sigas adelante, ¡es en vano seguir esforzándote! En este momento, si el alma no está bien informada en su entendimiento, pronto clamará: «Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí» (Is 49:14). Mientras que el alma informada e iluminada correctamente dice: Bien, buscaré al Señor, y esperaré; no dejaré de hacerlo, aunque el Señor guarde silencio, y no diga una sola palabra de consuelo (Is 40:27). Dios amaba entrañablemente a Jacob, y sin embargo le hizo luchar antes de que recibiera la bendición (Gn 32:25-27). Las aparentes demoras de Dios no son señales de Su desagrado; puede esconder Su rostro de Sus santos más estimados (Is 8:17). A Él le agrada mantener a Su pueblo en oración, y encontrarlo siempre llamando a la puerta del cielo. Puede ser, dice el alma, que el Señor me esté probando o que le agrade escucharme presentar con gemidos mi condición delante de Él.
La mujer cananea no interpretó el aparente rechazo como algo real (Mt 15:21-28). Ella sabía que el Señor era misericordioso y que haría justicia a Sus escogidos. «¿Se tardará en responderles?» (Lc 18:1-6). El Señor me ha esperado más que yo a Él. Y así le sucedió a David: «Pacientemente esperé», dice; es decir, pasó mucho tiempo antes de que el Señor me respondiera, aunque al final «inclinó» Su oído «a mí, y oyó mi clamor» (Sal 40:1). Y el remedio más excelente para esto es un entendimiento bien informado e iluminado. ¡Ay, cuántas pobres almas hay en el mundo que temen verdaderamente al Señor, las cuales, por no estar bien informadas en su entendimiento, están a menudo dispuestas a darlo todo por perdido, ante casi todas las artimañas y tentaciones de Satanás! Que el Señor se apiade de ellos, y les ayude a «orar con el espíritu, pero… también con el entendimiento».
Aquí podría mencionar mucho de mi propia experiencia. En medio de mis crisis de agonía de espíritu, he sido poderosamente persuadido a desistir y a no buscar más al Señor[19]. Pero fui movido a comprender que el Señor había tenido misericordia de grandes pecadores, y que Sus promesas para los pecadores continúan siendo grandes; y que no era a los sanos, sino a los enfermos, no a los justos, sino a los pecadores, no a los llenos, sino a los vacíos, a quienes Él extendía Su gracia y misericordia, esto me hizo, por medio de la asistencia de Su Santo Espíritu, aferrarme a Él, permanecer en Él, y clamar, aunque por el momento no me respondiera. Y que el Señor ayude a todo Su pueblo pobre, tentado y afligido a hacer lo mismo, y a continuar, aunque sea por largo tiempo, según las palabras del profeta (Hab 2:3). Y que Él les ayude (con ese fin) a orar, no con las invenciones humanas y sus formatos restringidos[20] de oración, sino «con el espíritu, pero… también con el entendimiento».
Preguntas y objeciones contestadas
A continuación, contestaré algunas inquietudes, para así pasar a lo siguiente.
Primera pregunta. Pero ¿qué quieres que hagamos las pobres criaturas que no sabemos cómo orar? El Señor sabe que yo no sé ni cómo orar, ni por qué orar.
Respuesta: ¡Pobre corazón! Te quejas de que no sabes orar. ¿No ves tu miseria? ¿Te ha mostrado Dios que estás por naturaleza bajo la maldición de Su Ley? Si es así, no te equivoques, sé que gimes, y muy amargamente. Estoy persuadido de que a duras penas se te puede encontrar haciendo algo de tu vocación, pero la oración brota de tu corazón. ¿No suben tus gemidos al cielo desde todos los rincones de tu casa? (Ro 8: 26). Yo sé que es así; y así lo atestigua también tu propio corazón afligido, tus lágrimas, el olvido de tu vocación, etc. ¿No está tu corazón tan lleno de deseos por las cosas de otro mundo, que muchas veces hasta te olvidas de las cosas de este mundo? Te ruego que, por favor, leas este texto: Job 23:12.
Segunda pregunta. Sí, pero cuando en mi oración privada trato de derramar mi alma delante de Dios, casi no puedo decir nada.
- ¡Ah! ¡Dulce alma! No es a tus palabras a lo que Dios presta más atención, como si solo te escuchara cuando te presentas ante Él con un discurso elocuente. Su mirada está puesta en el quebrantamiento de tu corazón, y eso es lo que hace que las mismas entrañas del Señor se desborden. «Al corazón contrito y humillado no despreciarás» (Sal 51:17).
- La ausencia de tus palabras puede surgir de una gran turbación en tu corazón. A veces David estaba tan afligido que no podía hablar (Sal 77:3-4). Pero esto puede consolar a todos los corazones afligidos como el tuyo, que, aunque no puedas hablar mucho por la angustia de tu espíritu, el Espíritu Santo levanta en tu corazón gemidos y suspiros mucho más vehementes. Cuando la boca está impedida, no lo está el espíritu. Moisés, como ya hemos dicho, hizo resonar el cielo con sus oraciones, cuando (según leemos) ni una sola palabra salió de su boca (Ex 14:15). Pero,
- Si quieres expresarte más plenamente ante el Señor, reflexiona en primer lugar sobre tu deplorable condición; segundo, sobre las promesas de Dios; tercero, sobre el corazón de Cristo. Lo cual puedes conocer o discernir: (1.) Por Su condescendencia y derramamiento de sangre. (2.) Por la misericordia que ha extendido a grandes pecadores en el pasado. Y declara tu propia vileza, a manera de lamento; la sangre de Cristo a manera de defensa; y en tus oraciones, deja que la misericordia que Él ha extendido a otros grandes pecadores, junto con Sus ricas promesas de gracia, estén muy presentes en tu corazón. Sin embargo, permíteme aconsejarte: (1.) Cuídate de no contentarte con palabras. (2.) Que tampoco pienses que Dios se fija solo en ellas. Más bien, (3.) Sean pocas o muchas tus palabras, que tu corazón esté en ellas; y entonces lo buscarás, y lo hallarás, cuando lo busques de todo corazón (Jer 29:13).
Objeción. Aunque pareces hablar en contra de cualquier otra forma de orar que no sea por el Espíritu, aquí tú mismo estás dando instrucciones sobre cómo orar.
Respuesta. Es nuestro deber motivarnos unos a otros a la oración, sin embargo, no debemos hacer un modelo de oración para otros. Una cosa es exhortar a orar con instrucción cristiana, y otra cosa es hacer formatos restringidos para limitar el Espíritu de Dios en ellos. El apóstol no les da ningún formato para orar, sino que los dirige a la oración (Ef 6:18; Ro 15:30-32). Por lo tanto, que nadie concluya que, debido a que podemos dar instrucciones y direcciones para orar, es lícito hacer para los demás otros formatos de oración.
Objeción. Pero si no usamos formatos de oración, ¿cómo enseñaremos a orar a nuestros hijos?
Respuesta. Mi opinión es que los hombres van en la dirección equivocada si, para enseñar a sus hijos a orar, se dedican desde temprano a enseñarles cualquier conjunto de palabras, como acostumbran las pobres criaturas.
Porque a mí me parece que es mejor decirles desde temprana edad que son criaturas bajo maldición y que están bajo la ira de Dios a causa del pecado; también, hablarles de la naturaleza de la ira de Dios, y la duración del sufrimiento en el infierno. Si hacen esto diligentemente, enseñarán a sus hijos a orar más temprano. La manera en que los hombres aprenden a orar es por convicción de pecado; y esta es la manera de hacer que nuestros adorables niños también lo hagan. Pero la otra manera, específicamente enseñar a los niños formatos de oración antes de que sepan cualquier otra cosa, es una buena manera de hacerlos hipócritas bajo maldición, y de inflarlos de orgullo. Enseña, pues, a tus hijos a conocer su miserable estado y condición. Háblales del fuego del infierno y de sus pecados, de la condenación y de la salvación; del modo de escapar de la una y de gozar de la otra, si ustedes mismos lo saben, y esto hará que las lágrimas corran por los ojos de tus niños, y que gemidos sinceros broten de sus corazones. Y entonces también podrás decirles a Quién deben orar, y por medio de Quién deben orar. Puedes hablarles también de las promesas de Dios y de Su gracia provista a otros pecadores en el pasado, conforme a lo que enseña la Palabra.
¡Ah! pobres y dulces niños, el Señor les abra los ojos, y los haga cristianos santos. Dice David: «Venid, hijos, oídme; el temor de Jehová os enseñaré» (Sal 34:11). No dice: Los ataré a un formato de oración; sino: «El temor de Jehová os enseñaré», es decir, a ver su triste condición por naturaleza, y a ser instruidos en la verdad del evangelio, que por medio del Espíritu genera la oración en todo aquel que verdaderamente lo comprende. Y cuanto más se les enseñe esto, tanto más correrá su corazón a Dios en oración. Dios no consideró a Pablo un hombre de oración hasta que fue redargüido y convertido; igual será en el caso de cualquier otro hombre (Hch 9:11).
Objeción. Pero vemos que los discípulos deseaban que Cristo les enseñara a orar, como Juan también enseñó a sus discípulos; y que entonces les enseñó ese modelo de oración llamado el Padrenuestro.
Respuesta: 1. Ser enseñados por Cristo es lo que desean no solo ellos, sino también nosotros; y puesto que no está aquí en Su persona para enseñarnos, el Señor nos enseña por su Palabra y por el Espíritu; porque Él dijo que enviaría Su Espíritu para sustituirlo en Su morada cuando se fuera (Jn 14:16; 16:7).
- En cuanto a eso que llaman un modelo de oración, no puedo pensar que Cristo pretendiera que fuera un formato restringido de oración. (1.) Porque Él mismo la enuncia de distintas maneras, como se puede observar si se comparan Mateo 6 y Lucas 11. Mientras que, si pretendía que fuera un formato estándar, no debió haberlo presentado así, pues un formato estándar solo contiene cierto número de palabras y no más. (2.) No vemos que los apóstoles se adhirieran a este formato o que exhortaran a otros a hacerlo. Examina todas sus epístolas, ya que ellos, tanto por el conocimiento para discernir como por la fidelidad para practicar, fueron hombres tan eminentes, que ciertamente habrían impuesto el modelo, si ese hubiera sido su propósito.
- Pero, en una palabra, Cristo con esas palabras: «Padre nuestro», etc., instruye a Su pueblo sobre las reglas que deben observar en sus oraciones a Dios. Que deben orar con fe. A Dios en los cielos. Por lo que es conforme a Su voluntad, etc. Ora así, o de esta manera.
Objeción. Pero Cristo manda a pedir el Espíritu; esto implica que los hombres, a pesar de no tener el Espíritu, pueden orar y ser escuchados (véase Lucas 11:9-13).
Respuesta. El discurso de Cristo se dirige a los suyos (v 1). El hecho de que Cristo les diga que Dios dará Su Espíritu Santo a los que se lo pidan, debe entenderse como dar más del Espíritu Santo; porque se está dirigiendo a los discípulos, que ya tenían una medida del Espíritu; porque dice: «Cuando oréis, decid: Padre nuestro» (v 2); «Os digo» (v 8); «Y yo os digo» (v 9); «Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?» (v 13). Los cristianos deben orar pidiendo el Espíritu, es decir, más de Él, aunque Dios ya les haya dotado del mismo.
Pregunta. Entonces, ¿quieres que solo oren los que saben que son discípulos de Cristo?
Respuesta. Sí.
- Que toda alma que quiera ser salva se derrame ante Dios, aunque no pueda, por la tentación, concluir que es hija de Dios. Y,
- Sé que, si la gracia de Dios está en ti, te será tan natural gemir por tu condición como lo es para un niño lactante clamar por el pecho. La oración es una de las primeras cosas que confirman que un hombre es cristiano (Hch 9:11). Pero para que la oración sea correcta, debe hacerse de esta manera: (1.) Desear a Dios en Cristo, por Quien Él es, por Su santidad, amor, sabiduría y gloria. Porque la oración correcta, así como se dirige solo a Dios por medio de Cristo, se enfoca en Él y solo en Él. «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra» (Sal 73:25). (2.) Para que el alma pueda disfrutar continuamente de la comunión con Él, tanto aquí como en el más allá. «Estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza» (Sal 17:15). «Por esto también gemimos» (2Co 5:2). (3.) La oración correcta va acompañada de un trabajo continuo en pos de aquello por lo que se ora. «Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana» (Sal 130:6). «Me levantaré ahora… buscaré al que ama mi alma» (Cnt 3:2).
Fíjate que hay dos cosas que mueven a la oración: una es la aversión al pecado y a las cosas de esta vida; la otra es un anhelante deseo de comunión con Dios, en un estado y herencia santos e inmaculados. Compara esto con la mayoría de las oraciones que hacen los hombres, y verás que no son más que oraciones de burla, y el aliento de un espíritu abominable. Porque incluso la mayoría de los hombres, o no oran en absoluto, o solo se empeñan en burlarse de Dios y del mundo al hacerlo; pues si comparas su oración y el curso de sus vidas, verás fácilmente que lo que incluyen en su oración es lo que menos cuidan en sus vidas. ¡Oh tristes hipócritas!
Esto es lo que te he mostrado brevemente: Primero, lo que es la oración; Segundo, lo que es orar con el Espíritu; Tercero, lo que es orar con el Espíritu y también con el entendimiento.
4. Aplicación
Ahora compartiré una o dos palabras de aplicación, y así concluiré con: Primero, Una palabra de advertencia; Segundo, Una palabra de aliento; Tercero, Una palabra de reprensión.
a. Una palabra de advertencia
En primer lugar, para advertirte que, así como la oración es el deber de cada uno de los hijos de Dios, y es llevada a cabo por el Espíritu de Cristo en el alma, todo aquel que se dedique a orar al Señor debe ser muy cauteloso y realizar esa obra especialmente con el temor de Dios, pero también con la esperanza de la misericordia de Dios por medio de Jesucristo.
La oración es un mandato de Dios, en el cual un hombre llega a estar muy cerca de Dios; y por lo tanto requiere tanto más de la asistencia de la gracia de Dios para ayudar a un alma a orar como conviene a alguien que está en la presencia de Él. Es una vergüenza para un hombre comportarse irreverentemente ante un rey, pero es un pecado hacerlo ante Dios. Y así como a un rey, si es sabio, no le agrada un discurso hecho con palabras y gestos indecorosos, así a Dios no le agrada «el sacrificio de los necios» (Ec 5:1,4). No son los discursos largos, ni las expresiones elocuentes lo que es agradable a los oídos del Señor, sino un corazón humilde, quebrantado y contrito, que es un olor fragante delante de la Majestad celestial (Sal 51:17; Is 57:15). Por lo tanto, como modo de advertencia, hay cinco cosas que son obstáculos a la oración e incluso hacen nulas las peticiones de la criatura.
Cinco obstáculos para la oración
- Cuando los hombres albergan la iniquidad en su corazón, en el momento de sus oraciones ante Dios. «Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado» (Sal 66:18). Para evitar la trampa en que puede caer el corazón por la incomprensión de esta enseñanza, esto se refiere a cuando pides de forma insincera ser fortalecido contra algún pecado por el que albergas un amor secreto. Porque esta es la maldad del corazón del hombre, que aún ama y retiene aquello contra lo cual ora con sus labios; y de estos son los que honran a Dios con la boca, pero su corazón está lejos de Él (Is 29:13; Ez 33:31). ¡Oh, qué desagradable sería a nuestros ojos si viéramos a un mendigo pedir una limosna, con la intención de echársela a los perros! O que dijera con un suspiro: «Te ruego que me des esto», y con el siguiente: «Te ruego que no me lo des». Y así es con esta clase de personas. Con la boca dicen: «Hágase Tu voluntad»; y con el corazón desean lo contrario. Con su boca dicen: «Santificado sea tu nombre»; y con sus corazones y sus vidas se deleitan en deshonrarlo todo el día. Estas son las oraciones que son «para pecado» (Sal 109:7), y aunque las eleven a menudo, el Señor nunca las responderá (2S 22:42).
- Cuando los hombres oran como un espectáculo para que otros los escuchen y para obtener reputación en la religión, y cosas semejantes, estas oraciones están muy lejos de la aprobación de Dios y no serán respondidas, en lo relacionado a la vida eterna. Hay dos clases de hombres que oran con este fin.
En primer lugar, los capellanes aduladores que se meten en las familias de los hombres influyentes, que pretenden adorar a Dios, cuando en realidad el gran negocio es su propio vientre. Tenemos una muy buena representación de ellos en los profetas de Acab y también en los sabios de Nabucodonosor, quienes, aunque profesaban gran devoción, lo que realmente procuraban era satisfacer sus lujurias y sus vientres.
En segundo lugar, también los que buscan reputación y aplauso con el uso de palabras elocuentes, y procuran más que nada divertir a sus oyentes. Estos son los que oran para ser vistos de los hombres y ya tienen su recompensa (Mt 6:5). Puedes identificar a estas personas porque: a) Cuando hablan, solo miran a su auditorio. b) Buscan el elogio cuando han terminado. c) Sus corazones se elevan o caen, dependiendo de las alabanzas o halagos que reciban. d) Les agrada hacer largas oraciones, y para lograrlo, en vano repetirán las cosas una y otra vez (Mt 6:7). Ellos se preparan para recibir halagos, pero no se fijan en las motivaciones de su corazón. Buscan remuneración, pero es el vacío aplauso de los hombres. Y por eso no les gusta orar en la cámara secreta, sino en compañía. Y si en algún momento la conciencia los empuja a orar en secreto, la hipocresía hará que se les oiga en las calles. Y cuando sus bocas han terminado de hablar, sus oraciones han terminado; porque no esperan para escuchar lo que el Señor tiene para decirles (Sal 85:8).
- Una tercera clase de oración que no será aceptada por Dios, es cuando se ora por cosas equivocadas, o si se ora por cosas correctas, pero para ser usadas en deleites y para fines incorrectos. Unos no tienen, porque no piden, dice Santiago, y otros piden y no tienen, porque piden mal, para gastarlo en sus deleites (Stg 4:2-4). Pedir en contra de la voluntad de Dios es un gran argumento ante Dios para frustrar las peticiones presentadas delante de Él. De ahí que tantos oren pidiendo esto y aquello y, sin embargo, no lo reciban. La única respuesta que obtienen de Dios es el silencio. Su labor es hablar y nada más. Objeción: Pero Dios escucha a algunas personas, aunque sus corazones no estén bien con Él, como lo hizo con Israel, al darles codornices, aunque eran para satisfacer un deseo desordenado (Sal 106:14). Respuesta: Si lo hace, es en juicio, no en misericordia. Ciertamente les dio su deseo, pero más les hubiera valido prescindir de él, porque «envió mortandad sobre ellos» (Sal 106:15). Ay del hombre a quien Dios responda así.
- Hay otra clase de oraciones que no son respondidas; y son las que hacen los hombres y presentan a Dios por medio de sí mismos, sin la intermediación del Señor Jesús. Porque, aunque Dios ha establecido la oración y ha prometido escuchar la oración de la criatura, no escuchará ninguna oración que no sea hecha en Cristo. «Si algo pidiereis en mi nombre» (Jn 14:14). «Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús» (Col 3:17). «Si algo pidiereis en mi nombre» (Jn 14:13-14), aunque seas muy devoto, celoso, ferviente y constante en la oración, solo en Cristo serás escuchado y aceptado. Pero, por desgracia, la mayoría de los hombres no saben lo que es venir ante Dios en el nombre del Señor Jesús, y esta es la razón por la que viven, oran y también mueren en su maldad. O bien, que no alcanzan otra cosa que lo que un simple hombre natural puede alcanzar, como para ser exactos en palabra y obra entre los hombres, y comparecer ante Dios solo con la justicia de la Ley.
- La última cosa que obstaculiza la oración es la forma de ella sin el poder. Es fácil que los hombres estén muy interesados en cosas tales como las formas de la oración, ya que están escritas en un libro. Pero se olvidan por completo de preguntarse si tienen el espíritu y el poder de la oración. Estos hombres son como un hombre maquillado, y sus oraciones como una voz falsa. En persona parecen hipócritas, y sus oraciones son una abominación (Pro 28:9). Cuando dicen que han estado derramando sus almas a Dios, Él dice que han estado aullando como perros (Os 7:14).
Por lo tanto, cuando tengas la intención o la determinación de orar al Señor del cielo y de la tierra, considera los siguientes detalles. 1) Considera seriamente lo que deseas. No hagas como muchos que con sus palabras solo dan golpes al aire y piden cosas que en realidad no desean, ni reconocen su necesidad de ellas. 2) Cuando sepas lo que deseas, mantente en ello, y ten cuidado de orar conscientemente.
Objeción. Pero yo no tengo consciencia de nada; por tanto, según tu argumento, no debo orar de ninguna manera
Respuesta 1. Si te percibes como un insensato y esto provoca alguna medida de tristeza, no puedes quejarte de insensatez, ya que esa sensibilidad produce una consciencia de tu insensatez. Por lo tanto, según la necesidad que tengas de algo, así ora (Lc 8:9); y si eres sensible a tu insensatez, ruega al Señor que te haga sensible a aquello de lo que encuentres insensible tu corazón. Esta era la práctica habitual de los santos hombres de Dios. «Hazme saber, Jehová, mi fin», dice David (Sal 39:4). «¿Qué significa esta parábola?», dijeron los discípulos (Lc 8:9). Y a esto se une la promesa: «Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces», de las que no eres consciente (Jer 33:3). Pero,
Respuesta 2. Cuídate de que tu corazón acuda a Dios tanto como lo hacen tus labios. No dejes que tus labios vayan más allá de aquello en lo que te esfuerzas en poner también el corazón. David quería elevar su corazón y su alma al Señor, y con razón; porque en la medida en que la boca de un hombre va sin su corazón, en esa medida no es más que una honra de labios; y aunque Dios pide y acepta los sacrificios de los labios, sin embargo, los labios sin el corazón hablan no solo de insensatez, sino de que no tenemos consciencia de nuestra insensatez; y, por lo tanto, si tienes la intención de alargar tu oración ante Dios, procura que sea con tu corazón.
Respuesta 3. Cuídate de las expresiones emotivas y de agradarte a ti mismo con el uso de ellas, de modo que no olvides la vida de la oración.
Concluiré este uso con una o dos advertencias.
Advertencia 1. Y la primera es: cuídate de no dejar de lado la oración, por llegar a conclusiones apresuradas de que no tienes el Espíritu, ni tampoco ores de ese modo. Es la gran obra del diablo hacer lo mejor, o más bien lo peor, contra las mejores oraciones. Adulará tus falsas motivaciones hipócritas y las alimentará con mil fantasías de bien hacer, cuando sus mismos deberes, como la oración, y todos los demás, apestan en las narices de Dios, como cuando Satanás se pone delante de un pobre Josué para resistirle, es decir, para persuadirle, de que ni su persona ni sus obras son aceptadas por Dios (Is 65:5; Zac 3:1). Cuídate, por lo tanto, de tales conclusiones falsas y desalientos infundados; y aunque tales persuasiones lleguen a tu espíritu, no te desalientes por ellas de tal manera que se inquiete tu espíritu al ir tras una mayor sinceridad en tu acercamiento a Dios.
Advertencia 2. Así como tales tentaciones repentinas no deben impedirte orar y derramar tu alma a Dios, tampoco deben impedírtelo las corrupciones de tu propio corazón. Puede ser que encuentres en ti todas las cosas antes mencionadas, y que intenten manifestarse en tu oración a Él. Entonces, debes ocuparte en juzgarlas, orar contra ellas, y presentarte aún más a los pies del Señor, con una consciencia de tu propia vileza, y antes bien presentar tu vileza y corrupción de corazón, para suplicar a Dios por la gracia que justifica y santifica, que un argumento de desaliento y desesperación. Así lo hizo David. «Perdonarás también mi pecado, que es grande» (Sal 25:11).
b. Una palabra de aliento
En segundo lugar, una palabra a modo de aliento al alma pobre, tentada y abatida para que ore a Dios por medio de Cristo. Ciertamente, toda oración que es aceptada por Dios, en lo que tiene que ver con la vida eterna, debe ser en el Espíritu, que solo intercede por nosotros según la voluntad de Dios (Ro 8:27); sin embargo, muchas pobres almas pueden tener al Espíritu Santo obrando en ellas y llevándolas a gemir al Señor por misericordia, y aun así, por incredulidad, no son capaces en ese momento de creer que son el pueblo de Dios, en el cual Él se deleita. Pero, ya que la verdad de la gracia puede estar en ellas, por lo tanto, para animarlas, a continuación, expongo unas cuantas ideas.
- La escritura en Lucas 11:8 es muy alentadora para cualquier pobre alma que tenga hambre de Cristo Jesús. En los versículos 5-7, cuenta una parábola de un hombre que fue a su amigo para pedirle tres panes, quien, por estar en cama, se los negó; sin embargo, por su importunidad, se levantó y se los dio. Así da a entender claramente que, aunque las almas pobres, por la debilidad de su fe, no pueden ver que son amigos de Dios, sin embargo, nunca deben dejar de pedir, buscar y llamar a la puerta de Dios por misericordia. Mirad, dice Cristo: «Os digo, que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su importunidad», o de sus deseos incesantes, «se levantará y le dará todo lo que necesite». Pobre corazón, tú que te quejas de que Dios no te mirará, que no sientes que eres Su amigo, sino más bien enemigo en tu corazón por las malas obras (Col 1:21). Y es como si oyeras al Señor que te dice: «No me molestes… no puedo darte nada», como en la parábola; sin embargo, te digo que sigas llamando, llorando, gimiendo y lamentándote. Te digo que, aunque no se levante y te dé porque eres su amigo; sin embargo, a causa de tu importunidad, se levantará y te dará tanto como necesites. Lo mismo puedes ver en la parábola del juez injusto y la viuda pobre; su importunidad prevaleció sobre él (Lc 18:1-8). Y, en verdad, mi propia experiencia me dice que no hay nada que persuada más a Dios que la importunidad. ¿No te sucede lo mismo con los mendigos que vienen a tu puerta? Aunque no sientas compasión para darles algo la primera vez que te pidan, si van tras de ti, lamentándose, y no aceptan un no sin una limosna, se la darás; porque su constante ruego te vence. ¿Hay en tu interior entrañas perversas, que serán conmovidas por un mendigo importuno? Ve y haz tú lo mismo. Es una motivación que prevalece y eso por buena experiencia. Él se levantará y te dará tanto como necesites (Lc 11:8).
- Otro estímulo para un alma pobre, temblorosa y convencida es considerar el lugar, el trono o el asiento en que el gran Dios se ha colocado para oír las peticiones y oraciones de las pobres criaturas, y que es un «trono de gracia» (Heb 4:16), «el propiciatorio» (Ex 25:22). Lo cual significa que en los días del evangelio Dios ha tomado Su asiento, Su morada, en misericordia y perdón; y desde allí se propone oír al pecador y estar en comunión con él, como Él dice (Ex 25:22), refiriéndose al propiciatorio: «Y de allí me declararé a ti». Fíjate que es sobre el propiciatorio: «Allí me declararé a ti, y» allí «hablaré contigo de sobre el propiciatorio». ¡Pobres almas! Son muy propensas a tener pensamientos extraños acerca de Dios y de Su conducta hacia ellas, y a concluir de repente que Dios no les pondrá atención, cuando, sin embargo, Él está sobre el propiciatorio, y ha tomado Su lugar a propósito allí, para poder oír y considerar las oraciones de las pobres criaturas. Si hubiera dicho: «Hablaré contigo desde mi trono de juicio», ciertamente habrías temblado y huido de la faz de la grande y gloriosa Majestad. Pero cuando Él dice que oirá y tendrá comunión con las almas en el trono de la gracia, o desde el propiciatorio, esto debería animarte y moverte a tener esperanza; más bien, «acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia», para poder «alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (He 4:16).
- Hay todavía otro estímulo para continuar en oración con Dios, y es este: así como hay un propiciatorio, desde el cual Dios está dispuesto a tener comunión con los pobres pecadores, así también junto a Su propiciatorio está Jesucristo, Quien continuamente lo rocía con Su sangre. De ahí que se le llame «la sangre rociada» (Heb 12:24). Cuando el sumo sacerdote bajo la ley debía entrar en el lugar santísimo, donde estaba el propiciatorio, no podía entrar «sin sangre» (Heb 9:7).
¿Por qué? Porque, aunque Dios estaba sobre el propiciatorio, era perfectamente justo, además de misericordioso. Ahora bien, la sangre era para impedir que la justicia se derramara sobre las personas implicadas en la intercesión del sumo sacerdote, como en Levítico 16:13-17, y esto significa que toda la indignidad que temes no debe impedirte acudir a Dios en Cristo en busca de misericordia. Gritas que eres vil y por eso Dios no atenderá tus oraciones. Esto es verdad, si te deleitas en tu vileza, y vienes a Dios por una mera pretensión. Pero si con la consciencia de tu vileza derramas tu corazón a Dios, deseando ser librado de la culpa y limpiado de la inmundicia, con todo tu corazón, no temas, tu vileza no hará que el Señor detenga Su oído para oírte. El valor de la sangre de Cristo que es rociada sobre el propiciatorio detiene el curso de la justicia y abre una compuerta para que la misericordia del Señor se extienda hacia ti. Por lo tanto, tienes, como se ha dicho, «libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo». Eso ha hecho «el camino nuevo y vivo» para ti; no morirás (Heb 10:19-20).
Además, Jesús está allí, no solo para rociar el propiciatorio con Su sangre, sino que habla, y Su sangre habla. Él tiene audiencia, y Su sangre tiene audiencia, de tal manera que Dios dice: «Veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga» (Ex 12:13).
Sé sobrio y humilde. Acude al Padre en nombre del Hijo, y preséntale tu caso, con la asistencia del Espíritu. Y entonces sentirás el beneficio de orar con el Espíritu y también con el entendimiento.
c. Una palabra de reprensión
- Esto está dirigido tristemente a ustedes que nunca oran en absoluto. «Oraré», dice el apóstol, y así dice el corazón de los cristianos. No eres cristiano si no oras. La promesa es que todo justo orará (Sal 32:6). Tú, pues, eres un infeliz que no ora. Jacob obtuvo el nombre de Israel luchando con Dios (Gn 32). Y todos sus hijos llevaron ese nombre con él (Ga 6:16). Pero al pueblo que olvida la oración, que no invoca el nombre del Señor, se hace esta oración por ellos: «Derrama tu enojo sobre los pueblos que no te conocen, y sobre las naciones que no invocan tu nombre» (Jer 10:25). ¿Qué te parece esto, oh, tú que estás tan lejos de derramar tu corazón delante de Dios, que te acuestas como un perro, y te levantas como un cerdo o un borracho, y te olvidas de invocar a Dios? ¿Qué harás cuando seas condenado en el infierno porque tu corazón no se inclinó a clamar al cielo? ¿Quién se afligirá por tu dolor, puesto que no consideraste la misericordia como algo digno de pedir? Te digo que los cuervos y los perros se levantarán en juicio contra ti, pues, según su especie, con ruidos y señas, claman por sus necesidades; pero tú no clamas por el cielo, aunque perecerás eternamente si no lo tienes.
- Esta reprensión es para ti que menosprecias, te burlas y subestimas al Espíritu, y el orar por medio de Él. ¿Qué harás cuando Dios venga a pedirte cuentas de estas cosas? Consideras como traición hablar una sola palabra contra el rey; es más, tiemblas al pensarlo; pero, mientras tanto, blasfemas contra el Espíritu del Señor. ¿Acaso se puede jugar con Dios y tener un final placentero? ¿Envió Dios Su Espíritu Santo a los corazones de Su pueblo para que se burlen de Él? ¿Es esto servir a Dios? ¿Muestra esto la reforma de tu iglesia? ¿No es acaso la marca de depravados implacables? ¿No te conformas con ser condenado por tus pecados contra la Ley, que pecas también contra el Espíritu Santo?
¿Ha de ser el Espíritu de gracia que es santo, inocente y puro, que es la naturaleza de Dios, la promesa de Cristo, el Consolador de Sus hijos, aquello sin lo cual ningún hombre puede hacer ningún servicio aceptable al Padre, el tema de tu canción para ridiculizar y burlarte de Él? Si Dios envió a Coré y a su compañía de cabeza al infierno por hablar contra Moisés y Aarón, ¿piensas que tú, que te burlas del Espíritu de Cristo, escaparas impune? (Nm 16; Heb 10:29). ¿No has leído lo que Dios hizo a Ananías y Safira por decir una sola mentira contra Él? (Hch 5:1-8). ¿También a Simón el Mago por menospreciarlo? (Hch 8:18-22). ¿Y será tu pecado considerado como una virtud o quedará sin castigo, si te dedicas a oponerte a Su oficio, y al servicio y ayuda que presta a los hijos de Dios? Es algo terrible desobedecer al Espíritu de gracia. (Compárese Mt 12:31 con Mr 3:28-30.)
- Así como esta es la perdición de los que blasfeman abiertamente del Espíritu Santo, menospreciando y oponiéndose a Su oficio y servicio, así también es triste para ti, que resistes al Espíritu de oración con un modelo inventado por el hombre. Es un truco del diablo que las tradiciones de los hombres sean de mejor estima y más dignas de tenerse en cuenta que el Espíritu de oración. ¿Es acaso esto diferente a la abominación maldita de Jeroboam, que impidió a muchos ir a Jerusalén, el lugar y el camino para encontrarse con Dios para adorar, y por esto trajo tal disgusto de Dios sobre ellos que permanece hasta el día de hoy? (1R 12:26-33). Uno pensaría que los antiguos juicios de Dios sobre los hipócritas de aquel tiempo deberían hacer que los que han oído hablar de tales cosas presten atención y tengan temor de hacerlo. Sin embargo, los doctores de nuestros días están muy lejos de considerar el castigo de otros como una advertencia, y más bien se apresuran a cometer la misma transgresión, es decir, establecer una institución humana, que Dios no ordenó ni apoyó; y cualquiera que no la obedezca, debe ser expulsado de la tierra o del mundo.
¿Ha exigido Dios estas cosas de tus manos? Si es así, muéstranos dónde. Si no es así, como estoy seguro de que no lo ha hecho, entonces ¿qué maldita presunción hay en cualquier papa, obispo u otro, de ordenar en la adoración a Dios lo que Él no ha requerido? Además, no es solo esa parte del modelo, que son varios textos de la Escritura que se nos ordena decir, sino que incluso todo debe reconocerse como la adoración divina de Dios, a pesar de los absurdos que contiene, los cuales no mencionaré, debido a que otros ya lo han hecho ampliamente. Además, aunque un hombre tenga la mejor intención de vivir en paz, pero no puede reconocer esto con limpia conciencia, que Él nunca ordenó, como una de las partes más importantes de la adoración a Dios, ese hombre debe ser considerado como divisivo, sedicioso, falso, herético, un insulto a la iglesia, un seductor del pueblo y cualquier otra cosa como estas. Señor, ¿cuál será el resultado de poner las tradiciones de los hombres por encima de la doctrina de Dios?
Así se reniega del Espíritu de oración y se impone una forma; se envilece el Espíritu y se ensalza la forma. Los que oran con el Espíritu, por más humildes y santos que sean, son tenidos por fanáticos; y los que oran con el formato, aunque solo lo hagan con él, son tenidos por virtuosos. ¿Y cómo responderán los que están a favor de tal práctica a la Escritura, que ordena que la iglesia se aparte de los que tienen apariencia de piedad, pero niegan su eficacia (2Ti 3:5)? Y si yo dijera que los hombres que hacen estas cosas antes mencionadas promueven una forma de oración hecha por otros hombres por encima del Espíritu de oración, no tomaría mucho tiempo probarlo. Porque el que promueve el Libro de oración común por encima del Espíritu de oración promueve una forma de oración hecha por otros hombres. Pero esto es lo que hacen todos los que destierran, o desean desterrar, a los que oran con el Espíritu de oración, mientras que abrazan y acogen a los que oran solo con esa forma. Por tanto, aman y promueven la forma inventada por ellos mismos o por otros, antes que el Espíritu de oración, que es lo que Dios, en Su gracia, ha diseñado de forma especial.
Si deseas más pruebas, mira en las cárceles y en las cantinas de Inglaterra y creo que encontrarás a los que abogan por el Espíritu de oración en la cárcel, y en la cantina encontrarás a los que se conforman con la forma inventada por hombres. También es evidente por cómo se ha silenciado a los valiosos ministros de Dios, sin importar cuán poderosamente capacitados estén por el Espíritu de oración, y esto porque no pueden, con limpia conciencia, admitir esa forma de oración común. Si esto no es elevar el Libro de oración común por encima de la oración por el Espíritu o de la predicación de la Palabra, estoy entendiendo mal. No es agradable para mí insistir en esto. El Señor, en Su misericordia, haga que los corazones de los hombres busquen más el Espíritu de oración, y en el poder de este, derramen sus almas ante el Señor. Solo permíteme decir que es una triste señal que aquello que debería ser la parte más importante de la supuesta adoración a Dios es anticristiano, ya que lo único que lo sustenta son las tradiciones humanas y el poder de la persecución.
5. Conclusión
Concluiré este discurso con este consejo para todo el pueblo de Dios.
1) Entiende que, sin importar qué tan seguro estés en el camino de Dios, vas a encontrar tentaciones.
2) Por tanto, el primer día que vengas a formar parte de la congregación de Cristo, identifica estas tentaciones.
3) Cuando estas lleguen, ruega a Dios que te ayude a enfrentarlas.
4) Sé celoso de tu propio corazón, para que no te engañe en cuanto a las evidencias de que vas camino al cielo, ni en tu andar con Dios en este mundo.
5) Guárdate de las lisonjas de los falsos hermanos.
6) Mantente en la vida y en el poder de la verdad.
7) Pon tu mirada principalmente en las cosas que no se ven.
8) Guárdate de los pequeños pecados.
9) Mantén viva la promesa en tu corazón.
10) Renueva tus votos de fe en la sangre de Cristo.
11) Considera la obra de tu generación.
12) Considera correr de tal manera que obtengas el premio.
La gracia sea contigo.
[1] Esta introducción fue escrita por George Offor (1787-1864), que pasó sus días leyendo, investigando, grabando, comparando y editando las obras de John Bunyan, lo cual concluyó con su impresión de Works of John Bunyan [las Obras de John Bunyan] en tres volúmenes en 1854.
[2] Isaac Watts, Guide to Prayer [Una guía para la oración]
[3] John Bunyan, Works [Obras], Vol. 3, p. 346
[4] Works [Obras], Vol. 3, p. 298
[5] Libro oficial de formas, ritos y ceremonias de culto de la Iglesia de Inglaterra, compilado por Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury (1489-1556).
[6] Juan Bunyan, Gracia abundante: Misericordia divina para el más grande pecador.
[7] La oración eficaz y ferviente es una obra del Espíritu Santo en el corazón; y aquellos objetos por los que Él inclina al alma a orar son concedidos por Dios. Así, Jacob obtuvo grandes cosas (Gn 32:24-28); Moisés (Éx 32:11-14; Nm 14:13-21); Josué (Jos 10:12-14); Ezequías (2R 19:14-37); la mujer de Canaán (Mt 15:21-28). «La oración eficaz del justo puede mucho» (Stg 5:16). —Editor
[8] ¡Qué fácil es olvidar todos los beneficios de Dios, y qué imposible es recordarlos todos!
—Editor
[9] Libro de oración de la Iglesia católica.
[10] Señor de los ejércitos; Dios como soberano sobre el «ejército» de Su creación celestial y terrenal.
[11] Jesucristo ha abierto el camino a Dios Padre, por el sacrificio que hizo por nosotros en la cruz. La santidad y la justicia de Dios no deben asustar a los pecadores y mantenerlos alejados. Solo necesitan clamar a Dios en el nombre de Jesús, solamente invocar la sangre expiatoria de Jesús, y encontrarán a Dios en un trono de gracia, dispuesto a escuchar. El nombre de Jesús es un pasaporte infalible para nuestras oraciones. En ese Nombre un hombre puede acercarse a Dios con audacia y pedir con confianza. Dios se ha comprometido a escucharlo. Lector, piensa en esto; ¿no es esto un estímulo? (J. C. Ryle) —Editor
[12] La pupila del ojo; por lo tanto, el significado es que quien toca al pueblo de Dios, toca a los amados que están bajo Su cuidado.
[13] La justificación es un acto de la gracia gratuita de Dios, por el cual Él perdona todos nuestros pecados (Ro 3:24; Ef 1:7), y nos acepta como justos ante Él (2 Co 5:21) solo por la justicia de Cristo que se nos imputa (Ro 5:19), y que recibimos solo por la fe (Gá 2:16; Fil 3:9). (Catecismo de Spurgeon, pregunta 32.) Véase Portavoz de la Gracia 4, Justificación; ambos disponibles en Chapel Library.
[14] Edmund Bonner (c. 1500-1569) – Obispo de Londres de 1539 a 1549 y de nuevo de 1553 a 1559; conocido como «Bloody Bonner» [Bonner el sanguinario] por su papel en la persecución de los protestantes durante el reinado de la católica María I de Inglaterra («Bloody Mary» [María la sanguinaria]).
[15] LBLA (Siglas de La Biblia de las Américas) – Aunque, por lo general, no usamos la LBLA, ésta coincide aquí, literalmente, con el original hebreo y el inglés de la KJV (Versión Autorizada).
[16] Distracciones u obstáculos, como baches en una carretera que hacen que un caballo se «sobresalte» (retroceda) y abandone su trayectoria.
[17] Ejércitos – Sabaoth; huestes del cielo; por lo tanto, título divino de Dios que muestra Su poder como Rey sobre todos Sus ejércitos angélicos.
[18] Prenda blanca, larga y holgada, de mangas anchas, que llevan los ministros cristianos.
[19] En estos días, he encontrado que mi corazón se cierra contra el Señor, y contra Su santa Palabra: He descubierto que mi incredulidad ha puesto, por así decirlo, el hombro en la puerta para impedirle la entrada (Gracia abundante, No. 81). —Editor
[20] Formas de oración establecidas como regla o guía por la autoridad eclesiástica.
Derechos:
Copyright 2023 Chapel Library. El título original de John Bunyan era A Discourse Touching Prayer [Un discurso sobre la oración]; de dominio público. Impreso en EE.UU. Las citas de las Escrituras son de la versión RVR1960. Chapel Library no está necesariamente de acuerdo con todas las posiciones doctrinales de los autores que publica. Se concede expresamente permiso para reproducir este material por cualquier medio, siempre que:
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Traducido: Thania Espin
Edicion: Mariqui Atiaga y Nedelka Medina
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