El sacrificio aceptable
La excelencia de un corazón quebrantado
“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. —Salmo 51:17
Este salmo es el salmo penitencial de David. Se le puede llamar así apropiadamente porque es un salmo en el que se manifiesta el dolor sincero que sentía por su horrible pecado al deshonrar a Betsabé y asesinar a Urías, su esposo; una relación detallada de la cual se tiene en los capítulos 11 y 12 del Segundo Libro de Samuel. Como muestra este salmo, este pobre hombre experimentó muchos conflictos internos tan pronto como la convicción cayó sobre su espíritu. En un momento[1] clama por misericordia, luego confiesa sus atroces ofensas, y después lamenta la depravación de su naturaleza. A veces clama por ser lavado y santificado, y luego teme que Dios lo eche de Su presencia y le quite Su Espíritu Santo por completo. Así continúa hasta llegar al texto, y allí detiene su mente, encontrando en sí mismo ese corazón y ese espíritu que a Dios no le desagradaban. “Los sacrificios de Dios”, dice él, “son el espíritu quebrantado”; como si dijera: Doy gracias a Dios por tener eso. “Un corazón contrito y humillado”, dice, “Dios no lo desprecia”; como si dijera: Doy gracias a Dios por tener eso.
1. El texto abierto
Las palabras constan de dos partes:
Primero, una afirmación; segundo, una demostración de esa afirmación. La afirmación es esta: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado”. La demostración es esta: Porque Dios no desprecia un corazón quebrantado y contrito.
En la afirmación, dos cosas se presentan a nuestra consideración. Primero, que un espíritu quebrantado es para Dios un sacrificio. Segundo, que es para Dios como algo a lo que responde o que va más allá de todos los sacrificios. “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado”.
La demostración de esto es clara: porque Dios no despreciará ese corazón. “Un corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. De ahí saco esta conclusión: que un espíritu debidamente quebrantado, un corazón verdaderamente contrito, es para Dios algo excelente. Es decir, algo que va más allá de todos los deberes externos, ya que eso es lo que se pretende con la expresión “los sacrificios”, porque corresponde a todos los sacrificios que podemos ofrecer a Dios. Sí, sirve en lugar de todos. Todos nuestros sacrificios sin esto no son nada; solo esto es todo.
Hay cuatro cosas que son muy aceptables para Dios. 1) La primera es el sacrificio del cuerpo de Cristo por nuestros pecados. De esto se lee en He. 10; pues allí se le da preferencia sobre todas las ofrendas quemadas y sacrificios. Es esto lo que agrada a Dios; es esto lo que santifica, y así hace que el pueblo sea aceptable a la vista de Dios.
2) El amor sincero a Dios se considera mejor que todos los sacrificios o partes externas de la adoración. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas; y amarás a tu prójimo como a ti mismo; esto es más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mr. 12:33).
3) Caminar santa, humilde y obedientemente hacia Dios y delante de Él es otra cosa (Mi. 6:6-8). “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1 S. 15:22).
4) Y esto en nuestro texto es lo cuarto: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”.
Pero observa, por cierto, que este corazón quebrantado, este corazón contrito y humillado, es así de excelente solo para Dios. “Oh Dios”, dice él, “no lo despreciarás”. Con lo cual se implica que el mundo no tiene este aprecio o respeto por tal corazón, ni por aquel que tiene un espíritu quebrantado y contrito. No, no; un hombre, una mujer, bendecido con un corazón quebrantado, está tan lejos de lograr esta estima del mundo, que no son más que cargas y casas con problemas dondequiera que estén o vayan. Tales personas llevan consigo molestia e inquietud. Están en familias carnales como David lo estuvo con el rey de Gat, alborotadores de la casa (1 S. 21).
Sus suspiros, sus lágrimas, sus gemidos de día y de noche, sus gritos y oraciones y sus carruajes solitarios, pusieron fuera de orden a toda la familia carnal.[2] Por eso, algunos los amedrentan, otros los desprecian y otros los abandonan. Pero observa el texto: “Un corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” sino que más bien lo aceptarás; porque no despreciar es para Dios estimar y ponerle un alto precio.
2. Un corazón quebrantado es un corazón excelente.
Pero demostraremos mediante varios puntos particulares que un espíritu quebrantado, un espíritu debidamente quebrantado, un corazón verdaderamente contrito, es para Dios algo excelente.
Primero. Esto es evidente por la comparación: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado”; etc. Observa, Él rechaza los sacrificios, ofrendas y holocaustos —es decir, todas las ceremonias levíticas bajo la ley y todas las prácticas externas bajo el evangelio— pero acepta un corazón quebrantado. Por lo tanto, esto es manifiesto, si no hubiera nada más que decir, que demuestra que un corazón debidamente quebrantado, un corazón verdaderamente contrito, es para Dios algo excelente; pues, como ves, tal corazón se coloca por encima de todo sacrificio; y, sin embargo, eran ordenanzas de Dios, y cosas que Él mandó; pero, he aquí, un espíritu quebrantado está por encima de todo, un corazón contrito supera todo, sí, supera todo cuando se ponen todos juntos. No querrás lo uno. No despreciarás lo otro. ¡Oh, hermanos, un corazón quebrantado y contrito es algo excelente! He dicho que un corazón quebrantado, un corazón quebrantado y contrito, es estimado por encima de todos los sacrificios; añadiré…
Segundo. Es de mayor estima ante Dios que el cielo o la tierra; y eso es más que ponerlo antes que los deberes externos. “Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:1-2). Observa, Dios dice que Él ha hecho todas estas cosas, pero no dice que mirará a ellas, es decir, que se complacerá y deleitará en ellas. No, hay algo que falta en todo lo que Él ha hecho que debiera ocupar y deleitar Su corazón. Pero ahora, deja que un pecador quebrantado venga delante de Él; sí, Él recorre el mundo entero para encontrar a uno así, y habiéndolo encontrado, “a este hombre”, dice Él, “miraré”. Digo de nuevo que tal hombre para Él es de más valor que el cielo o la tierra. “Ellos”, dice Él, “envejecerán… perecerán” y desaparecerán (He. 1:10-12); pero este hombre continúa. Él, como se nos presenta en otro lugar, con otro carácter, permanecerá para siempre (1 Jn. 2:17).
“A este hombre miraré”. Con este hombre me deleitaré; porque mirar a veces significa eso. “Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía” dice Cristo a los de corazón humilde, “has apresado mi corazón con uno de tus ojos” (Cnt. 4:9), mientras que es como un conducto para dejar salir los ríos de su corazón quebrantado. He sido tomado, dice Él, “con una gargantilla de tu cuello” (Cnt. 4:9). Aquí, ves, Él mira y es arrebatado, Él mira y es tomado, como dice en otro lugar, “El rey está en las galerías”—es decir, es tomado con Su amada, con los ojos de paloma de Su amada, con el espíritu contrito de Su pueblo (Cnt. 7:5; 1:15). Pero no se dice así de Él con respecto al cielo o a la tierra. A ellos los estima menos. A ellos los reserva “para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 P. 3:7), pero los de corazón quebrantado son Sus amados, Sus joyas.
Por lo tanto, lo que he dicho al respecto debe considerarse como la verdad de Dios, a saber, que un pecador quebrantado, un pecador con un espíritu contrito, es más estimado por Dios que el cielo o la tierra. Él dice que Él los ha hecho, pero no dice que Él mirará a ellos. Él dice que son Su trono y Su estrado, pero no dice que ellos han tomado o cautivado Su corazón. No, son aquellos que tienen un espíritu contrito [quienes] hacen esto. Pero hay algo más en las palabras, “A este hombre miraré”—es decir, a este hombre cuidaré, alrededor de este hombre acamparé, pondré a este hombre bajo mi protección; pues mirar a alguien a veces significa eso; y yo tomo el significado en este lugar como tal (Pr. 27:23; Jer. 39:12; 40:4). “Sostiene Jehová a todos los que caen, Y levanta a todos los oprimidos” (Sal. 145:14). Y los quebrantados están entre ellos; por lo tanto, Él cuida de ellos, acampa a su alrededor, y ha puesto Sus ojos en tal persona para bien. Esto, por lo tanto, es una segunda demostración para probar que el hombre que tiene su espíritu debidamente quebrantado, su corazón verdaderamente contrito, es de gran estima para Dios.
Tercero. Además, Dios no solo prefiere a tal persona, como se ha dicho, antes que al cielo y a la tierra, sino que la ama, desea tener a ese hombre como íntimo, como compañero. Él debe morar, debe cohabitar[3] con aquel que tiene un corazón quebrantado, con aquellos que tienen un espíritu contrito. ‘Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu”, etc. (Is. 57:15).
Observa aquí tanto la majestad como la condescendencia del Alto y Sublime; Su majestad, en que Él es alto, y el habitante de la eternidad. “Yo soy el Alto y Sublime”, dice Él, “yo habito la eternidad”. En verdad, esta consideración es suficiente para hacer que el hombre quebrantado se arrastre a un agujero de ratón para esconderse de tal majestad. Pero he aquí Su corazón, Su mente condescendiente: también habitaré con aquel que tiene un corazón quebrantado, con aquel que tiene un espíritu contrito. Ese es el hombre con quien querría conversar; ese es el hombre con quien cohabitaré. Ese es él, dice Dios, al que elegiré como mi compañero. Porque el deseo de morar con alguien supone todas estas cosas; y en verdad, de todos los hombres del mundo, ninguno tiene conocimiento de Dios, ninguno entiende lo que significa la comunión con Él, y lo que significan Sus enseñanzas, sino aquellos que tienen un corazón quebrantado y contrito. “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón” (Sal. 34:18). Estos son los que se tienen en cuenta en el Salmo 14, donde se dice: “Jehová miró desde los cielos…para ver si alguno…entendía, y buscaba a Dios”; para que pudiera encontrar a alguien en el mundo con quien conversar; porque en verdad no hay nadie más que entienda, o que pueda inclinarse a escucharlo. Dios, podría decirse, se ve obligado a quebrantar los corazones de los hombres antes de poder hacerlos dispuestos a clamar a Él, o dispuestos a que Él se preocupe por ellos. Los demás cierran sus ojos, tapan sus oídos, retiran sus corazones, o le dicen a Dios: ¡Apártate! (Job 21:14). Pero ahora, el quebrantado de corazón puede atenderlo. Tiene tiempo libre, sí, tiempo libre, voluntad y entendimiento, y todo; y, por lo tanto, [él] es un hombre apto para tratar con Dios. También hay espacio en la casa de este hombre, en el corazón de este hombre, en el espíritu de este hombre, para que Dios more, para que Dios camine, para que Dios establezca un reino.
Por lo tanto, aquí hay una conveniencia. “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” dice Dios (Am. 3:3). El quebrantado de corazón desea la compañía de Dios. “¿Cuándo vendrás a mí?” dice él. El quebrantado de corazón ama oír a Dios hablar y conversar con Él. Aquí hay una conveniencia. “Hazme”, dice él, “oír gozo y alegría; y se recrearán los huesos que has abatido” (Sal. 51:8). Pero aquí reside la gloria, en que el Alto y Sublime, el Dios que habita la eternidad, y que tenía un lugar alto y santo para Su morada, debería elegir morar con, y ser compañero de los quebrantados de corazón, y de aquellos que tienen un espíritu contrito. Sí, y aquí también hay gran consuelo para tales.
Cuarto. Dios no solo prefiere un corazón así antes que todos los sacrificios, ni estima a un hombre así por encima del cielo y la tierra, ni solamente desea ser su conocido, sino que reserva para él Sus principales consuelos, Sus dádivas que reavivan el corazón y alegran el alma. “Yo moro”, dice Él, con tales para revivirlos, y para sostenerlos y consolarlos, “para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Is. 57:15). El hombre quebrantado de corazón es un hombre desfallecido. Tiene sus temores, sus ataques de desánimo. A menudo desfallece por el dolor y el miedo. Debe ser sostenido con jarras y consolado con manzanas, o de lo contrario no sabrá qué hacer. Se consume, se consume en su iniquidad; y nada puede mantenerlo vivo y hacerlo sentir bien excepto los consuelos y las dádivas del Dios Todopoderoso (Éx. 33:10-11). Por lo tanto, con tal persona morará Dios, para revivir el corazón, para revivir el espíritu, “para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”.
Dios tiene dádivas, pero son para consolar a los “humildes” (2 Co. 7:6); y tales son los quebrantados de corazón. En cuanto a los que están sanos, no necesitan al médico (Mr. 2:17). Son los quebrantados de espíritu los que necesitan dádivas. Los médicos no son estimados sino por aquellos que sienten su enfermedad; y esta es una razón por la cual Dios es tan poco considerado en el mundo, precisamente porque no han sido enfermos por el golpe hiriente de Dios. Pero ahora, cuando un hombre es herido, tiene sus huesos rotos, o se enferma, y es puesto a la puerta del sepulcro, ¿quién es tan estimado por él como un médico capaz? ¿Qué se desea tanto como las dádivas, los consuelos y los suministros adecuados de un médico hábil en esos asuntos? Y así es con los quebrantados de corazón; él necesita, y Dios le ha preparado abundancia de consuelos y dádivas del cielo, para socorrer y aliviar su alma agonizante.
Por lo tanto, tal persona se encuentra bajo todas las promesas que tienen socorro en ellas, y consuelo para los hombres enfermos y desanimados bajo el sentido del pecado y la pesada ira de Dios; y ellos, dice Dios, serán refrescados y revividos con ellos. Sí, están destinados para ellos. Por lo tanto, Él ha quebrantado sus corazones, por lo tanto, Él ha herido sus espíritus, para que pudieran deleitarse[4] en Sus dádivas revivificantes, para que pudiera ministrarles Sus consuelos revivificantes. Porque en verdad, tan pronto como Él los ha quebrantado, su corazón se llena de compasión y su misericordia se despierta dentro de Él, y no permitirá que sigan afligidos. Efraín fue uno de estos; pero tan pronto como Dios lo hirió, he aquí Su corazón, cómo se inclina hacia él. “¿No es Efraín hijo precioso para mí?” —es decir, lo es. “¿No es niño en quien me deleito?” —es decir lo es; “pues desde que hablé de él, me he acordado de él constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él; ciertamente tendré de él misericordia, dice Jehová” (Jer. 31:18-20). Por lo tanto, esta es otra demostración.
Quinto. Así como Dios prefiere un corazón así, y estima al hombre que lo posee más que al cielo y a la tierra; así como Él ansía la intimidad con tal persona, y prepara y le reserva Sus dádivas; así también, cuando envió a Su Hijo Jesús al mundo como Salvador, le dio un encargo especial para cuidar de ellos. Sí, esa fue una de las principales razones por las que lo envió desde el cielo, ungido para Su obra en la tierra. El Espíritu del Señor está sobre mí”, dice Él; “por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón” etc. (Lc. 4:18; Is. 61:1). Ahora bien, que esto se refiera a Cristo queda confirmado por Sus propios labios; porque en los días de Su carne tomó este libro en Sus manos, cuando estaba en la sinagoga en Nazaret, y leyó este mismo pasaje al pueblo, y luego les dijo que ese mismo día esa Escritura se había cumplido en sus oídos (Lc. 4:16-18).
Pero observa, estas son las almas cuyo bienestar se ha dispuesto en los cielos. Dios consideró su salvación, su liberación, su sanidad, antes de enviar a Su Hijo desde los cielos. ¿No demuestra esto, por tanto, que un hombre quebrantado de corazón, un hombre de espíritu contrito es de gran estima para Dios? Siempre me ha asombrado que David diera a Joab y a los hombres de guerra una orden de tener cuidado de tratar con ternura al joven rebelde Absalón, su hijo (2 S. 18:5). Pero que Dios, el Dios Altísimo, el Dios contra Quien hemos pecado, tan pronto como ha herido, dé a Su Hijo una orden, un encargo, una comisión para cuidar, vendar y sanar a los quebrantados de corazón—esto es algo que nunca puede ser suficientemente admirado o asombrado por hombres o ángeles.
Y así como esta fue Su comisión, así actuó, como está claramente expuesto en la parábola del hombre que cayó entre ladrones. Fue a él, derramó en sus heridas vino y aceite, las vendó, lo llevó, lo puso sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada, dio instrucciones al posadero para que lo cuidara bien, le entregó dinero en mano y le prometió al regresar compensarle cualquier gasto adicional que tuviera mientras estaba bajo su cuidado (Lc. 10:30-35). Observa, por tanto, el cuidado de Dios hacia los quebrantados de corazón. Él le ha dado un encargo a Cristo, Su Hijo, para que los cuide bien, para que vende y sane sus heridas. Observa también la fidelidad de Cristo, Quien no oculta, sino que lee esta comisión tan pronto como inicia Su ministerio, y también entra en la parte práctica de esta: “Sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas” (Sal. 147:3).
Y observa nuevamente a quién ha encomendado este pobre ser su corazón quebrantado y espíritu contrito. Está bajo el cuidado de Dios, el cuidado y la cura de Cristo. Si un hombre estuviera seguro de que su enfermedad lo ha puesto bajo el cuidado especial del rey y la reina, aun así, no podría estar seguro de la vida. Podría morir bajo sus soberanas manos. Pero aquí está un hombre en el favor de Dios, y bajo la mano de Cristo para ser sanado, bajo cuya mano ninguno ha muerto jamás por falta de habilidad o poder en Él para salvar su vida. Por lo tanto, este hombre debe vivir. Cristo tiene en Su comisión no solo vendar sus heridas, sino también sanarlo. Él mismo lo ha explicado al leer Su comisión; por lo tanto, el que tiene su corazón quebrantado, y es de espíritu contrito, no solo debe tomarse bajo cuidado, sino sanado; sanado de su dolor, aflicción, pena, pecado y temores de la muerte y el fuego del infierno. Por eso Él añade, que debe darle a tal persona “gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado”; y debe “consolar a todos los que lloran” (Is. 61:2-3). Esto, digo yo, está en Su comisión; los quebrantados de corazón son puestos en Su mano, y Él mismo ha dicho que los sanará. De ahí que Él dice de ese mismo hombre: “He visto sus caminos; pero le sanaré, y le pastorearé: y le daré consuelo a él y a sus enlutados; … y lo sanaré” (Is. 57:18-19). Y esta es una quinta demostración.
Sexta. Así como Dios prefiere tal corazón, y estima tanto al hombre que lo posee; así como desea su compañía, ha provisto para él Sus dádivas y ha dado a Cristo el encargo de sanarlo, también ha prometido finalmente salvarlo. “Salva a los que son de espíritu contrito”; o, como lo tiene la nota marginal, que son “contritos de espíritu” (Sal. 34:18).
Y esta es la conclusión de todo; porque salvar a un hombre es el fin de toda misericordia especial. “Salva a los que son de espíritu contrito”. Salvar es perdonar; porque sin el perdón de los pecados no podemos ser salvos. Salvar es preservar a una persona en este mundo miserable y librarla de todos esos demonios, tentaciones, trampas y destrucciones que, si no fuéramos guardados, si no fuéramos preservados por Dios, destruirían nuestro cuerpo y alma para siempre. Salvar es llevar a un hombre cuerpo y alma a la gloria, y darle una mansión eterna en el cielo, para que habite en la presencia de este buen Dios y del Señor Jesús, y les cante los cánticos de su redención por los siglos de los siglos. Eso es ser salvo; y nada menos que esto puede completar la salvación del pecador. Ahora bien, esto es lo que les corresponde a los quebrantados de corazón y es el fin que Dios hará con los de espíritu contrito. Él “salva a los de espíritu contrito”. ¡Los salva! ¡Esto es excelente!
Pero ¿lo creen los quebrantados de espíritu? ¿Pueden imaginar que este es el fin para el cual Dios los diseñó y que Él tenía la intención de hacer con ellos el día en que comenzó a quebrar sus corazones? ¡No, no! Ellos—¡ay!—piensan todo lo contrario. Temen que esto no sea más que el comienzo de la muerte, y una señal de que nunca verán el rostro de Dios con consuelo, ni en este mundo ni en el venidero. De ahí que clamen: “No me eches de delante de ti”; o, Ahora estoy “libre entre los muertos”, a quienes Dios no recuerda más (Sal. 51:11; 88:4-5). Porque, de hecho, al quebrantamiento del corazón lo acompaña una apariencia visible de la ira de Dios, y una acusación directa desde el cielo de la culpa del pecado a la conciencia. Esto, para la razón, es muy terrible; porque derriba el alma hasta el suelo; “porque, ¿quién soportará al ánimo angustiado?” (Pr. 18:14).
También le parece a este hombre ahora que esto no es más que el comienzo del infierno; pero como si fuera el primer paso hacia el pozo, cuando, en realidad, todo esto no son más que los comienzos del amor, y solo aquello que allana el camino para la vida. El Señor mata antes de dar vida; hiere antes de que Sus manos sanen (Dt. 32:39; 1 S. 2:6). Sí, Él hace lo uno para poder hacer lo otro o porque así lo haría. Él hiere, porque Su propósito es sanar. “Él aflige, y venda; hiere, y sus manos sanan” (Job 5:18). Su designio, digo, es la salvación del alma. Él “azota”, quebranta el corazón de, “todo hijo que recibe”; ¡y ay de aquel cuyo corazón Dios no quebranta!
Y así he probado lo que al principio afirmé, a saber, que un espíritu debidamente quebrantado, un corazón verdaderamente contrito, es para Dios algo excelente. “Un corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh, Dios”. Para esto digo: Primero. Esto es evidente; porque es mejor que los sacrificios, que todos los sacrificios. Segundo. El hombre que lo tiene es más estimado por Dios que el cielo o la tierra. Tercero. Tercero. Dios ansía a tal hombre como su íntimo y compañero de casa. Cuarto. Él reserva para ellos Sus dádivas y consuelos espirituales. Quinto. Él ha dado a Su Hijo un encargo, un mandamiento para cuidar de que los quebrantados de corazón sean sanados; y Él está decidido a sanarlos. Sexto. Y concluyo, que los quebrantados de corazón, y aquellos que tienen un espíritu contrito, serán salvos, es decir, poseerán los cielos.
3. Qué es un corazón quebrantado
Vengo ahora a mostrarles qué es un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Esto debe hacerse, porque en el descubrimiento de esto reside tanto el consuelo de quienes lo tienen como la convicción de quienes no la tienen. Ahora bien, para hacerlo mejor, debo proponer y hablar sobre estas cuatro cosas. Primero, debo mostrarles cómo es un corazón que no está quebrantado, que no está contrito. Segundo, debo mostrarles cómo, o con qué, el corazón se quebranta y se contrista. Tercero, mostrarles cómo y qué es cuando está quebrantado y contrito. Y, cuarto, por último, les daré algunas señales de un corazón quebrantado y contrito.
a. Un corazón no quebrantado
Para el primero de estos, a saber, qué es un corazón que no está quebrantado, es decir, que no está contrito.
1) El corazón, antes de ser quebrantado, es duro y terco, obstinado contra Dios y la salvación del alma (Zac. 7:12; Dt. 2:30; 9:27).
2) Es un corazón lleno de malas intenciones y tinieblas (Gn. 8:21; Ro. 1:21).
3) Es un corazón engañoso y susceptible de ser engañado, especialmente en lo que concierne a la eternidad (Is. 44:20; Dt. 11:16).
4) Es un corazón que más bien acumula iniquidad y vanidad que cualquier cosa que sea buena para el alma (Sal. 41:6; 94:11).
5) Es un corazón incrédulo, que se apartará de Dios para pecar (He. 3:12; Dt. 17:17).
6) Es un corazón que no está preparado para Dios, al ser incircunciso, ni para recibir su santa Palabra (2 Cr. 12:14; Sal. 78:8; Hch. 7:51).
Es un corazón doble. Finge servir a Dios, pero a la vez se inclina al diablo y al pecado (Sal. 12:2; Ez. 33:31).
8) Es un corazón orgulloso y obstinado. No se deja controlar, aunque Dios mismo lo controle (Sal. 101:5; Pr. 16:5; Mal. 3:13).
9) Es un corazón que cede ante Satanás, pero resiste al Espíritu Santo (Hch. 5:3; 7:51).
10) En resumen, es engañoso sobre todas las cosas y perverso, tan perverso que nadie puede conocerlo (Jer. 17:9).
Que el corazón antes de ser quebrantado es así, y peor de lo que he descrito, lo demuestra suficientemente el curso general del mundo. ¿Dónde está el hombre cuyo corazón no se ha quebrantado, y cuyo espíritu no está contrito, que, según la Palabra de Dios, trata honestamente con su propia alma? Una característica de un corazón recto es ser sano en los estatutos de Dios y honesto (Sal. 119:18; Lc. 8:15). Ahora bien, un corazón honesto no se desanimará ni se dejará desanimar por aquello que no se puede comprar con dinero corriente al comerciante; es decir, por aquello que no se vende como gracia salvadora en el día del juicio. Pero, ¡ay, ay! Pocos hombres, por honestos que sean con los demás, son honestos consigo mismos; aunque quien se engañó a sí mismo, como dice Santiago, es el peor de los engañadores (Stg. 1:22, 26).
b. Con qué se quebranta el corazón
Ahora vengo a mostrarles con qué y cómo se quebranta el corazón y se contrista el espíritu.
[Primero. Con qué se quebranta el corazón y se contrista el espíritu].
El instrumento con el que se quebranta el corazón y se contrita el espíritu es la Palabra. “¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?” (Jer. 23:29). La piedra, en este texto, es el corazón, que en otro lugar se compara con un diamante, más duro que el pedernal (Zac. 7:11-12; Ez. 3:9). Esta piedra, este diamante, este corazón de piedra, es quebrantado y contrito por la Palabra. Pero solo es así cuando la Palabra es como fuego, y como martillo que la quebranta y la derrite. Y entonces, y solo entonces, es como un fuego y un martillo para el corazón quebrantarlo, cuando lo maneja el brazo de Dios. Nadie puede quebrantar el corazón con la Palabra. Ningún ángel puede quebrantar el corazón con la Palabra, es decir, si Dios se abstiene de secundarlo con el gran poder del cielo. Esto hizo que Balaam se fuera sin un corazón debidamente quebrantado y verdaderamente contrito, aunque fue reprendido por un ángel; y los fariseos murieron en sus pecados, aunque fueron reprendidos por ellos y amonestados por el Salvador del mundo a apartarse de ellos. Por lo tanto, aunque la Palabra es el instrumento con el que se quebranta el corazón, no se quebranta con la Palabra hasta que esta es manejada por el poder de Dios.
Esto hizo que el profeta Isaías, después de una larga predicación, exclamara que había trabajado para nada y en vano; y esto le hizo clamar a Dios para que “rasgara los cielos” y “descendiera”, para que las montañas, las colinas rocosas o los corazones se quebrantaran y se derritieran ante su presencia (Is. 49:4; 64:1-2). Porque descubrió por experiencia que, en cuanto a esto, ninguna obra eficaz podía realizarse a menos que el Señor interviniera. Esto también se insinúa a menudo en las Escrituras, donde dice, cuando los predicadores predicaban eficazmente para quebrantar los corazones de los hombres, “El Señor obró con ellos[5]… la mano del Señor estaba con ellos”, y cosas por el estilo (Mr. 16:20; Hch. 11:21).
Ahora bien, cuando la mano del Señor está con la Palabra, entonces es poderosa. Es “poderosa en Dios, para derribar fortalezas” (2 Co. 10:4). Es afilada, entonces, como una espada en el alma y el espíritu (He. 4:12). Se clava como una flecha en los corazones de los pecadores, para hacer que la gente caiga a Sus pies en busca de misericordia. Entonces es, como se dijo antes, como fuego y como martillo para quebrantar esta piedra en pedazos (Sal. 110:3). Y por eso se menciona la Palabra bajo una doble consideración: 1) Tal como se sostiene por sí sola; 2) Como asistida por el poder del cielo.
- Como se sostiene por sí sola, y no es secundada por la operación salvadora del cielo, se le llama solo la Palabra, la Palabra apenas, o como si fuera solo la palabra de los hombres (1 Ts. 1:5-7; 1 Co. 4:19-20; 1 Ts. 2:13). Porque, entonces, solo es manejada por hombres, quienes no son capaces de hacerla realizar esa obra. La Palabra de Dios, cuando está solo en la mano de un hombre, es como la espada del padre en la mano del niño de pecho; esta espada que, aunque nunca tan bien puntiaguda, y aunque nunca tan afilada en sus bordes, ahora no es capaz de conquistar a un enemigo, ni de hacer que un enemigo caiga y clame por misericordia, porque está solamente en la mano del niño. Pero ahora, si la misma espada se pone en la mano de un padre hábil —y Dios es hábil y capaz de manejar Su Palabra—, entonces tanto el pecador como los orgullosos ayudantes se ven obligados a inclinarse y someterse. Por tanto, digo, aunque la Palabra sea el instrumento, por sí sola no salva al alma. No se quebranta el corazón ni se contrista el espíritu. Solo obra la muerte y deja a los hombres encadenados por sus pecados, atados aún más a la condenación eterna (2 Co. 2:15-16).
- Pero cuando es secundada por un gran poder, la misma Palabra es como el rugido de un león, como la herida de una espada, como un fuego abrasador en los huesos, como un trueno y como un martillo que todo lo destroza (Jer. 25:30; Am. 1:2; 3:8; Hch. 2:37; Jer. 20:9; Sal. 29:3-9). Por lo tanto, de aquí se concluye que quien haya oído la Palabra predicada y no haya escuchado la voz del Dios vivo en ella, aún no ha sido quebrantado de corazón ni su espíritu contrito por sus pecados.
[Segundo. Cómo se quebranta el corazón y se contrista el espíritu].
Y esto me lleva a lo segundo, a saber, mostrar cómo la Palabra quebranta el corazón y contrista el espíritu, y en verdad es cuando la Palabra llega con poder. Pero esto es solo general; por lo tanto, más particularmente:
- Entonces la Palabra obra eficazmente para este propósito, cuando descubre al pecador y su pecado, y lo convence de que lo ha descubierto. Así fue con nuestro primer padre. Cuando pecó, buscó esconderse de Dios. Se metió entre los árboles del jardín y allí se cubrió; pero, sintiéndose inseguro, se cubrió con hojas de higuera; y ahora yace tranquilo. Ahora Dios no me encontrará, piensa, ni sabrá lo que he hecho. Pero he aquí que, poco a poco, oye “la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto” (Gn. 3:8). Y ahora, Adán, ¿qué piensas hacer? Pues, todavía se esconde, oculta la cabeza, buscando permanecer oculto; pero he aquí, la voz grita: “¡Adán!”, y entonces empieza a temblar. “¿Adán, dónde estás?”, dice Dios; y entonces Adán debe responder (ver Gn. 3:7-11). Pero la voz del Señor Dios no lo deja allí. No, ahora empieza a escudriñar e indagar sobre sus acciones, y a desentrañar lo que había envuelto y cubierto, hasta dejarlo desnudo ante sus propios ojos, ante el rostro de Dios. Así, pues, actúa la Palabra, cuando es dirigida por el brazo de Dios. Descubre, señala al pecador. El pecador lo descubre así. Descubre los pecados del pecador. Desenreda toda su vida; lo desnuda y lo deja desnudo ante sus propios ojos, ante el rostro de Dios. El pecador y su maldad ya no pueden permanecer ocultos ni encubiertos; y ahora el pecador comienza a ver lo que nunca vio antes.
- Otro ejemplo de esto es David, el hombre de nuestro texto. Él peca, peca gravemente, peca y lo oculta; sí, y busca ocultarlo de la presencia de Dios y de los hombres. Pues bien, Natán es enviado a predicarle, y eso en común, y eso de manera especial: en común, mediante una parábola; en especial, mediante una aplicación particular de la predicación a él. Mientras Natán solo predicaba en común, o en general, David era un pez sano,[6] y se mantenía tan recto ante sus propios ojos como si hubiera sido tan inocente e inofensivo como cualquier hombre vivo. Pero Dios amaba a David, y por lo tanto le ordena a su siervo Natán que vaya a casa, no solo a los oídos de David, sino a su conciencia. Pues bien, David ahora debe caer. Dice Natán: “Tú eres aquel hombre”; dice David: “He pecado”, y entonces su corazón se quebrantó y su espíritu se contristó, como lo demuestra este salmo y nuestro texto (2 S. 12:1-13).
- Un tercer ejemplo es el de Saulo. Había escuchado muchos sermones y se había convertido en un gran profesante. Sí, era más celoso que muchos de sus iguales; pero su corazón nunca se quebrantó, ni su espíritu se contristó, hasta que escuchó a Uno predicar desde el cielo, hasta que escuchó a Dios, en la Palabra de Dios, indagar sobre sus pecados. “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, dice Jesús; y entonces no pudo soportarlo más; porque entonces su corazón se quebró, después cayó al suelo, luego tembló, entonces exclamó: “¿Quién eres, Señor?” y “Señor, ¿qué quieres que haga?” (Hch. 9). Por lo tanto, como dije, la palabra obra eficazmente para este propósito cuando descubre al pecador y su pecado, y también cuando lo convence de que lo ha descubierto. Solo debo añadir una advertencia, porque toda acción de la Palabra sobre la conciencia no es salvadora; ni toda convicción culmina en la conversión salvadora del pecador. Es entonces solo esta operación de la Palabra la que se pretende, es decir, mostrarle al pecador no solo la maldad de sus caminos, sino también llevar su corazón sinceramente a Dios por Cristo. Y esto me lleva al tercer punto.
c. Cómo y qué es el corazón cuando está quebrantado
Por lo tanto, he venido a mostrarles cómo y qué es el corazón cuando está quebrantado y contrito. Y esto debo hacerlo explicándoles las dos expresiones principales del texto. Primero, qué significa la palabra quebrantado. Segundo, qué significa la palabra contrito.
Primero. Para la palabra quebrantado, Tyndale la traduce como “un corazón atribulado”,[7] pero creo que hay más en ella. Por lo tanto, la considero un corazón incapacitado en cuanto a acciones pasadas, así como un hombre con huesos quebrados está incapacitado en cuanto a su forma de correr, saltar, luchar o cualquier otra cosa, lo cual en vano[8] solía hacer; por lo tanto, a lo que en el texto se llama un corazón quebrantado, él lo llama sus huesos quebrantados en el versículo ocho: “Hazme”, dice él, “oír gozo y alegría; y se recrearán los huesos que has abatido” (Sal. 51:8). ¿Y por qué se compara el quebrantamiento del corazón con el quebrantamiento de los huesos? Pero así como cuando se rompen los huesos, el hombre exterior queda incapacitado para hacer lo que solía hacer, así también cuando el espíritu se rompe, el hombre interior queda incapacitado para la vanidad y la locura en las que antes se deleitaba. Por lo tanto, la debilidad se une a este quebrantamiento de corazón. “Estoy debilitado”, dice él, “y molido en gran manera” (Sal. 38:8). He perdido mi fuerza y mi antiguo vigor para los caminos vanos y pecaminosos.
Esto, entonces, es tener el corazón quebrantado; es decir, tenerlo lisiado, incapacitado y apartado, por la sensación de la ira de Dios debida al pecado, de ese curso de vida en el que antes estaba acostumbrado. Y para demostrar que esta obra no es una fantasía, ni se realiza sin gran dolor para el alma, se compara con descoyuntar, quebrar, quemar, o quitar la humedad natural de los huesos, afligir, etc. (Sal. 22:14; Jer. 20:9; Lm. 1:13; Sal. 6:2; Pr. 17:22). Todas estas son expresiones adornadas con similitudes que declaran innegablemente que sentir un corazón quebrantado es algo doloroso.
Segundo. ¿Qué significa la palabra contrito? Un espíritu contrito es penitente, profundamente afligido y dolido por los pecados cometidos contra Dios y en perjuicio del alma; y así debe entenderse en todos los pasajes donde se menciona un espíritu contrito, como en Salmo 34:18 e Isaías 57:15 y 66:2.
Así como un hombre que, por su insensatez, se ha roto una pierna o un brazo, lamenta profundamente haber sido tan necio como para entregarse a tan necias costumbres de ociosidad y vanidad; así también aquel, cuyo corazón está quebrantado por la ira de Dios a causa de su pecado, siente un profundo dolor en su alma y se arrepiente profundamente de haber sido tan necio como para, por sus actos rebeldes, llevarse a sí mismo y a su alma a tan aguda aflicción. Por lo tanto, mientras otros se recrean en la vanidad, este otro llama a su pecado su mayor insensatez. “Hieden y supuran mis llagas”, dice David, “a causa de mi locura”. Y además: “Dios, tú conoces mi insensatez, y mis pecados no te son ocultos” (Sal. 38:5; 69:5).
Los hombres, digan lo que digan, no pueden concluir, si aún les falta el quebrantamiento de corazón, que el pecado es una insensatez. Por eso dice: “Pero la insensatez de los necios es infatuación” (Pr. 14:24). Es decir, la necedad de algunos hombres reside en que se complacen en sus pecados; pues sus pecados son su necedad, y la infatuación de su alma reside en tolerar esta necedad. Pero el hombre con el corazón quebrantado no es ninguno de estos, no puede ser uno de estos, como tampoco quien tiene los huesos quebrantados puede regocijarse de que se le quiera para jugar un partido de fútbol. Por lo tanto, oír a otros hablar neciamente es para el dolor de aquellos a quienes Dios ha herido (Sal. 69:26); o, como se dice en otro lugar, sus palabras son “como golpes de espada” (Pr, 12:18). Por lo tanto, considero que este es el significado de estas dos palabras: un espíritu quebrantado y contrito.
d. Algunas señales de un corazón quebrantado
Por último, en cuanto a esto, ahora les daré más específicamente algunas señales de un corazón quebrantado, de un espíritu quebrantado y contrito.
Primera. Un hombre con el corazón quebrantado, como se describe en el texto, es un hombre sensible;[9] él es llevado al ejercicio de todos los sentidos de su alma. Todos los demás están muertos, sin sentido y sin una verdadera comprensión de lo que el hombre con el corazón quebrantado percibe.
- Se ve a sí mismo como lo que otros ignoran; es decir, se ve no solo como un hombre pecador, sino como un hombre por naturaleza en la hiel y la atadura del pecado. En la hiel del pecado —es la expresión de Pedro a Simón (Hch. 8:23), y es un dicho común a todos los hombres; pues todo hombre en estado natural está en la hiel del pecado. Fue formado en ella, concebido en ella (Sal. 51:5); también la posee, y por esa posesión infectó toda su alma y cuerpo. Esto lo ve, esto lo entiende. No todo profesante ve esto, porque la bendición de un corazón quebrantado no se concede a todos. David dice: “Nada hay sano en mi carne” (Sal. 38:3); y Salomón sugiere que una plaga o llaga supurante se encuentra en el corazón (1 R. 8:38). Pero no todos lo perciben. Él repite que sus heridas hedían y supuraban (Sal. 38:5); que su “llaga corría… y no cesaba” (Sal. 77:2). Pero el hombre brutal, aquel cuyo corazón nunca se quebrantó, no comprende estas cosas. Pero el quebrantado de corazón, el hombre de espíritu quebrantado ve, como lo expresa el profeta, su enfermedad, su herida. “Y verá Efraín su enfermedad, y Judá su llaga” —la ve con dolor, la ve con tristeza (Os. 5:13).
- Él siente lo que otros no perciben. Siente las saetas del Todopoderoso, y que se le clavan firmemente (Sal. 38:2). Siente cuán dolorida y enferma está su pobre alma, por el golpe del martillo de Dios en su corazón para quebrantarlo (Os. 5:13). Siente una carga intolerable sobre su espíritu. “Porque mis iniquidades”, dice él, “se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí” (Sal. 38:4). Siente también la pesada mano de Dios sobre su alma, algo desconocido para los hombres carnales. Siente dolor, al ser herido, incluso un dolor que otros no pueden comprender, porque no están quebrantados. “Mi corazón”, dice David, “está dolorido dentro de mí”. ¿Por qué? ¡Por qué! “Y terrores de muerte sobre mí han caído” (Sal. 55:4). Los terrores de la muerte causan dolor, sí, dolor de la naturaleza más alta; por lo tanto, lo que aquí se llama “dolores” se llama en otro lugar “angustias” (Isaías 21:3).
Saben que los huesos rotos causan dolor, un dolor intenso, sí, un dolor que hace gemir a un hombre o una mujer “con gemidos de herido de muerte” (Ez. 30:24). El dolor del alma es el dolor más intenso, en comparación con el cual el dolor del cuerpo es muy tolerable (Pr. 18:14). Ahora bien, aquí hay dolor del alma, aquí hay dolor del corazón. Aquí estamos hablando de un herido, de un espíritu quebrantado; por lo tanto, este dolor se siente hasta el hundimiento de todo el hombre, y nadie puede soportarlo sino Dios. Aquí hay muerte en este dolor, muerte para siempre, sin la misericordia especial de Dios. Este dolor traerá el alma a la realidad,[10] y esto es lo que siente el hombre quebrantado de corazón. “Me rodearon ligaduras de muerte”, dice David, “me encontraron las angustias del Seol; angustia y dolor había yo hallado” (Sal. 116:3). Ay, te lo aseguro, pobre hombre, encontraste angustia y dolor; pues las penas del infierno y las tristezas de la muerte son las más intolerables. Pero esto lo sabe el hombre con el corazón quebrantado.[11]
- Como ve y siente, él oye aquello que aumenta su dolor y pena. Ya saben, si a un hombre se le rompen los huesos, no solo ve y siente, sino que a menudo también oye lo que aumenta su dolor; como que sus heridas son incurables; que su hueso no está bien colocado; que hay peligro de gangrena; que puede perderse por falta de atención. Estas son las voces, los dichos, que rondan la casa de quien tiene los huesos rotos. Y un hombre con el corazón quebrantado sabe a qué me refiero. Oye aquello que le hace temblar los labios, y ante cuyo ruido parece sentir que la podredumbre se le mete en los huesos. Temblaba en su interior y deseaba oír gozo y alegría, para que los huesos, el corazón y el espíritu que Dios había quebrantado se regocijaran (Hab. 3:16; Sal. 51:8). Creía oír a Dios decir, al diablo decir, a su conciencia decir, y a todos los hombres buenos susurrar entre sí: “No hay para él salvación en Dios” (Sal. 3:2). Job oyó esto, David oyó esto, Hemán oyó esto; y este es el sonido común en los oídos de los quebrantados de corazón.
- Los quebrantados de corazón huelen lo que otros no pueden oler. ¡Ay! El pecado nunca olió tan mal para ningún hombre vivo como huele mal a los quebrantados de corazón. Sabes que las heridas apestan; pero no hay hedor como el del pecado para el hombre quebrantado de corazón. Sus propios pecados apestan, y también los pecados de todo el mundo para él. El pecado es como carroña; es de naturaleza pestilente. Sí, tiene el peor de los olores; sin embargo, a algunos hombres les gusta. Pero nadie se ofende con su olor excepto Dios y el pecador quebrantado de corazón. “Hieden y supuran mis llagas”, dice él (Sal. 38:5), tanto en las narices de Dios como en las mías. Pero, ¡ay!, ¿quién huele el hedor del pecado? Nadie del mundo carnal. Ellos, como cuervos carroñeros, lo buscan, lo aman y lo comen como el niño come pan. “Del pecado de mi pueblo comen”, dice Dios, “y en su maldad levantan su alma” (Os. 4:8). Esto, digo, lo hacen porque no perciben el olor nauseabundo del pecado. Saben que lo que es nauseabundo al olfato no puede ser agradable al gusto. El hombre quebrantado de corazón encuentra nauseabundo el pecado, y por eso exclama: “¡Apesta!”. También piensan a veces que el olor a fuego, a fuego y azufre, los domina, pues son tan sensibles a la paga del pecado.
- El quebrantado de corazón también es un hombre que saborea. Las heridas, si son dolorosas y están llenas de dolor, de grandes dolores, a veces alteran el gusto de una persona. Le hacen pensar que su comida, su bebida, sí, que los licores tienen un sabor amargo. Cuántas veces el pobre pueblo de Dios, los únicos que saben lo que significa un corazón quebrantado, clama que el cascajo, el ajenjo, la hiel y el vinagre se convirtieron en su alimento (Lm. 3:15-16, 19). Este cascajo, hiel y ajenjo son el verdadero sabor temporal del pecado; y Dios, para hacerlos aborrecer para siempre, los alimenta con ellos hasta que sus corazones duelen y se rompen. La maldad es agradable al mundo; por eso se dice que se alimentan de ceniza, se alimentan del viento (Is. 44:20; Os. 12:1). El mundo carnal cree que la lujuria, o cualquier cosa vil y despreciable, es algo que disfruta, como se expresa de manera notable en la parábola del hijo pródigo. “Deseaba llenar su vientre”, dice nuestro Señor, “de las algarrobas que comían los cerdos” (Lc. 15:16). Pero el hombre con el corazón quebrantado disfruta sinceramente de estas cosas, aunque, debido a la angustia de su alma, aborrece todo tipo de manjares exquisitos (Job 33:19-20; Sal. 107:17-19). Así pues, les he mostrado una señal de un hombre con el corazón quebrantado. Es un hombre sensible. Tiene todos los sentidos de su alma despiertos; puede ver, oír, sentir, gustar, oler, y todo esto como nadie más que él mismo puede hacerlo. Ahora llego a otra señal de un hombre quebrantado y contrito.
Segunda. Y es que, él es un hombre muy afligido. Esto, como lo otro, es natural. Es natural para alguien que sufre y tiene los huesos rotos estar afligido y triste. No es uno de los hombres alegres de la época; ni puede serlo, pues sus huesos, su corazón, su corazón están destrozados.
- Él se arrepiente de sentir y encontrar en sí mismo una depravación[12] de la naturaleza. Les dije antes que él es consciente de ello, lo ve, lo siente; y aquí digo que se arrepiente de ello. Es esto lo que le hace llamarse a sí mismo un hombre miserable (Rom 7:24). Es esto lo que le hace aborrecerse y detestarse a sí mismo (Job 42:5-6; Ez. 36:31). Es esto lo que le hace sonrojarse, ruborizarse ante Dios y avergonzarse. No encuentra por naturaleza forma ni hermosura en sí mismo, pero cuanto más se mira en el espejo de la Palabra, más feo, más deformado percibe que el pecado lo ha hecho. No todo el mundo ve esto, por lo tanto no todo el mundo se arrepiente de ello; pero el quebrantado de corazón ve que está corrompido por el pecado, desfigurado, lleno de lascivia[13] y desobediencia. Ve que en él, es decir, en su carne, no habita nada bueno (Ro. 7:18); y esto lo entristece, sí, lo entristece en el corazón. Un hombre con los huesos rotos se encuentra arruinado, desfigurado, incapacitado para hacer lo que quisiera y debiera, por lo cual se aflige y se entristece.
Muchos se lamentan por las transgresiones reales, porque a menudo las avergüenzan ante los hombres; pero pocos se lamentan por los defectos que el pecado ha creado en la naturaleza, porque no los ven en sí mismos. Un hombre no puede lamentarse por los defectos pecaminosos de la naturaleza hasta que ve que lo han hecho despreciable ante Dios; y es nada más que la visión de Dios lo que puede hacerle ver verdaderamente lo que es, y así lamentarse de corazón por serlo. Ahora “mis ojos te ven”, dice Job, ahora “me aborrezco” (Job 42:5-6). “¡Ay de mí!, que soy muerto”, dice el profeta, “han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is. 6:5). Y fue esto lo que hizo que Daniel dijera que su hermosura se había convertido en corrupción; porque ahora tenía la visión del Santo (Dan. 10:8). Las visiones de Dios rompen el corazón, porque, al contemplar el alma sus perfecciones, ve su propia desproporción infinita e indescriptible, debido a la vileza de su naturaleza.
Supongamos que un grupo de personas feas, desagradables y deformes viviera en una misma casa; y supongamos que nunca hubieran visto a nadie más que a ellos mismos, o que estuvieran revestidos con los esplendores y las perfecciones de la naturaleza. Estos no serían capaces de compararse con nadie más que ellos mismos, y, en consecuencia, no se sentirían afectados ni lamentarían sus indecorosas debilidades naturales. Pero ahora sácalos de sus celdas y agujeros de oscuridad, donde han estado encerrados, y deja que contemplen el esplendor y las perfecciones de belleza que hay en los demás, y entonces, si acaso, se lamentarán y se abatirán al contemplar sus propios defectos. Este es el caso. Los hombres, por el pecado, son desfigurados, corrompidos, depravados; pero pueden vivir solos en la oscuridad. No ven a Dios, ni a los ángeles, ni a los santos en su excelente naturaleza y belleza; y por lo tanto, tienden a considerar sus propias partes indecorosas como sus adornos y su gloria. Pero ahora, como dije, que tales vean a Dios, vean a los santos, o los adornos del Espíritu Santo, y a sí mismos tal como son sin ellos, y entonces no podrán sino conmoverse y lamentarse por su propia deformidad. Cuando el Señor Cristo mostró tan poco de Su excelencia ante el rostro de Su siervo Pedro, esto expuso la depravación de la naturaleza de Pedro ante él para su gran confusión y vergüenza; y lo hizo clamar a Él en medio de todos sus compañeros: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lc. 5:4-8).
Esta, por lo tanto, es la causa de un corazón quebrantado, incluso una visión de las excelencias divinas, y un sentimiento de que soy un pobre, depravado, mimado y contaminado miserable; y esta visión, habiendo quebrantado el corazón, engendra tristeza en los quebrantados.
- El quebrantado de corazón es un hombre afligido; pues descubre que su depravación natural es fuerte en él, hasta el punto de oponerse y derribar lo que su cambio de mentalidad le impulsa a hacer. “Queriendo hacer el bien”, dice Pablo, “el mal está en mí” (Ro. 7:21). El mal está presente para oponerse, resistir y oponerse a los deseos de mi alma. El hombre con los huesos rotos puede aún tener la intención de dedicarse diligentemente a una profesión legítima y honesta; pero descubre, por experiencia, que una debilidad acompaña a su condición actual y que se opone fuertemente a sus buenos esfuerzos. Ante esto, sacude la cabeza, se queja y, con tristeza, suspira y dice: “No puedo hacer lo que quisiera” (Ro. 7:15; Gá. 5:17). Soy débil, soy frágil. No solo soy depravado, sino que, por esa depravación, me veo privado de la capacidad de ejecutar con éxito mis buenos impulsos,[14] buenas intenciones y buenos deseos. Pero, dice él, “yo estoy a punto de caer, y mi dolor está delante de mí continuamente” (Sal. 38:17).
Debes saber que el quebrantado de corazón ama a Dios, ama su alma, ama el bien y odia el mal. Ahora bien, que alguien así encuentre en sí mismo una oposición y una continua contradicción a esta santa pasión, necesariamente le causa tristeza, tristeza piadosa, como la llama el apóstol Pablo. Porque a tales personas se les contrista según la piedad. Contristarse porque tu naturaleza está depravada por el pecado, y que por esta depravación te ves privado de la capacidad de hacer lo que la Palabra y tu santa mente te incitan a hacer, es contristarse según la piedad. Porque esta tristeza produce en ti algo de lo que nunca tendrás motivo para arrepentirte; ni siquiera eternamente (2 Co. 7:9-11).
- El hombre quebrantado se lamenta por las infracciones que, debido a la depravación de su naturaleza, se cometen en su vida y conducta. Y este fue el caso del hombre de nuestro texto. La vileza de su naturaleza se había manifestado hasta contaminar su vida y convertirlo, en ese momento, en un hombre de conducta vil. Esto, esto era lo que le quebrantaba[15] el corazón. Vio que con esto había deshonrado a Dios, y eso lo hirió. “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos” (Sal. 51:4). Vio que con esto había provocado que los enemigos de Dios abrieran la boca y blasfemaran; y esto lo hirió profundamente. Esto lo hizo clamar: “Contra ti he pecado, Jehová” (Sal. 41:4). Esto lo hizo decir: “Por tanto, confesaré mi maldad, y me contristaré por mi pecado” (Sal. 38:18).
Cuando un hombre se propone realizar algo, cuando su corazón está puesto en ello, y el quebrantado de corazón se propone glorificar a Dios, un obstáculo a ese designio, el deterioro de esta obra, lo entristece. Ana anhelaba tener hijos, pero no podía tenerlos, y esto la convirtió en una mujer atribulada de espíritu (1 S. 1:15). Un hombre quebrantado de corazón desearía estar bien por dentro y hacer lo que es bueno por fuera; pero siente, descubre, ve que se le impide, al menos en parte. Esto lo entristece; en esto gime, gime fervientemente, agobiado por sus imperfecciones (2 Co. 5:1-3). Saben que alguien con huesos rotos tiene muchas imperfecciones, y es más consciente de ellas, como se dijo antes, que cualquier otro hombre; y esto lo entristece, sí, y lo lleva a concluir que vivirá con desgana todos sus días en la amargura de su alma (Is. 38:15).
Tercera. El hombre con el corazón quebrantado es muy humilde; o bien, la verdadera humildad es señal de un corazón quebrantado. Por lo tanto, el quebrantamiento de corazón, la contrición de espíritu y la humildad de mente se combinan. “Para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Is. 57:15).
Siguiendo nuestra analogía. Supongamos que un hombre goza de buena salud, es robusto y fuerte, y no teme ni se preocupa por nadie. Sin embargo, si a este hombre le rompen una pierna o un brazo, su valor se desvanece. Ahora está tan lejos de sermonear[16] a un hombre, que teme a cualquier niño que se le acerque. Ahora cortejará[17] al más débil que tenga que ver con él, para tratarlo con delicadeza. Ahora se ha convertido en un niño en valentía, un niño en temor, y se ha humillado como un niño pequeño.
Pues bien, así es con el hombre de espíritu quebrantado y contrito. Hubo un tiempo en que podía sermonear, incluso a Dios mismo, diciendo: “¿Qué es el Todopoderoso, para que le sirvamos?” o “¿De qué me servirá guardar sus mandamientos?” (Job 21:15; Mal. 3:13-14). ¡Ay! Pero ahora su corazón está quebrantado; Dios ha luchado con él y lo ha hecho caer, hasta romperle los huesos, su corazón; y ahora se agacha, ahora se encoge, ahora le ruega a Dios que no solo le haga bien, sino que lo haga con manos tiernas. “Ten piedad de mí, oh, Dios”, dijo David, “conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones” (Sal. 51:1).
Él, como él ve, no solo necesita misericordia, sino las más tiernas misericordias. Dios tiene varios tipos de misericordias, algunas más duras, otras más tiernas. Dios puede salvar a un hombre, ¡y sin embargo, obligarlo a tomar un camino terrible al cielo! Esto lo ve el quebrantado de corazón, y esto lo teme, y por lo tanto implora la más tierna misericordia; y aquí leemos de su trato bondadoso, que es muy compasivo y que trata con ternura a los suyos. Pero la razón de tales expresiones solo la conoce el quebrantado de corazón. Tiene sus llagas, sus llagas purulentas, sus llagas pestilentes; por eso se duele, y anhela ser tratado con ternura. Así, Dios ha quebrantado el orgullo de su espíritu y humillado la altivez del hombre. Y su humildad aún se manifiesta.
- En su agradecimiento por la vida natural. Al acostarse, piensa que, como un león, Dios lo despedazará antes del amanecer (Is. 38:13). No hay juicio que haya caído sobre otros, sin que él considere con razón que debe ser absorbido por él. “Quebrantada está mi alma de desear Tus juicios en todo tiempo” (Sal. 119:120). Pero al percibir un día más en su vida, y que por la mañana todavía está en este lado del infierno, no puede sino tomarlo en cuenta y reconocerlo como un favor especial, diciendo: “Gracias a Dios por mantener mi alma viva hasta ahora, y por proteger mi vida del destructor” (Job 33:22; Sal. 56:13; 86:13).
El hombre, antes de que su corazón se quebrante, considera el tiempo como suyo, y por lo tanto lo gasta generosamente en todo lo ocioso. Su alma está lejos del temor porque la vara de Dios no está sobre él; pero cuando se ve bajo la mano hiriente de Dios, o cuando Dios, como un león, le quiebra todos los huesos, entonces se humilla ante Él y cae a sus pies. Ahora ha aprendido a considerar cada momento como una misericordia, y cada pequeño bocado como una misericordia.
- Ahora también la más mínima esperanza de misericordia para su alma, ¡oh, cuán preciosa es! El que solía hacer pedazos el evangelio, y que valoraba las promesas como rastrojo, y las palabras de Dios como madera podrida; ahora, ¿con qué ojos mira la promesa? Sí, consideraba una posible misericordia más rica, más valiosa, que el mundo entero. Ahora, como decimos, se alegra de saltar ante un mendrugo; ahora, ser un perro en la casa de Dios le parece mejor que “habitar en las moradas de maldad” (Sal. 84:10; Mt. 15:26-27; Lc. 15:17-19).
- Ahora bien, aquel que solía mirar con desprecio al pueblo de Dios, sí, que solía desdeñar mostrarles un rostro amable; ahora los admira y se inclina ante ellos, y está dispuesto a lamer el polvo de sus pies, y consideraría su mayor, el más alto honor, ser como uno de los más pequeños de ellos. “Hazme como a uno de tus jornaleros”, dice él (Lc. 15:19).
- Ahora él es, a sus propios ojos, el mayor necio de la naturaleza; pues ve que ha estado muy equivocado en sus caminos, y que aún tiene poco, si es que tiene alguno, conocimiento verdadero de Dios. Todos ahora, dice él, tienen más conocimiento de Dios que yo; Todos le sirven mejor que yo (Sal. 73:21-22; Pr. 30:2-3).
- ¡Que ahora sea solo uno, aunque el más pequeño en el reino de los cielos! ¡Que ahora sea solo uno, aunque el más pequeño en la iglesia terrenal! ¡Que ahora sea solo amado, aunque el menos amado de los santos! ¡Qué alta estima le tiene!
- Ahora bien, cuando hablaba con Dios o con los hombres, ¡cómo se humillaba ante ellos! Si hablaba con Dios, ¿cómo se acusaba a sí mismo y se envanecía con el reconocimiento de sus propias villanías, las cuales cometió en los días en que era enemigo de Dios? “Señor”, dijo Pablo, aquel contrito, “yo encarcelaba y azotaba en todas las sinagogas a los que creían en ti; y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo mismo también estaba presente, y consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban” (Hch. 22:19-20). Sí, castigué a tus santos “y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras” (Hch. 26:9-11).
Además, cuando se dirige a los santos, ¡cómo se humilla ante ellos! “Soy”, dice él, “el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol” (1 Co. 15:9). Soy “menos que el más pequeño de todos los santos” (Ef. 3:8). Fui blasfemo; fui perseguidor, injurioso, etc. (1 Ti. 1:13). ¡Cuánta humildad, qué pensamientos humillantes produce un corazón quebrantado! Cuando David danzó ante el arca de Dios, ¿cómo descubrió su desnudez ante el desagrado de su esposa? Y cuando ella lo regañó por sus acciones, dice él: “Fue delante de Jehová”, etc., “y aun me haré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos” (2 S. 6:20-22). Oh, el hombre que es, o que ha sido quebrantado bondadosamente en su espíritu, y que tiene un corazón contrito, es un hombre sencillo y humilde.
Cuarta. El hombre con el corazón quebrantado se considera pobre en lo espiritual. Por lo tanto, tan humildes y contritos, como pobres y contritos se presentan en la Palabra. “Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu” (Is. 66:2). Y aquí seguimos con nuestra metáfora. Un hombre herido, con huesos rotos, concluye que su condición es pobre, muy pobre. Pregúntale cómo está, y responde: “¡En verdad, vecinos, en una condición muy pobre!”. También tenemos la pobreza espiritual de quienes tienen o han tenido el corazón quebrantado, y que han sido de espíritu contrito, algo muy mencionado en la Palabra. Y se les llama con dos nombres para distinguirlos de los demás. Se les llama Tus pobres, es decir, los pobres de Dios; también se les llama “los pobres de espíritu” (Sal. 72:2; 74:19; Mt. 5:3). Ahora bien, el hombre que se considera pobre —de él hablaremos ahora—, y el que tiene el corazón quebrantado es uno de ellos, es consciente de sus necesidades. Sabe que no puede ayudarse a sí mismo y, por lo tanto, se ve obligado a conformarse con vivir de la caridad ajena. Así es en la naturaleza; así es en la gracia.
- El quebrantado de corazón ahora conoce sus necesidades, y no las conocía hasta ahora. Como quien tiene un hueso roto no necesitaba un curandero hasta que supo que su hueso estaba roto. Su hueso roto se lo hace saber. Su dolor y angustia se lo hacen saber; y así sucede en lo espiritual. Ahora ve que ser pobre es, en efecto, carecer del sentido del favor de Dios; porque su gran dolor es un sentido de ira, como se ha mostrado antes. Y la voz de gozo sanaría sus huesos rotos (Salmo 51:8). Dos cosas cree que lo harían rico: 1) un derecho y título a Jesucristo y a todos Sus beneficios; 2) y una fe salvadora en Él. Los que son espiritualmente ricos son ricos en Él y en la fe en Él (2 Co. 8:9; Stg. 2:5).
La primera de estas cosas nos da derecho al reino de los cielos. La segunda le da al alma el consuelo que le proporciona; y el quebrantado de corazón carece del sentido y el conocimiento de su interés en estas cosas. Que sabe que las necesita es evidente; pero saber que las tiene es lo que, por ahora, desea alcanzar. Por eso dice: “Los afligidos y menesterosos buscan las aguas, y no las hay; seca está de sed su lengua” (Is. 41:17). No hay nada a su vista; nadie a su vista para ellos. Por eso David, cuando tenía el corazón quebrantado, sintió que necesitaba ser lavado, purificado, emblanquecido. Sabía que allí se encontraban las riquezas espirituales, pero no percibía con claridad que Dios lo había lavado y purificado. Más bien, temía que todo se desvaneciera, que estuviera en peligro de ser expulsado de la presencia de Dios y que el Espíritu de gracia le fuera completamente arrebatado (Sal. 51). Eso es lo primero. El quebrantado de corazón es pobre porque conoce sus necesidades.
- El quebrantado de corazón es pobre porque sabe que no puede conseguir lo que sabe que necesita. El hombre que tiene un brazo roto, tal como lo sabe, sabe por sí mismo que no puede recomponerlo. Este es, por lo tanto, el segundo factor que declara que un hombre es pobre; de lo contrario, no lo es. Supongamos que alguien carece de mucho, pero si puede valerse por sí mismo, si puede proveerse, si puede satisfacer sus necesidades con lo que tiene, no puede ser pobre. Sí, cuanto más necesita, mayor es su riqueza si puede satisfacer sus necesidades con su propio dinero.
Entonces, es pobre aquel que conoce su necesidad espiritual y también sabe que no puede satisfacerla ni ayudarse a sí mismo. Pero esto lo sabe el quebrantado de corazón; por lo tanto, a sus propios ojos, él es el único pobre. Es cierto que puede tener algo propio, pero eso no cubrirá su necesidad; y, por lo tanto, sigue siendo pobre. Tengo sacrificios, dice David, “pero no los deseas; por eso mi pobreza persiste” (Sal. 51:16). El plomo no es oro, el plomo no es moneda corriente entre los mercaderes. Nadie tiene oro espiritual para vender excepto Cristo (Ap. 3:18). ¿Qué puede hacer un hombre para conseguir a Cristo, o la fe, o el amor? Sí, aunque nunca hubiera tenido tantas virtudes carnales, no, ni un solo centavo se pagaría en ese mercado donde la gracia está a la mano. “Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían” (Cnt 8:7).
Esto lo percibe el hombre quebrantado; y por lo tanto, se ve espiritualmente pobre. Es cierto que tiene un corazón quebrantado, y eso es de gran estima ante Dios; pero eso no es de la bondad natural. Eso es un don, una obra de Dios; y eso son los sacrificios de Dios. Además, un hombre no puede estar contento y tranquilo con eso; porque eso, por su naturaleza, solo le demuestra que es pobre y que sus necesidades son tales que él mismo no puede suplirlas. Además, hay poco consuelo en un corazón quebrantado.
- El hombre con el corazón quebrantado es pobre y lo ve, porque descubre que ahora no puede vivir de otra manera que no sea mendigando. A esto recurrió David, aunque era rey; pues sabía que, en cuanto a la salud de su alma, no podía vivir de otra manera. “Este pobre clamó”, dijo, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias” (Sal. 34:6). Y esto me lleva a la quinta señal.
Quinta. Otra señal de un corazón quebrantado es el llanto, el clamor. El dolor, como saben, hace llorar. Vayan a quienes tienen sobre sí la angustia de huesos rotos y vean si no lloran. La angustia los hace llorar. Esto, esto es lo que sigue inmediatamente, si una vez que su corazón está quebrantado y su espíritu verdaderamente está contrito.
- Digo, la angustia los hará llorar. “Aflicción y angustia”, dice David, “se han apoderado de mí” (Sal. 119:143). La angustia, como saben, provoca naturalmente el llanto. Ahora bien, como un hueso roto siente angustia, un corazón quebrantado también la siente. Por eso, los dolores de quien tiene el corazón quebrantado se comparan con los dolores de una mujer que está de parto (Jn. 16:20-22).
La angustia nos hace llorar solos, llorar para nosotros mismos; y esto se llama lamentarse. “Escuchando, he oído a Efraín que se lamentaba”, dice Dios (Jer. 31:18), es decir, estar bajo la mano quebrantadora y castigadora de Dios. “Me azotaste”, dice él, “y fui castigado como novillo indómito” (Jer. 31:18). Esto es también lo que quiso decir quien dijo: “Clamo en mi oración, y me conmuevo”. ¿Y por qué? Pues, “Mi corazón está dolorido dentro de mí” (Sal. 55:2-4).
Este es un lamento propio, un lamento en secreto y en lugares apartados. Sabe que es común entre quienes están angustiados, aunque solos, clamar a sí mismos por sus dolores actuales, diciendo: “¡Ay, mi pierna! ¡Ay, mi brazo! ¡Ay, mis entrañas!”. O, como el hijo de la sunamita: “¡Ay, mi cabeza, mi cabeza!” (2 R. 4:19). ¡Oh, los gemidos, los suspiros, los llantos que tienen los quebrantados de corazón, cuando están por su cuenta o solos! ¡Oh, dicen, mis pecados! ¡Mis pecados! ¡Mi alma! ¡Mi alma! ¡Cómo estoy cargado de culpa! ¡Cómo estoy rodeado de temor! ¡Oh, este corazón endurecido, desesperado e incrédulo! ¡Oh, cómo el pecado contamina mi voluntad, mi mente, mi conciencia! “Yo estoy afligido y menesteroso” (Sal. 88:15).[18]
Si algunos de ustedes, gente carnal, pudieran acercarse a la puerta de su habitación para escuchar a Efraín cuando se lamenta, se asombrarían al oírlo lamentarse por ese pecado en sí mismo en el que se deleitan; y al oírlo lamentarse por malgastar su tiempo, mientras ustedes lo gastan todo en perseguir sus lujuriosas pasiones; y al oírlo ofenderse con su corazón, porque no se aviene mejor a la santa voluntad de Dios, mientras temen su Palabra y sus caminos, y nunca se consideran mejores que cuando están más lejos de Dios. El desenfreno de las pasiones y lujurias de los quebrantados de corazón a menudo los arrincona y así se lamentan.
- Así como claman con lamentación por ellos mismos y para ellos mismos, también claman contra sí mismos y contra los demás; como dijo en otra ocasión: “Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor” (Lm. 1:12). ¡Oh, los amargos llantos y quejas que los quebrantados de corazón tienen y se expresan unos a otros! Cada uno sigue imaginando que sus propias heridas son las más profundas, y sus llagas las más angustiantes y difíciles de curar. Dicen: Nuestras rebeliones y nuestros pecados están sobre nosotros, y a causa de ellos somos consumidos; ¿cómo, pues, viviremos? (Ez. 33:10).
Estando una vez en casa de una mujer honesta, tras una pausa, le pregunté cómo estaba. Dijo: “Muy mal”. Le pregunté si estaba enferma. Respondió: “No”. “¿Y qué?”, pregunté, “¿está enfermo alguno de tus hijos?”. Me respondió: “No”. “¿Qué?”, pregunté, “¿está mal tu marido o regresas al mundo?”. “No, no”, dijo ella, “pero me temo que no seré salva”. Y estalló con pesar, diciendo: “¡Ah, buen Bunyan! ¡Cristo y un cántaro! Si tuviera a Cristo, aunque fuera a mendigar mi pan con un cántaro, ¡me iría mejor de lo que creo!”. Esta mujer tenía el corazón quebrantado, esta mujer deseaba a Cristo, esta mujer se preocupaba por su alma. Pocas mujeres, mujeres ricas, consideran a Cristo y un cántaro mejores que el mundo, su orgullo y sus placeres. El clamor de esta mujer es digno de ser registrado. Era un clamor que llevaba en sí, no solo un sentido de necesidad, sino también del valor de Cristo. Este clamor, “¡Cristo y un cántaro!”, resonó melodioso en los oídos de los mismos ángeles.[19]
Pero, digo, pocas mujeres claman así. Pocas mujeres están tan enamoradas de su salvación eterna como para estar dispuestas a renunciar a todos sus deseos y vanidades por Jesucristo y un cántaro. El buen Jacob también lo estaba: “Si Dios —dijo— me diere pan para comer y vestido para vestir, Él será mi Dios”. Sí, prometió que así sería. “E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios” (Gn. 28:20-21).
- Mientras se lamentan y se quejan mutuamente, claman a Dios. “Oh Dios” dijo Hemán, día y noche clamo delante de ti”. ¿Pero cuándo? Pues cuando su alma estaba llena de angustia y su vida se acercaba a la tumba (Sal. 88:1-3). O, como dice en otro lugar: “Desde lo profundo… desde el seno del Seol clamé” (Sal. 130:1; Jon. 2:2), expresando con estas palabras la dolorosa condición en la que se encontraban cuando clamaron.
Vean cómo lo expresa Dios mismo. “Mi parte deseable”, dice Él, se ha convertido en “un desierto desolado… y desolada, me llora” (Jer. 12:11). Y esto también es natural para quienes tienen el corazón quebrantado. ¿Adónde va el niño cuando sufre daño, sino a su padre o a su madre? ¿Dónde recuesta la cabeza sino en sus regazos? ¿En el seno de quién derrama su queja, más especialmente, sino en el seno del padre o de la madre, porque allí hay entrañas, allí hay compasión, allí hay alivio y socorro? Y así sucede con aquellos cuyos huesos, cuyos corazones están quebrantados. Es natural para ellos. Deben clamar; no pueden sino clamar a Él. “Sáname, oh, Jehová”, dijo David, “porque mis huesos se estremecen. Mi alma también está muy turbada” (Sal. 6:1-3). El que no puede llorar no siente dolor, no ve necesidad, no teme peligro, o de lo contrario está muerto.
Sexta. Otra señal de un corazón quebrantado y de un espíritu contrito es que tembló ante la Palabra de Dios. “Aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2).
La Palabra de Dios es una Palabra terrible para un hombre con el corazón quebrantado. Salomón dice: “Como rugido de cachorro de león es el terror del rey” (Pr. 20:2); y si es así, ¿qué es la Palabra de Dios? Porque por ira y temor se entiende la palabra autoritaria de un rey. Tenemos un proverbio: “El niño quemado teme al fuego, el niño azotado teme a la vara”; así también el quebrantado teme la Palabra de Dios. Por lo tanto, hay una advertencia dirigida a quienes tiemblan ante la Palabra de Dios, a saber, ellos son los que se mantienen entre los piadosos. Son los que se mantienen a su alrededor. Son los más propensos a llorar y a ponerse en la brecha cuando Dios está enojado, y para apartar Su ira de un pueblo.
Es una señal de que la Palabra de Dios ha tenido lugar y ha obrado poderosamente cuando el corazón tiembla ante ella, teme y se queda reverenciado ante ella. Cuando la ama de José lo tentó a acostarse con ella, él temió la Palabra de Dios. “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal”, dijo él, “y pecaría contra Dios?” (Gn. 39:7-9). Reverenciado por la Palabra de Dios, no se atrevió a hacerlo, pues recordaba lo terrible que era rebelarse contra ella. Cuando el anciano Elí oyó que el arca había sido tomada, su corazón se estremeció; pues, en esa triste pérdida, interpretó que Dios estaba enojado con Israel, y supo que la ira de Dios era grande y terrible (1 S. 4:13). Cuando Samuel fue a Belén, los ancianos del pueblo temblaron; temían que les trajera algún triste mensaje de Dios, pues ya habían experimentado el terror de tales cosas (1 S. 16:1-4). Cuando Esdras iba a hacer duelo en Israel por los pecados de la tierra, envió a sus siervos, y acudieron a él “todos los que temían las palabras del Dios de Israel, a causa de la prevaricación de los del cautiverio” (Esd. 9:4).
Hay, digo, un pueblo que tiembla ante la palabra de Dios y teme hacer algo que les sea contrario; pero son solo aquellos cuyas almas y espíritus han sido influenciados por la Palabra. Por lo demás, están decididos a seguir su camino, diga Dios lo que quiera. “La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová”, dijo el rebelde Israel a Jeremías, “no la oiremos de ti. Sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca” (Jer. 44:16). Pero ¿crees que este pueblo sintió alguna vez el poder y la majestad de la Palabra de Dios para quebrantar sus corazones? No, de ninguna manera. De haber sido así, habrían temblado ante las palabras de Dios. Habrían tenido temor de las palabras de Dios. Dios puede mandar a algunos lo que quiera, pero ellos harán lo que quieran. ¿Qué les importa Dios? ¿Qué les importa Su Palabra? Ni las amenazas ni las promesas, ni los castigos ni los favores los harán obedientes a la Palabra de Dios; y todo porque no han sentido su poder. Sus corazones no se han quebrantado con ella. Cuando el rey Josías leyó en el Libro de Dios el castigo que Dios había amenazado contra el Israel rebelde, aunque él mismo era un hombre santo y bueno, se humilló. “Rasgó sus vestiduras” y lloró ante el Señor, temiendo el juicio amenazado (2 R. 22; 2 Cr. 34) Porque sabía cuán terrible es la Palabra de Dios. Algunos hombres, como dije antes, se atreven a hacer cualquier cosa, aunque la Palabra de Dios no se oponga; pero quienes tiemblan ante la Palabra no se atreven. No, ellos deben hacer de la Palabra la regla en todo lo que hacen. Deben acudir a la Santa Biblia y preguntar allí qué se puede o no se puede hacer; porque tiemblan ante la Palabra. Esta es, entonces, otra señal, una verdadera señal, de que el corazón ha sido quebrantado, a saber, cuando el corazón se atemoriza y tiembla ante la Palabra (Hch. 9:4-6; 16:29-30). El temblor ante la Palabra se debe a la creencia en lo que se merece, en lo que amenaza y en lo que vendrá si no se previene mediante el arrepentimiento; y, por lo tanto, el corazón se derrite y se quebranta ante el Señor.
4. La necesidad de un corazón quebrantado
A continuación, abordaré esta pregunta.
Pero ¿qué necesidad hay de que el corazón sea quebrantado? ¿Acaso no puede un hombre ser salvo a menos que su corazón sea quebrantado? Respondo: Evitando las cosas secretas, que solo pertenecen a Dios, es necesario quebrantar el corazón para la salvación, porque un hombre no aceptará sinceramente los medios que conducen a ella hasta que su corazón sea quebrantado. Porque,
Primera. Hombre, tómalo tal como viene al mundo, en cuanto a lo espiritual, en cuanto a las cosas evangélicas, en las que reside principalmente la felicidad eterna del hombre, y allí está como muerto, tan estupefacto, y completamente en sí mismo, como despreocupado de ello. Ninguna exhortación o admonición, sin un poder desgarrador, puede llevarlo a una debida consideración de su estado actual, y así a un deseo efectivo de ser salvo.
Dios ha manifestado esto de muchas maneras. Ha amenazado a los hombres con juicios temporales; sí, los ha enviado, una y otra vez, una y otra vez, pero no servirán de nada. “¡Qué!” Él dice: “Os he dado limpieza de dientes en todas vuestras ciudades… os he retenido la lluvia… os he herido con viento y tizón… he enviado entre vosotros pestilencia… os he derribado como Dios derribó a Sodoma y a Gomorra… Pero no os habéis vuelto a mí, dice Jehová” (Am. 4:6-11). ¡Mirad! Aquí hay juicio tras juicio, golpe tras golpe, castigo tras castigo, pero todo no basta a menos que el corazón esté quebrantado. Sí, otro profeta parece decir que tales cosas, en lugar de convertir el alma, la desvían aún más. Si a tales golpes se añade una obra quebrantadora, “¿Por qué querréis ser castigados aún?” dice él, ¿Todavía os rebelaréis? (Is. 1:5).
El corazón del hombre está cercado. Se ha vuelto grosero; una piel, como una cota de malla, lo envuelve y lo rodea por todos lados. Esta piel, esta cota de malla, a menos que sea cortada y quitada, el corazón permanece intacto, íntegro; y, por lo tanto, indiferente a cualquier juicio o aflicción que caiga sobre el cuerpo (Mt. 13:15; Hch. 28:27). Esto que yo llamo la cota de malla, la cerca del corazón, tiene dos grandes nombres en las Escrituras: “el prepucio de vuestro corazón” y la armadura en la que confía el diablo (Dt. 10:16; Lc. 11:22).
Dado que estas protegen y cercan el corazón de toda doctrina del evangelio y de todos los castigos legales, nada puede atacarlo hasta que sean quitadas. Por lo tanto, para la conversión, se dice que el corazón está circuncidado; es decir, se quita este prepucio y se despoja de esta cota de malla. Yo “circuncidaré tu corazón” —dice Él— “para que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón” —y entonces los bienes del diablo serán destruidos—, “para que vivas” (Dt. 30:6; Lc. 11:22).
Y ahora el corazón yace abierto, ahora la Palabra lo punzará, lo cortará y lo traspasará; y, al ser cortado, punzado y traspasado, sangra, desmaya, cae y muere a los pies de Dios, a menos que sea sostenido por la gracia y el amor de Dios en Jesucristo. La conversión, como saben, comienza en el corazón; pero como he dicho, si el corazón está tan aferrado por el pecado y Satanás, todos los juicios son en vano, mientras sea así. Por eso Moisés, después de haber hecho una larga relación de misericordia y juicio a los hijos de Israel, sugiere que aún les faltaba algo importante, y que esa cosa era “un corazón para percibir, ojos para ver, y oídos para oír” hasta ese día (Dt. 29:2-3). Sus corazones aún no habían sido conmovidos profundamente, no habían sido despertados ni heridos por la santa Palabra de Dios, ni temblados ante su verdad y terror.
Pero yo digo, antes de que el corazón sea conmovido, punzado, dolido, etc., ¿cómo puede pensarse, por grande que sea el peligro, que se arrepienta, llore, se incline y se quebrante a los pies de Dios, suplicando allí misericordia? Y, sin embargo, así debe ser; porque así lo ha ordenado Dios y así lo ha designado; y sin ella, los hombres no pueden salvarse. Pero, digo, ¿puede un hombre espiritualmente muerto, un hombre estúpido, cuyo corazón ha perdido la sensibilidad, hacer esto, antes de que su corazón muerto y estúpido despierte, para ver y sentir su estado y miseria sin ella? Pero,
Segunda. Consideremos al hombre tal como viene al mundo, y por muy sabio que sea en lo mundano y temporal, sigue siendo un necio en lo espiritual y celestial. Por eso Pablo dice: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”. (1 Co. 2:14). Pero ¿cómo debe este necio hacerse sabio? Pues bien, la sabiduría debe ser infundida en su corazón (Job 38:36). Ahora bien, nadie puede infundirla sino Dios; ¿y cómo la infunde sino dándole espacio, quitando lo que la estorba, que es la necedad y la locura que naturalmente reside en ella? Pero ¿cómo la quita sino mediante un severo castigo de su alma por ello, hasta cansarlo de ello? El látigo y los azotes son para el necio por naturaleza, y lo mismo para el que lo es espiritualmente (Pro 19:29).
Salomón insinúa que es difícil hacer sabio a un necio. “Aunque majes al necio en un mortero entre granos de trigo majados con el pisón, no se apartará de él su necedad” (Pr. 27:22). Con esto se ve que es difícil hacer sabio a un necio. Majar a alguien en un mortero es terrible; majarlo allí con el pisón; y, sin embargo, parece que el látigo, el mortero y el pisón son la solución. Y si esta es la manera de hacerse sabio en este mundo, y si todo esto apenas basta, ¿cómo debe ser azotado, golpeado y despojado el necio que lo es en lo espiritual antes de hacerse sabio en él? Sí, su corazón debe ser puesto en el mortero de Dios y golpeado, sí, majado allí con el pisón de la ley, antes de que ame escuchar las cosas celestiales. Es una gran palabra en Jeremías: “Por engaño”, es decir, por necedad, “no quisieron conocerme, dice Jehová”. ¿Y qué sigue? Pues bien: “Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos: He aquí que yo los refinaré y los probaré”, es decir, con fuego, “¿qué más he de hacer con la hija de mi pueblo” (Jer. 9:6-7). “Los fundiré”: los pondré en mi horno, y allí los probaré; y allí les haré conocerme, dice Jehová. Cuando David estaba bajo castigo espiritual por su pecado y su corazón bajo la mano quebrantadora de Dios, dijo que Dios le daría sabiduría (Sal. 51:6). Ahora estaba en el mortero, ahora estaba en el horno, ahora estaba magullado y fundido; sí, ahora sus huesos, su corazón, se quebrantaban, y ahora su necedad se alejaba. Ahora, dice él: “Me harás conocer sabiduría”. Si algo conozco del camino de Dios con nosotros, los necios, es que nada más nos hará sabios; sí, mil quebrantamientos no nos harán tan sabios como deberíamos.
Decimos: “La sabiduría no es buena hasta que se compra”; y quien la compra, según la intención de ese proverbio, suele sufrir por ello. El necio es sabio en su propia opinión; por lo tanto, una doble dificultad le acecha antes de que pueda ser verdaderamente sabio. No solo su necedad, sino también su sabiduría, deben serle arrebatadas; ¿y cómo lograrlo sino desgarrando su corazón con una convicción profunda que le muestre claramente que su sabiduría es su necedad, y aquello que lo destruirá? El necio ama su necedad; pues tanto la ama como su tesoro. Ahora bien, debe ser algo grande lo que haga que un necio abandone su necedad. Los necios no sopesan, consideran ni comparan la sabiduría con su necedad. “La necedad es alegría al falto de entendimiento… Como perro que vuelve a su vómito, así es el necio que repite su necedad” (Pr. 15:21; 26:11). Tan reacios son, cuando se les aparta de ella, a dejarla ir, a dejarla alejarse de ellos. Por lo tanto, se requiere mucho esfuerzo para que un hombre sea cristiano; pues en cuanto a eso, todo hombre es un necio, sí, el más necio, el más despreocupado, el más obstinado de todos los necios; sí, alguien que no se apartará de su necedad sino con el quebrantamiento de su corazón. David fue uno de estos necios; Manasés fue uno de estos necios. Saúl, también llamado Pablo, fue uno de estos necios; y yo también, y ese el mayor de todos.[20]
Tercera. El hombre, tómalo tal como viene al mundo, no solo es un muerto y un necio, sino también un hombre orgulloso. El orgullo es uno de esos pecados que primero se manifiesta en los niños, sí, crece con ellos y se mezcla con todo lo que hacen; pero yace más oculto, más profundo en el hombre en cuanto a los asuntos de su alma. Porque la naturaleza del pecado, como tal, no es solo ser vil, sino ocultar su vileza al alma. Por eso, muchos creen que obran bien cuando pecan. Jonás creía que obraba bien en estar enojado con Dios (Jon. 4:9). Los fariseos creían obrar bien cuando decían que Cristo tenía un demonio (Jn. 8:48). Y Pablo, en verdad, pensaba que debía hacer muchas cosas en contra del nombre de Jesús; lo cual también hizo con gran locura (Hch 26:9-10). Y así, el pecado infla a los hombres de orgullo y vanidad, creyéndose mil veces mejores de lo que son. Por lo tanto, se creen hijos de Dios cuando en realidad son hijos del diablo, y que son algo en cuanto al cristianismo, cuando ni lo son ni saben qué es lo que deben tener para serlo (Jn. 8:41-44; Gá. 6:3).
Ahora bien, ¿de dónde proviene esto sino del orgullo y la vanidad, creyéndose buenos para el otro mundo, cuando aún están en sus pecados y bajo la maldición de Dios? Sí, y este orgullo es tan fuerte y elevado, y sin embargo tan oculto en ellos, que ni todos los ministros del mundo pueden persuadirlos de que esto es orgullo, no gracia, en la que tienen tanta confianza. Por eso, desestiman todas las reprensiones, reproches, amenazas o amonestaciones que se les imponen para persuadirlos a prestar atención y no ser engañados. “Escuchad” —dice el profeta—, “y oíd; no os envanezcáis, pues Jehová ha hablado, y prestad oído; no os envanezcáis, porque el Señor ha hablado… Mas si no oyereis esto, en secreto llorará mi alma a causa de vuestra soberbia”; (Jer. 13:15-17). ¿Y cuál fue la conclusión? Pues bien, todos los hombres orgullosos se mantuvieron firmes y mantuvieron su resistencia a Dios y a su santo profeta (Jer. 43:2).
Y nada prevalecerá contra ellos para salvar sus almas hasta que sus corazones sean quebrantados. David, después de haber profanado a Betsabé y asesinado a su esposo, se jactó de su justicia y santidad, y quiso por todos los medios que se ejecutara al hombre que apenas había tomado la oveja del pobre, cuando, ¡ay, pobre alma!, él mismo era el gran transgresor. ¿Pero lo creería? No, no. Se mantuvo firme en su justificación como hacedor de justicia; y no caería hasta que Natán, con la autoridad de Dios, le dijera que él era el hombre a quien él mismo había condenado. “Tú eres el hombre”, dijo él, y ante esta palabra su conciencia se despertó, su corazón se hirió y su alma cayó bajo el peso de su culpa, a los pies del Dios del cielo, en busca de misericordia (2 S. 12:1-13).
¡Ah, orgullo, orgullo! Tú eres lo que mantiene a muchos encadenados por sus pecados. Tú eres la maldita vanidad, y les impides creer que su estado es condenable. “El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; (Sal. 10:4). Y si hay tanto en la soberbia de su rostro, ¿qué piensan ustedes que hay en la soberbia de su corazón? Por eso, Job dice que es para ocultar el orgullo del hombre, y así salvar su alma del infierno, que Dios lo castigó con dolor en su lecho, hasta que le sobresalieron muchos huesos y hasta que su vida se acercó al destructor (Job 33:17-22).
Es difícil liberar a un hombre de su orgullo y hacer que, en lugar de confiar y jactarse de su bondad, sabiduría, honestidad y demás, se vea como un pecador, un necio, sí, un hombre cruel con su propia alma inmortal. El orgullo de corazón tiene poder, y por lo tanto se compara con un tendón de hierro y una cadena de hierro que los fortalece y los mantiene en esa firmeza para oponerse al Señor y apartar su Palabra de sus corazones (Lv. 26:19; Sal. 73:6).
Este fue el pecado de los demonios, y es el pecado del hombre, y el pecado, repito, del que nadie puede librarse hasta que su corazón se quebrante; y luego, su orgullo se derrumba, y entonces estará contento de ceder. Si un hombre se enorgullece de su fuerza o virilidad, una pierna rota lo desgarrará; y si un hombre se enorgullece de su bondad, un corazón quebrantado lo desgarrará. Porque, como se ha dicho, un corazón quebrantado viene por el descubrimiento y la acusación del pecado, por el poder de Dios en la conciencia.
Cuarta. El hombre, tómalo como viene al mundo, no solo es un hombre muerto, necio y orgulloso, sino también obstinado y testarudo (2 P. 2:10). Una criatura terca e incompetente[21] eso es el hombre antes de que su corazón sea quebrantado. Por eso, a menudo se les llama rebeldes y desobedientes. Solo hacen lo que les place. “Todo el día”, dice Dios, “extendí mis manos a un pueblo desobediente y contradictor”. Y por eso, de nuevo, se les compara con un caballo obstinado o testarudo que, a pesar de su jinete, se lanza a la batalla. “Cada cual”, dice Dios, “se volvió a su propia carrera, como caballo que arremete con ímpetu a la batalla” (Jer. 8:6). Dicen: “Por nuestra lengua prevaleceremos; nuestros labios son nuestros; ¿quién es señor de nosotros?” (Sal. 12:4).
Por lo tanto, se dice que se tapan los oídos, se encogen de hombros, cierran los ojos y endurecen su corazón “contra las palabras de Dios, y menosprecian el consejo del Altísimo” (Sal. 107:11; Zac. 7:10, 12). Se les compara apropiadamente con el hijo rebelde que no se dejaba gobernar por sus padres, o con el hijo pródigo, que quería tenerlo todo en sus manos y alejarse de su padre y de la casa paterna (Dt. 21:20; Lc. 15:13). Ahora bien, para tales criaturas, nada servirá sino la violencia. El hijo terco debe ser apedreado hasta morir; y el pródigo debe ser privado de todo. Digo que nada más que esto servirá. Su corazón obstinado y voluntarioso no acatará la voluntad de Dios antes de ser quebrantado (Dt. 21:21; Lc. 15:14-17). Estos son los llamados de corazón valiente. Se dice que están lejos de la justicia, y así permanecerán hasta que sus corazones sean quebrantados; pues así deben ser reconocidos (Is. 9:9-11).
Quinta. El hombre, tal como viene al mundo, no solo es un muerto, un necio, orgulloso y obstinado, sino también una criatura intrépida. “No hay”, dice el texto, “temor de Dios delante de sus ojos” (Ro. 3:18). ¡No hay temor de Dios! Hay temor del hombre, temor de perder su favor, su amor, su buena voluntad, su ayuda, su amistad; esto se ve en todas partes. ¡Cuánto temen los pobres a los ricos, los débiles a los fuertes, y los amenazados, a los que amenazan! Pero ahora acudan a Dios. Pues bien, nadie le teme; es decir, por naturaleza, nadie le reverencia. No temen su desaprobación, ni buscan su favor, ni preguntan cómo escapar de su mano vengadora que se alza contra sus pecados y sus almas a causa del pecado. Temen perder cosas pequeñas; pero no temen perder el alma. “No me temen, dice el Señor” (Mal. 3:5).
¿Cuántas veces algunos hombres piensan en la muerte por su propia enfermedad, por las tumbas, por la muerte de otros? ¿Cuántas veces recuerdan el infierno por la lectura de la Palabra, por remordimientos de conciencia y por algunos que salen rugiendo desesperados de este mundo? ¿Cuántas veces recuerdan el día del juicio? Por ejemplo: 1) Cuando Dios ató a los ángeles caídos para ser juzgados. 2) Dios inundó el mundo antiguo (2 P. 2:4-5; Jud. 1:6-7). 3) Dios quemó a Sodoma y Gomorra con fuego del cielo (2 P. 2:6; Jud. 1:7). 4) Fijando un día (Hch. 17:29-31). 5) Al nombrar un juez (Hch. 10:40-42). 6) Al registrar sus crímenes (Is. 30:8; Ap. 20:12). 7) Nombrando y preparando testigos (Ro. 2:15). 8) Dios prometió, amenazó y resolvió llamar a todo el mundo a su tribunal, para ser juzgados allí por todo lo que han hecho y dicho, y por cada cosa secreta (Mt. 25:31-33; 12:36; Ec. 11:9; 12:14).
Y, sin embargo, no le temen a Dios. ¡Qué va!, no creen ni una palabra. Para los hombres carnales, estas cosas son como la predicación de Lot a sus hijos e hijas que estaban en Sodoma. Cuando les dijo que Dios destruiría ese lugar, les pareció un burlador; y sus palabras fueron como cuentos vanos (Gn. 19:14). A la gente que no le teme a nada, no se le convence con palabras. Golpes, heridas y muertes son lo que los hace entrar en razón. ¿Cuántas luchas tuvo Israel con Dios en el desierto? ¿Cuántas veces declararon allí que no le temían? Y observen, rara vez, o nunca, le temieron ni sintieron temor reverencial por Su glorioso nombre, a menos que Él los rodeara con la muerte y la tumba. Nada, nada, excepto una mano severa, hará temer a los intrépidos. Por lo tanto, hablando en términos humanos, Dios se ve obligado a actuar de esta manera con los pecadores cuando Él quiere salvar sus almas; incluso los lleva y los pone al borde y a la vista del infierno y la condenación eterna; y allí también los acusa de pecado y culpa, para quebrantar sus corazones, antes de que teman Su nombre.
Sexta. El hombre, tal como viene al mundo, no solo es un muerto, un necio, orgulloso, obstinado e intrépido, sino un falso creyente en Dios. Aunque Dios se presente de sí mismo con tanta claridad, el hombre, por naturaleza, no creerá en este anuncio. No, se han vuelto vanos en sus imaginaciones, y su necio corazón está entenebrecido; por lo tanto, convierten la gloria de Dios, que es Su verdad, en mentira (Ro. 1:21-25). Dios dice que ve; ellos dicen que Él no ve. Dios dice que sabe; ellos dicen que Él no sabe. Dios dice que nadie es como Él; sin embargo, ellos dicen que es completamente igual a ellos. Dios dice que nadie guardará su puerta por nada; ellos dicen que es en vano y sin provecho servirle. Él dice que hará el bien; ellos dicen que no hará ni bien ni mal (Job 22:13-14; Sal. 50:21; Job 21:14-15; Mal. 3:14; Sof. 1:12). Así, creen falsamente acerca de Dios; sí, en cuanto a la Palabra de Su gracia y la revelación de Su misericordia en Cristo, no se aferran[22] a decir con su práctica —porque el malvado “habla con los pies” (Pr. 6:13)— que eso es una mentira descarada y que no se le puede confiar (1 Jn. 5:10).
Ahora bien, ¿qué hará Dios para salvar a estos hombres? Si se esconde y oculta su gloria, ellos perecerán. Si envía a sus mensajeros y se abstiene de ir a ellos personalmente, perecerán. Si viene a ellos y se abstiene de obrar en ellos con su Palabra, perecerán. Si obra en ellos, pero no eficazmente, perecerán. Si obra eficazmente, debe quebrantarles el corazón y hacerlos, como hombres heridos de muerte, caer a sus pies en busca de misericordia, o no podrán recibir ningún bien. No creerán correctamente hasta que Él los expulse de su incredulidad y les haga saber, mediante el quebrantamiento de sus huesos por su falsa fe, que Él es y será lo que ha dicho de sí mismo en su santa Palabra.[23] Por lo tanto, el corazón debe ser quebrantado antes de que el hombre pueda alcanzar el bien.
Séptima El hombre, tal como viene al mundo, no es solo un muerto, un necio, orgulloso, obstinado, intrépido y un falso creyente, sino un gran amante del pecado. Está cautivado, embelesado, sumergido en sus deleites. Por eso dice la Palabra: “Aman el pecado, se deleitan en la mentira, se complacen en la iniquidad y en quienes la practican; se recrean en sus propios engaños y se glorían en su vergüenza” (Jn. 3:19; Sal. 62:4; Ro. 1:32; 2 P. 2:13; Fil. 3:19).
Esta es la naturaleza del hombre; pues el pecado se mezcla con todas las facultades de su alma y las domina. Por eso, se dice que son sus cautivos y que son llevados cautivos a sus placeres por voluntad del diablo (2 Ti. 2:26). Y sabes que no es fácil romper el amor ni apartar los afectos de aquello en lo que están tan profundamente arraigados, en el que están tan profundamente enraizados, como lo está el corazón del hombre en sus pecados. ¡Ay! ¡Cuántos hay que desprecian todos los encantos del cielo, que pisotean todas las amenazas de Dios y que dicen “¡Bah!” ante todas las llamas del infierno, cada vez que se proponen como motivos para apartarlos de sus deleites pecaminosos! Tan obsesionados están, tan locos están, por estos ídolos bestiales. Sí, quien intente detener su curso en este camino es como el que intente impedir que las olas embravecidas del mar sigan su curso, cuando son impulsadas por los poderosos vientos.
Cuando los hombres se ven algo presionados, cuando la razón y la conciencia empiezan a prestar atención a un predicador, o a un juicio que empieza a buscar la iniquidad, ¿cuántas artimañas, evasiones, excusas, objeciones, demoras y escondites crearán, inventarán y encontrarán para ocultar y preservar sus dulces pecados consigo mismos y sus almas, en su deleite, para su propia perdición eterna? Por eso, se esfuerzan por reprimir la conciencia, ahogar las convicciones, olvidar a Dios, hacerse ateos, contradecir a predicadores francos y honestos, y amontonar solo a aquellos como ellos, que les hablan palabras halagadoras y profetizan engaños. Sí, ellos mismos les dicen a tales predicadores: “¡Apártense del camino, desvíense de la senda, hagan que el Santo de Israel desaparezca de nuestra presencia!” (Is. 30:8-11). Si aún se les sigue, y la conciencia y la culpa, como sabuesos, los descubren en sus escondites y rugen contra ellos por sus malas vidas, entonces adularán, engañarán, disimularán y mentirán contra su alma, prometiendo enmendarse, cambiar, arrepentirse y mejorar pronto; y todo para evitar las convicciones y molestias de sus malos caminos, para poder seguir persiguiendo sus lujurias, sus placeres y deleites pecaminosos, en silencio y sin control.
Sí, además, he conocido a algunos que han sido llevados a rugir como osos, a aullar como dragones y aullar como perros, debido al peso de la culpa y los azotes del infierno sobre su conciencia por sus malas acciones (Os. 7:14); quienes, tan pronto como sus tormentos y temores presentes desaparecieron, han regresado como el perro a su vómito y como “la puerca lavada a revolcarse en el cieno” (2 P. 2:20-22).
Una vez más, algunos han sido inducidos a gustar la buena Palabra de Dios, el gozo del cielo y los poderes del mundo venidero, y sin embargo, nadie, ni siquiera todos ellos, pudieron lograr que rompieran para siempre su vínculo con sus lujurias y pecados (He. 6:4-5; Lc. 8:13; Jn. 5:33-35). ¡Oh, Señor! “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?” (Sal. 8:4). “¿En qué se le debe estimar?” (Is. 2:22). Ha pecado contra ti; ama sus pecados más que a ti. ¡Es más amante de los placeres que de Dios!
Pero ahora, ¿cómo se rescatará a este hombre de este pecado? ¿Cómo se le hará, se le forjará y se logrará que deje de amar el pecado? Sin duda, por lo que vemos en la Palabra, no puede ser de otra manera, sino hiriendo, quebrantando e incapacitando al corazón que lo ama, convirtiéndolo así en una plaga y una hiel para él. El pecado puede convertirse en una aflicción, como hiel y ajenjo para quienes lo aman; pero convertirlo en algo tan amargo para tal hombre no se logrará sin grandes y dolorosos medios. Recuerdo que hace un tiempo, tuvimos en nuestro pueblo a una niña a la que le encantaba comerse las cabezas de pipas de tabaco sucias, y ni la vara ni las buenas palabras podían reivindicarla y hacerla dejarlas. Así que su padre pidió consejo a un médico para que la apartara de ellas, y esta fue la respuesta: “Toma —le dijo— muchas de las pipas de tabaco más repugnantes que encuentres, hiérvelas en leche, haz una natilla[24] con esa leche y haz que tu hija lo beba”. Así lo hizo, se la dio a su hija y la hizo beberla toda; lo cual se volvió tan molesto y nauseabundo para su estómago, y la enfermó tanto, que nunca más pudo soportar tocar las cabezas de las pipas de tabaco, y así se curó de esa enfermedad. Amas tu pecado, y ni la vara ni las buenas palabras te rescatarán todavía. Pues bien, ten cuidado; si no quieres ser rescatado, Dios te hará una natilla de ellos, que será tan amarga para tu alma, tan molesta para tu paladar, tan repugnante para tu mente y tan aflictiva para tu corazón, que lo destrozarán con enfermedad y dolor, hasta que tus pecados te resulten repugnantes. Digo, así lo hará si Él te ama. Si no, te permitirá seguir tu camino y te dejará seguir con tus cabezas de pipas de tabaco.
Los hijos de Israel tendrán carne, deben tener carne. Lloran, gritan y murmuran porque no tienen carne. El pan del cielo es, en su opinión, una cosa liviana y miserable (N. 11:1-6). Moisés va y le cuenta a Dios cómo el pueblo despreciaba su pan celestial, y cómo anhelaban, codiciaban y deseaban ser alimentados con carne. Pues bien, dice Dios, tendrán carne. Se saciarán de carne; yo los alimentaré con ella. Comerán hasta saciarse; y que “no comeréis un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte, sino un mes entero, hasta que os salga por las narices, y la aborrezcáis, por cuanto menospreciasteis a Jehová” (Nm. 11:11-20). Él sabe cómo hacer que aquello en lo que más has puesto tu corazón malvado te resulte repugnante. Y así lo hará si te ama; de lo contrario, como dije, no te hará daño golpeándote ni te castigará por cometer fornicación, sino que te dejará en paz hasta el Día del Juicio Final y entonces te llamará a rendir cuentas por todos tus pecados. Pero basta de esto.
Octava. El hombre, tal como viene al mundo, no es solo un muerto, un necio, orgulloso, obstinado, intrépido, un falso creyente y amante del pecado, sino un hombre salvaje (desquiciado). Es del olivo silvestre, de aquello que es salvaje por naturaleza (Ro. 11:17, 24). Así, en otro pasaje, se compara al hombre por naturaleza con el asno, con un asno salvaje. “El hombre vano [o vacío] se hará entendido, cuando un pollino de asno montés nazca hombre” (Job 11:12). Isaac fue figura de Cristo y de todos los hombres convertidos (Gá. 4:28). Pero Ismael fue figura del hombre por naturaleza; y el Espíritu Santo, en cuanto a eso, dice de él: “Y será un hombre fiero” (Gn. 16:12). Este hombre, digo, era figura de todos los hombres carnales, en su desenfreno o alejamiento de Dios. Por eso se dice del hijo pródigo, en su conversión, que “volvió en sí”, lo que implica que antes estaba loco, desquiciado o fuera de sí (Lc. 15:17). Sé que a veces hay una diferencia entre ser desquiciado y estar loco; sin embargo, a veces el desquiciado llega a tal grado que se le denomina con razón loco. Y esto siempre es cierto en los espirituales; es decir, que quien es desquiciado con Dios está loco o fuera de sí, y por lo tanto, no es capaz, antes de ser domado, de ocuparse de su propio bien eterno como debería. Hay varias cosas que son señales de un desquiciado o loco; y todas se dan en un hombre carnal.
- Un hombre desquiciado o loco no hace caso al buen consejo; el frenesí de su mente lo excluye todo y, por su fuerza, lo aleja de los hombres sabios y sobrios. Y así sucede con los hombres carnales. El buen consejo es para ellos como perlas que se echan delante de los cerdos. Es hollado por ellos, y desprecia al hombre que lo trae (Mt. 7:6). “La sabiduría del pobre es menospreciada, y sus palabras no son escuchadas” (Ec. 9:16).
- Un hombre desquiciado o loco, si se le deja solo, se dedicará toda su vida a lograr aquello que, una vez completado, no servirá de nada. El trabajo, el esfuerzo, el viaje de tal persona no sirven de nada, salvo para declarar que estaba loco por haberlo hecho. David, imitando a uno de ellos, garabateó en la puerta del rey, como hacen los necios con tiza; y así es toda la obra de todos los hombres carnales del mundo (1 S. 21:12-13). Por lo tanto, se dice que tal persona trabaja para el viento, o para lo que no servirá de nada más que si llenara su vientre con el viento solano (Ec. 5:16; Job 15:2).
- A un hombre desquiciado o loco, si le pides que haga algo y lo hace, lo hará, no por orden tuya ni de acuerdo con ella, sino según la locura de su propia fantasía salvaje, tal como Jehú ejecutó el mandamiento del Señor. Lo hizo en su propia locura, sin hacer caso del mandamiento del Señor (2 R. 9:20; 10:31). Y así actúan los hombres carnales cuando se entrometen en los asuntos de Dios, como oír, orar, leer o profesar. Todo lo hacen según su propia fantasía. No se preocupan de hacer esto según el mandamiento del Señor.
- Los hombres desquiciados o locos, si se adornan o se visten con cosas, como muchas veces lo hacen, el espíritu de su locura o frenesí se manifiesta incluso en la manera en que lo hacen. O bien las cosas mismas que usan para ese propósito son meros juguetes y baratijas; o si parecen ser mejores, se las ponen de una manera extravagante, más para hacerlas ridículas que para mostrarse sobrios, juiciosos o sabios; y así los hombres naturales se visten con aquello con lo que quisieran ser aceptados por Dios. ¿Acaso alguien en su sano juicio pensaría hacerse bello o aceptable a los hombres vistiéndose con ropas menstruales o pintándose la cara con escoria y excremento? Y, sin embargo, esta es la elegancia de los hombres carnales cuando se acercan para ser aceptados en la presencia de Dios (Is. 64:6; Fil. 3:7-8).
¡Oh, el desenfreno, el frenesí, la locura que se apodera del corazón y la mente de los hombres carnales! Andan según la corriente de este mundo, según o según ese espíritu que es en realidad el espíritu del diablo, que obra en los hijos de desobediencia (Ef. 2:1-3). Pero ¿creen acaso que es así con ellos? No, ellos son, según su propia opinión, como otros locos, los únicos en el mundo. Por lo tanto, están tan absortos y entusiasmados con sus propias ideas frenéticas y se burlan de todos los demás que viven en el mundo. Pero ¿cómo se puede volver sobrio a un desquiciado o a un desenfrenado? No basta con dejarlo solo. No basta con solo decirle buenas palabras. No, hay que domarlo. Hay que emplear medios para domarlo. “Él abatió su corazón con trabajo”, o por continua molestia, como se suele decir (Sal. 107:10-12). Allí habla de locos que se mantienen en la oscuridad y “atados en aflicción y hierro; porque se rebelaron contra las palabras de Dios y despreciaron el consejo del Altísimo”.
Esta, por lo tanto, es la manera de tratar con ellos, y solo Dios puede hacerlo. Deben ser tomados; deben ser separados de los hombres. Deben ser encadenados, en la oscuridad, aflicciones y hierros. Deben ser desangrados, casi muertos de hambre, azotados, purificados y tratados como se trata a los locos. Y así deben ser tratados hasta que recuperen la conciencia y clamen en sus angustias. Y entonces claman al Señor en sus tribulaciones, y Él los libra de sus angustias. Entonces Él los saca de la oscuridad y de la sombra de muerte, y rompe sus ataduras (Sal. 107:13-15). Así, digo, Dios doma a los salvajes, y hace que los locos pródigos vuelvan en sí, y así acudan a Él en busca de misericordia.
Novena. El hombre, tal como viene al mundo, no es solo un muerto, un necio, orgulloso, obstinado, intrépido, un falso creyente, un amante del pecado y un desquiciado; sino un hombre que desprecia las cosas del reino de Dios. Les dije antes que el inconverso es aquel que no ha probado las cosas; pero ahora añado que las desprecia. Llama dulce a lo amargo, y amargo a lo dulce. Él juzga erróneamente. A estos es a quienes Dios amenaza con un ay. “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Is. 5:20).
Esta última parte del texto nos muestra evidentemente que algunos desprecian las cosas de Dios. Llaman amargas sus dulzuras, y dulces las amarguras del diablo; y todo esto se debe a la falta de un corazón quebrantado. Un corazón quebrantado disfruta de manera distinta a la de uno entero o intacto. Un hombre que no tiene dolor ni molestias físicas no puede encontrar ni sentir virtud ni alivio en el más eficaz emplasto,[25] aunque se le aplique en un brazo o una pierna. No, al contrario diría: “¡Quiten de aquí estos ungüentos pestilentes! ¡Ah, pero aplica los mismos emplastos donde sea necesario, y el paciente sentirá alivio, probará y disfrutará su bondad; sí, los apreciará y los recomendará a otros”.
Así sucede en las personas espirituales. El mundo desconoce la angustia y el dolor de un corazón quebrantado. Dicen: “¿Quién nos mostrará algo bueno?”, es decir, algo mejor que lo que encontramos en nuestros juegos, placeres, bienes y privilegios. “Muchos”, dice el salmista, hablan así. Pero ¿qué dice el hombre afligido? Pues: “Alza sobre nosotros, oh, Jehová, la luz de tu rostro; y luego añade: “Tú diste alegría a mi corazón”; es decir, con la luz de tu rostro, pues ese es el emplasto para un corazón quebrantado. “Tú diste alegría a mi corazón mayor que la de ellos cuando abundaba su grano y su mosto” (Sal. 4:6-7). Oh, un corazón quebrantado puede saborear el perdón, puede saborear los consuelos del Espíritu Santo. Sí, así como un hombre hambriento o sediento valora el pan y el agua en su ausencia, así también los quebrantados de corazón valoran y estiman las cosas del Señor Jesús. Su carne, su sangre, su promesa y la luz de su rostro son las únicas cosas dulces que pueden oler y saborear quienes tienen un espíritu herido. El alma satisfecha aborrece el panal. Todos desprecian el evangelio; no saborean las cosas que son de Dios.
Si veinte hombres oyeran la lectura de un indulto —y solo uno de esos veinte fuera condenado a muerte, y el indulto fuera solo para él—, ¿cuál de estos hombres, creen ustedes, saborearía la dulzura de ese indulto: los que no lo son, o el que fue condenado? El condenado, sin duda. Este es el caso que nos ocupa. El quebrantado de corazón es un hombre condenado. Sí, es un sentimiento de condenación, junto con otras cosas, lo que ciertamente ha quebrantado su corazón; y no hay nada más que el sentimiento de perdón que pueda curarlo o sanarlo. Pero ¿podría eso sanarlo? ¿No podría gustar, realmente gustar o disfrutar con justicia este perdón? No, el perdón sería para él como lo es para quien no siente la necesidad de él.
Pero, digo, ¿cuál es la razón por la que algunos valoran tanto lo que otros desprecian, si ambos necesitan la misma gracia y misericordia de Dios en Cristo? Pues, uno ve, y el otro no ve, este lamentable y miserable estado. Y así les he mostrado la necesidad de un corazón quebrantado. 1) El hombre está muerto y debe ser vivificado; 2) El hombre es necio y debe ser hecho sabio; 3) El hombre es orgulloso y debe ser humillado; 4) El hombre es obstinado y debe ser quebrantado; 5) El hombre es intrépido y debe ser obligado a reflexionar; 6) El hombre es un falso creyente y debe ser rectificado; 7) El hombre ama el pecado y debe ser apartado de él; 8) El hombre es salvaje y debe ser domesticado. 9) El hombre menosprecia las cosas de Dios y no puede saborearlas hasta que su corazón se quebranta.
5. Por qué un corazón quebrantado es estimado por Dios
Y así he concluido con esto y ahora pasaré a las razones del punto, es decir, para mostrarles por qué o cómo un corazón quebrantado, un corazón verdaderamente contrito, es algo tan excelente para Dios. Que para Él es así, lo hemos demostrado con seis demostraciones. Lo que es, lo hemos mostrado con seis señales. Que debe serlo se manifiesta por las nueve razones que ahora se exponen; y por qué es algo excelente para Dios, o en Su estima, lo demuestra lo que sigue.
Primera. Un corazón quebrantado es obra de Dios, un corazón que Él mismo preparó para Su propio servicio. Es un sacrificio de Su propia provisión, de Su provisión para Sí mismo, como dijo Abraham en otra ocasión: “Dios se proveerá de cordero” (Gn. 22:8).
Por eso se dice: “Del hombre son las disposiciones del corazón; … es de Jehová” (Proverbios 16:1). Y además: “Dios ha enervado mi corazón, y me ha turbado el Omnipotente” (Job 23:16). El corazón, así como es por naturaleza duro, torpe e impenetrable, permanece, y así permanecerá, hasta que Dios, como se dijo, lo machaque con su martillo y lo derrita con su fuego. Por lo tanto, se dice que Dios le quita su naturaleza pétrea. “Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré —dice Él— un corazón de carne” (Ez. 36:26). “Quitaré el corazón de piedra”, o la dureza de vuestro corazón; “y os daré un corazón de carne”; es decir, haré vuestro corazón sensible, blando, manejable, dócil y penitente. A veces, Él ordena a los hombres que desgarren sus corazones, no porque puedan, sino para convencerlos de que, aunque debe ser así, no pueden hacerlo. Así que Él les pide que se forjen un corazón nuevo y un espíritu nuevo con el mismo propósito; porque si Dios no lo rasga, permanece intacto. Si Dios no lo renueva, permanece como viejo.
Esto es lo que significa que Él doblega a los hombres para Sí mismo y obra en ellos lo que le agrada (Zac. 9:13). El corazón, alma o espíritu, tal como salió de los dedos de Dios, es algo precioso, algo que a Dios vale más que todo el mundo. Este corazón, alma o espíritu, el pecado lo ha endurecido, el diablo lo ha hechizado, el mundo lo ha engañado. Este corazón, así seducido, Dios lo anhela y desea: Dame hijo mío, dice Él, “tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos” (Pr. 23:26).
Este hombre no puede hacer esto; porque su corazón lo domina y no puede sino llevarlo tras toda clase de vanidad. ¿Qué debe hacerse ahora? Pues bien, Dios debe tomar el corazón por asalto, con poder, y llevarlo a la obediencia a la Palabra; pero el corazón por sí mismo no lo hará. Está engañado, arrastrado a otro que no es Dios. Por tanto, Dios ahora recurre a su espada, y con esfuerzo derriba el corazón, lo abre y expulsa al hombre fuerte y armado que lo custodiaba. Lo hiere y lo aflige por su rebelión, para que pueda clamar; así lo rectifica para Sí mismo. “Él aflige, y venda; hiere, y sus manos sanan” (Job 5:18). Así, habiéndolo forjado para Sí mismo, se convierte en Su morada, Su lugar de residencia: “Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Ef. 3:17).
Pero no me desviaría del asunto en cuestión. Les he dicho que un corazón quebrantado es obra de Dios, un sacrificio que Él mismo preparó, un material a Su medida.
- Quebrantando el corazón, Él lo abrió y lo convirtió en un receptáculo para las gracias de Su Espíritu. Cuando se abre, ese es el gabinete donde Dios guarda las joyas del evangelio. Allí pone Su temor. “Pondré mi temor en el corazón de ellos” (Jer. 32:40). Allí escribe Su ley: “Escribiré mi ley en sus corazones” (Jer. 31:33). Allí pone Su Espíritu: “Pondré dentro de vosotros mi Espíritu” (Ez. 36:27). El corazón, digo, lo elige Dios para Su gabinete; allí esconde Su tesoro. Allí está la sede de la justicia, la misericordia y de toda gracia de Dios; es decir, cuando está quebrantado, contrito y regulado por la santa Palabra.
- El corazón, cuando está quebrantado, es como las mieles y especias dulces cuando se golpean; pues así como estas derraman su fragante aroma en las narices de los hombres, así el corazón quebrantado derrama sus dulces aromas en las narices de Dios. El incienso, que era un símbolo de oración antigua, debía ser golpeado o machacado, para así ser quemado en el incensario. El corazón debe ser golpeado o machacado, y entonces emanará el dulce aroma: incluso gemidos, clamores y suspiros, pidiendo la misericordia de Dios; clamores, etc., para Él son algo muy excelente y agradable a Su nariz.
Segunda. Un corazón quebrantado es algo excelente a los ojos de Dios porque es sumiso. Se postra ante Dios y le rinde Su gloria. Todo esto es cierto según una gran parte de las Escrituras, que no necesito mencionar aquí. Por lo tanto, tal corazón es llamado un corazón honesto, bueno, perfecto, temeroso de Dios y uno que es firme en los estatutos de Dios.
Ahora bien, esto no puede sino ser algo excelente, si consideramos que con un corazón así se rinde obediencia sincera a Aquel que la requiere. “Habéis obedecido de corazón”, les dice Pablo en Roma, “a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados”; (Ro. 6:17). Lamentablemente, el corazón, antes de ser quebrantado y contrito, tiene un temperamento completamente diferente: “No se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Ro. 8:7). La gran controversia antes de que el corazón sea quebrantado gira en torno a quién será señor, si Dios o el pecador. Es cierto que el derecho de dominio es del Señor; pero el pecador no lo tolerará, sino que se entregará completamente a sí mismo, diciendo: “¿Quién es señor de nosotros?” y de nuevo le dirán a Dios: “Somos libres; nunca más vendremos a ti” (Sal. 12:4; Jer. 2:31).
Esto también se evidencia en su práctica. Dios puede decir lo que quiera, pero ellos harán lo que quieran. Guarda mi sábado, dice Dios; no lo haré, dice el pecador. Deja tu fornicación, dice Dios; no lo haré, dice el pecador. No digas mentiras, ni jures, ni maldigas, ni blasfemes mi santo nombre, dice Dios. Oh, pero lo haré, dice el pecador. Vuélvete a mí, dice Dios; no lo haré, dice el pecador. El derecho de dominio es mío, dice Dios; pero, como aquel joven rebelde, “Yo seré rey”, dice el pecador (1 R. 1:5). Ahora bien, esto es intolerable, esto es insufrible, y sin embargo, todo pecador por la práctica lo dice; porque “no se han sujetado a la justicia de Dios” (Ro. 10:3).
Aquí no puede haber concordia, ni comunión, ni acuerdo, ni compañerismo. Aquí hay enemistad por un lado, y justicia ardiente por el otro (2 Co. 6:14-16; Zac. 11:8). ¿Y qué deleite, qué satisfacción, qué placer puede Dios encontrar en tales hombres? Ninguno en absoluto; no, aunque se mezclaran con los mejores santos de Dios; sí, aunque los mejores santos suplicaran por ellos. Así dice Jeremías: “Me dijo Jehová: Si Moisés y Samuel se pusieran delante de mí, -es decir, para orar por ellos-, no estaría mi voluntad con este pueblo; échalos de mi presencia, y salgan” (Jer. 15:1)
Aquí no hay más que guerra abierta, actos de hostilidad y vergonzosa rebelión por parte del pecador; ¿y qué deleite puede Dios tener en eso? Por lo tanto, si Dios doblega y quebranta el espíritu de tal persona, debe dispararle una flecha, una flecha con barbada,[26] tal que no se pueda extraer de la herida: una flecha que se clave firmemente y cause que el pecador caiga como muerto a los pies de Dios (Lm. 3:12). Entonces el pecador entregará sus armas, se rendirá como conquistado en las manos de Dios, y suplicará el perdón del Señor, y no antes; quiero decir, no con corazón sincero.
Y ahora Dios ha vencido, y Su diestra y Su santo brazo le han dado la victoria. Ahora cabalga triunfante con Su cautivo en la rueda de Su carro. Ahora se gloría. Ahora suenan las campanas en el cielo. Ahora los ángeles gritan de alegría, sí, se les ordena que lo hagan. “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido” (Lc. 15:6). Ahora también el pecador, como muestra de su victoria, se postra a sus pies, diciendo: “Tus saetas agudas, con que caerán pueblos debajo de ti, penetrarán en el corazón de los enemigos del rey” (Sal. 45:5).
Ahora el pecador se somete; ahora sigue a su vencedor encadenado. Ahora busca la paz, y daría todo el mundo, si fuera suyo, por estar en el favor de Dios y tener la esperanza de ser salvo por Cristo. Ahora bien, esto debe ser agradable, esto no puede sino ser algo aceptable a los ojos de Dios: “Un corazón contrito y humillado, no despreciarás tú, oh, Dios” (Sal. 51:17). Porque es el deseo de Su propio corazón, la obra de Sus propias manos.
Tercera. Otra razón por la que un corazón contrito es algo tan excelente para Dios es esta: un corazón contrito valora a Cristo y lo estima mucho. Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos (Mr. 2:17). Este enfermo es el quebrantado de corazón del texto; pues Dios enferma a los hombres al herirlos, al quebrantarles el corazón (Mi. 6:13). Por lo tanto, la enfermedad y las heridas se combinan; pues una es un verdadero efecto de la otra (Os. 5:13). ¿Acaso alguien piensa que Dios se complacería cuando los hombres desprecian a su Hijo, diciendo: “no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos” (Is 53:2)? Y, sin embargo, eso dicen de Él, cuyos corazones Dios no ha ablandado. Sí, los mismos elegidos confiesan que, antes de que sus corazones fueran quebrantados, también lo menospreciaron. “Él es”, dicen, “Despreciado y desechado entre los hombres… y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Is 53:3).
Él es, sin duda, el gran libertador; pero ¿qué es un libertador para quienes nunca se vieron en esclavitud, como se dijo antes? Por eso se dice de quien liberó a la ciudad: “Nadie se acordó de aquel hombre pobre” (Ec. 9:15). Él sufrió y fue herido duramente por la transgresión de los hombres, para que no recibieran el dolor y el infierno que, por sus pecados, se habían ganado. Pero ¿qué es eso para quienes nunca vieron otra cosa que belleza, ni saborearon otra cosa que dulzura en el pecado? Es él quien, por su intercesión, sostiene las manos de Dios, y quien le hace abstenerse de exterminar al borracho, al mentiroso y al impuro, incluso cuando están en el acto mismo de su abominación; pero su corazón endurecido, su corazón atontado, no percibe tal bondad, y por lo tanto, la ignoran. ¡cuántas veces le ha dicho Dios a este viñador: “Corta la higuera estéril», mientras que él, por su intercesión, ha logrado un indulto por otro año (ver Lc. 13:6-9). Pero nadie se da cuenta de esto, ni le agradecen la bondad de Cristo. Por lo tanto, estos miserables ingratos, desagradecidos y desconsiderados deben ser una continua ofensa a la vista, por así decirlo, y una gran provocación para Dios; y, sin embargo, los hombres hacen lo mismo antes de que sus corazones se quebranten.
A Cristo, como dije, se le llama médico; sí, Él es el único médico del alma. Él sana, por muy grave que sea la enfermedad; sí, y sana a quien Él toma en sus manos para siempre —”Yo les doy vida eterna” (Jn. 10:28)—, y todo lo hace gratuitamente, por pura misericordia y compasión. Pero ¿qué significa todo esto para quien no ve su enfermedad, para quien no ve nada de una herida? ¿Qué es el mejor médico vivo, o todos los médicos del mundo juntos, para quien no conoce la enfermedad, que no es sensible a las dolencias? Los médicos, como se dijo, pueden mendigar por todos los que están sanos. Los médicos no son estimados salvo por los enfermos, o por la suposición de que lo estén ahora o en cualquier otro momento.
Pues esta es la razón por la que Cristo es tan poco considerado en el mundo. Dios no los ha enfermado al herirlos. Su espada no los ha herido; su dardo no ha atravesado su hígado. No han sido quebrantados por su martillo ni fundidos por su fuego. Por eso no respetan a su médico; por eso menosprecian toda la provisión que Dios ha hecho para la salvación del alma. Pero ahora, que tal alma sea herida; que el corazón de tal hombre sea quebrantado. Que un hombre así sea afligido por el dolor punzante de la culpa, y se vea obligado a humillarse en cenizas bajo el peso de sus pecados. Y entonces, ¿quién sino Cristo, como ya se ha revelado, será su médico? Entonces clamará: “¡Lávame, Señor! ¡Alivia mis heridas! ¡Vierte Tu vino y aceite sobre mi dolor!” Entonces dirá, “Señor Jesús, concédeme escuchar la voz de “gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido” (Sal. 51:8). Ahora nada es tan bienvenido como la sanidad; y así, nada, ningún hombre, es tan deseable ahora como Cristo. Su nombre para ellos es el mejor de los nombres. Su amor para ellos es el mejor de los amores. Él mismo es ahora no solo en sí mismo, sino también para tal alma, el más importante entre diez mil (Cnt. 5:10).
Como pan para el hambriento, como agua para el sediento, como luz para el ciego y libertad para el encarcelado; así, y mil veces más, es Jesucristo para los heridos y para los que tienen el corazón quebrantado. Ahora bien, como se dijo, esto debe ser excelente a los ojos de Dios, ya que Cristo Jesús es tan glorioso a Sus ojos. Despreciar lo que un hombre considera excelente es una ofensa para él; pero valorar, estimar o pensar muy bien de aquello que es estimado por mí, esto me agrada, tal opinión es excelente a mis ojos. ¿Qué dice Cristo? “Pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado” (Jn. 16:27). Quien tiene una alta estima por Cristo, el Padre tiene una alta estima por él. Por eso se dice: “El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre” (1 Jn. 2:23). El Padre será suyo y hará por él como un Padre, quien recibe y establece una honorable estima sobre su Hijo.
Pero nadie quiere ni puede hacer esto, excepto los quebrantados de corazón, porque ellos, y solo ellos, son conscientes de la falta y el valor de tener un interés en Él.
Me atrevo a apelar a todo el mundo en cuanto a la verdad de esto; y repito que estos, y solo estos, tienen corazones estimados ante los ojos de Dios. ¡Ay!, “el corazón del impío es como nada” (Pr. 10:20), porque está desprovisto de una preciosa estima por Cristo, y no puede sino estar desprovisto, porque no está herido, quebrantado y hecho sensible a la necesidad de misericordia por Él.
Cuarta. Un corazón quebrantado es de gran estima ante Dios, porque es un corazón agradecido por ese reconocimiento del pecado y de la gracia que ha recibido. El corazón quebrantado es un corazón sensible. Esto ya lo mencionamos. Es consciente de los peligros a los que conduce el pecado; sí, y tiene motivos para ser sensible a ellos, porque ha visto y sentido lo que es el pecado, tanto en la culpa como en el castigo que la ley le impone. Así como un corazón quebrantado es sensible al pecado, en su naturaleza maligna y sus consecuencias, también es sensible a la manera en que Dios libra el alma del día del juicio. Por consiguiente, debe ser un corazón agradecido. “El que me alaba, me glorifica”, dice Dios (Sal. 50:23); y Dios ama ser glorificado. La gloria de Dios es preciosa para Él; no la abandonará (Is. 42:8).
El quebrantado de corazón, digo yo, por ser un alma sensible[27], se deduce que es un alma agradecida. “Bendice, alma mía, a Jehová”, dijo David, “y bendiga todo mi ser su santo nombre” (Sal. 103:1). ¡Miren qué bendición de Dios hay aquí! Y, sin embargo, no contento con esto, continúa diciendo: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” (v. 2). Pero ¿qué ocurre? ¡Oh! Él ha perdonado “todas tus iniquidades” y sanado “todas tus dolencias”. Ha redimido “tu vida de la destrucción” y te ha coronado de misericordia y entrañable compasión (vv. 3-4). Pero ¿cómo llegó a ser afectado por esto? Pues, él sabía lo que era estar a la entrada del infierno por el pecado. Sí, él sabía lo que era que la muerte y el infierno lo acosaran y lo rodearan. Sí, se apoderaron de él, como hemos dicho, y lo estaban arrastrando hacia lo profundo. Esto lo vio hasta quebrantar su corazón. Vio también el camino de la vida y su alma fue aliviada con la fe y el sentido de eso, y eso lo hizo un hombre agradecido. Si a un hombre que tuvo una pierna rota se le hace entender que por la fractura evitó romperse el cuello, estará agradecido a Dios por una pierna rota. “Bueno me es”, dijo David, “haber sido humillado”. Por eso fui preservado de un gran peligro; porque antes de eso, “me descarriaba” (Sal. 119:67, 71).
¿Y quién puede agradecer una misericordia si no es consciente de que la desea, la tiene y la recibe por misericordia? Ahora bien, esto lo percibe el quebrantado de corazón, el hombre de espíritu contrito; y eso con respecto a las misericordias de la mejor clase, y por lo tanto debe ser un hombre agradecido, y así tener un corazón estimado ante Dios, porque es un corazón agradecido.
Quinta. Un corazón quebrantado es de gran estima, o algo excelente, a los ojos de Dios, porque es un corazón que ahora desea convertirse en receptáculo o morada para el espíritu y las gracias del Espíritu de Dios. Anteriormente era dominio del diablo y se conformaba con serlo. Pero ahora es para recibir, para ser poseído por el Espíritu Santo de Dios. “Crea en mí, oh, Dios, un corazón limpio”, dijo David, y renueva un espíritu recto dentro de mí… No quites de mí tu santo espíritu… Y espíritu noble me sustente” (Sal. 51:10-12). Ahora él abogaba por un corazón limpio y un espíritu recto. Ahora abogaba por la santificación del bendito Espíritu de gracia, algo que los incircuncisos de corazón resisten y desprecian (Hch. 7:51; He. 10:29).
Un corazón quebrantado, por lo tanto, concuerda con el corazón de Dios. Un espíritu contrito es un espíritu con Él. Dios, como les dije antes, anhela morar con los quebrantados de corazón, y estos desean la comunión con Él. Aquí hay un acuerdo, una unidad de mente. Ahora hay en ti el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús. Este debe ser un espíritu excelente. Esto debe ser mejor para Dios, y a sus ojos, que mil carneros o diez mil ríos de aceite. Pero ¿acaso el mundo carnal codicia este espíritu y sus benditas gracias? No, lo desprecian, como dije antes. Se burlan de él. Prefieren y toleran cualquier lujuria lamentable y sucia; y la razón es que faltan un corazón quebrantado, ese corazón que Dios estima tanto, y por falta de este permanecen en su enemistad con Dios.
Los quebrantados de corazón saben que la santificación del Espíritu es un buen medio para evitar esa recaída de la que un hombre no puede salir a menos que su corazón sea herido por segunda vez. Sin duda, David tenía el corazón quebrantado en su primera conversión, y si ese quebrantamiento hubiera permanecido, es decir, si no hubiera cedido de nuevo a la dureza de corazón, nunca habría caído en ese pecado del que no pudo recuperarse sino mediante el quebrantamiento de sus huesos por segunda vez. Por lo tanto, digo que un corazón quebrantado es de gran estima ante Dios; porque —y añadiré, mientras conserve su sensibilidad— no codicia nada más que a Dios y las cosas de su Espíritu Santo. El pecado es una abominación para él.
6. Ventajas de mantener un corazón sensible
Y aquí, como en un lugar apropiado, antes de continuar, les mostraré algunas de las ventajas que un cristiano obtiene al mantener su corazón sensible. Porque, así como tener un corazón quebrantado es algo excelente, mantener este corazón quebrantado sensible también es muy ventajoso.
Primera. Esta es la manera de mantener en tu alma siempre el temor de pecar contra Dios. Los cristianos no hacen la vista gorda ante el pecado ni ceden ante él hasta que sus corazones comienzan a perder la sensibilidad. Un corazón sensible se conmoverá ante el pecado ajeno, y mucho más temerá cometer el suyo (2 R. 22:19).
Segunda. Un corazón sensible se entrega rápidamente a la oración; sí, la impulsa, le infunde fuerza y pasión. Nunca retrocedemos en la oración hasta que nuestro corazón pierde su sensibilidad; aunque entonces se vuelve fría, plana y formal, y tan carnal hacia y en ese santo deber.
Tercera. Un corazón sensible siempre tiene el arrepentimiento a mano ante la menor falta, desliz o pensamiento pecaminoso del que sea culpable el alma. En muchas cosas, los mejores ofenden; pero si un cristiano pierde su sensibilidad, si dice que debe buscar el arrepentimiento, su corazón se endurece; ha perdido ese espíritu, ese amable espíritu de arrepentimiento que solía tener. Así sucedió con los corintios. Estaban decayendo y habían perdido su sensibilidad; por lo que en su pecado —sí, grandes pecados— permanecieron sin arrepentirse (2 Co. 12:20).
Cuarta. Un corazón sensible anhela recibir a menudo su comunión con Dios, mientras que el endurecido, aunque la semilla de la gracia reside en él, se contentará con comer, beber, dormir, despertar y pasar innumerables días sin Él (Is. 17:10; Jer. 2:32).
Quinta. Un corazón tierno es un corazón despierto y vigilante. Vela contra el pecado en el alma, en la familia, en el llamamiento, en los deberes y actos espirituales, etc. Vela contra Satanás, contra el mundo, contra la carne, etc. Pero ahora, cuando el corazón no es sensible, hay somnolencia, descuido, ociosidad, y el corazón, la familia y el llamamiento sufren por ser contaminados, manchados y desfigurados por el pecado; porque un corazón duro se aparta de Dios y se desvía en todas estas cosas.
Sexta. Un corazón tierno se negará a sí mismo, incluso en lo lícito, y se abstendrá incluso de hacer lo que pueda hacerse, porque algún judío, gentil, la iglesia de Dios o cualquier miembro de ella se ofenda o se debilite por ello. Mientras que el cristiano que no es sensible, que ha perdido su sensibilidad, está tan lejos de negarse a sí mismo en lo lícito, que incluso se aventura a entrometerse en cosas totalmente prohibidas, quienquiera que se sienta ofendido, afligido o debilitado por ello. Para un ejemplo de esto, basta con ir al hombre del texto, quien, siendo sensible, temblaba ante las cosas pequeñas; pero cuando su corazón se endureció, pudo tomar a Betsabé para satisfacer su lujuria y matar a su esposo para encubrir su maldad.
Séptima. Un corazón sensible —es decir, el corazón que se mantiene sensible— se preserva de muchos golpes, azotes y castigos paternales, porque rehúye las causas, que es el pecado, de la mano azotadora de Dios. “Limpio te mostrarás para con el limpio, y rígido serás para con el perverso” (2 S. 22:27; Sal. 18:25-27).
Muchas reprensiones y heridas innecesarias les ocurren a los santos de Dios debido a su comportamiento imprudente. Cuando digo innecesarias, quiero decir que no son necesarias, sino para rescatarnos de nuestras vanidades; pues no sentiríamos su dolor si no fuera por nuestras necedades. Por eso, al afligido se le llama necio, porque su necedad le acarrea aflicción. “Fueron afligidos los insensatos, a causa del camino de su rebelión y a causa de sus maldades”, dice David (Sal. 107:17). Y por eso, como se dijo antes, llama a su pecado su necedad. Y además, Dios “hablará paz a su pueblo y a sus santos; para que no se vuelvan a la locura” (Sal. 38:5; 85:8). “Si dejaren sus hijos mi ley… entonces castigaré con vara su rebelión, y con azotes sus iniquidades” (Sal. 89:30-32).
[Cómo mantener la sensibilidad del corazón].
Pregunta. Pero ¿qué debe hacer un cristiano, cuando Dios le ha quebrantado el corazón, para mantenerlo sensible?
Respuesta. De esto les hablaré brevemente. Y, primero, les daré varias advertencias; segundo, les daré varias instrucciones.
[Primero: Varias advertencias].
- Cuídate de no sofocar las convicciones que ahora te quebrantan el corazón, esforzándote por apartar de tu mente lo que las causó; más bien, nutre y atesora esas cosas con un profundo y sobrio recuerdo de ellas. Piensen, por lo tanto, así: ¿Qué fue lo que al principio hirió mi corazón? Y deja que siga así hasta que, por la gracia de Dios y la sangre redentora de Cristo, sea quitado.
- Evita las compañías vanas. Las compañías vanas han sofocado muchas convicciones, han matado muchos deseos y han hecho caer en el infierno a muchas almas que antes ansiaban el cielo. Una compañía que no beneficia al alma es perjudicial”. “El que anda con sabios, sabio será; mas el que se junta con necios será quebrantado” (Pr. 13:20).
- Cuídate de las conversaciones vanas, no las escuches ni te unas a ellas. “Vete de delante del hombre necio, porque en él no hallarás labios de ciencia” (Pr. 14:7). “Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres… [Y] los labios del necio… son lazos para su alma” (1 Co. 15:33; Pr. 18:7). Por lo tanto, ten cuidado con estas cosas.
- Guárdate de la más mínima inclinación al pecado, que no sea tolerada, no sea que el tolerarla abra camino a una mayor.[28] La mirada de David atrajo su corazón, y así, al alimentar su pensamiento, dio paso a la compañía de la mujer, al adulterio y al asesinato sangriento. Por tanto, mirad, hermanos, “para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (He. 3:12-13). Y recuerda que el que va a partir el bloque, primero introduce el extremo delgado de la cuña, y así, al clavarlo, realiza su obra.
- Cuídate de los malos ejemplos entre los piadosos. No aprendas de nadie a hacer lo que la Palabra de Dios prohíbe. A veces Satanás se vale de las malas acciones de un hombre bueno para corromper y endurecer el corazón de quienes vienen después. La mala conducta de Pedro casi corrompió a Bernabé, sí, y a muchos otros más. Por tanto, presta atención a los hombres, a los caminos de los buenos, y no midas tanto los suyos como los tuyos con otra regla que la santa Palabra de Dios (Gá. 2:11-13).
- Cuídate de la incredulidad o de los pensamientos ateos. No cuestiones la verdad ni la realidad de las cosas celestiales; pues sabe que la incredulidad es el peor de los males; y no puede ser sensible el corazón que la nutre o la deja crecer. “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo” (He. 3:12). Estas advertencias deben ser observadas con diligencia por todos aquellos que, cuando su corazón se vuelve sensible, deseen conservarlo así. Y ahora,
[Segundo] – a las Instrucciones.
- Procura un profundo conocimiento de Dios para mantenerlo vivo en tu corazón: el conocimiento de Su presencia que está en todas partes. “¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?” (Jer. 23:24). 1) El conocimiento de su ojo penetrante, que recorre la tierra de un lado a otro, observando en todo lugar al mal y al bien; que “sus ojos ven, y sus párpados examinan a los hijos de los hombres” (Pr.15:3; Sal. 11:4). 2) El conocimiento de Su poder, que es capaz de convertir y disolver el cielo y la tierra en polvo y ceniza; y que están en Su mano como un pergamino o vestidura (He. 1:11-12). 3) El conocimiento de Su justicia, que Sus reprensiones son como fuego consumidor (He. 12:19). 4) El conocimiento de Su fidelidad al cumplir las promesas a quienes les hacen, y de Sus amenazas a los impenitentes (Mt. 5:18; 24:35; Mr. 13:31).
- Esfuérzate por adquirir y mantener un profundo sentido del pecado en su naturaleza maligna y en sus efectos destructores del alma sobre tu corazón. Convéncete de que es el único enemigo de Dios, y que nadie odia ni es odiado por Dios a través de él. 1) Recuerda que convirtió a los ángeles en demonios, arrojándolos del cielo al infierno (2 P. 2:4). 2) [Recuerda] que es la cadena que los sujeta y los lleva al juicio (Jud. 1:6). 3) [Recuerda] que por eso Adán fue expulsado del Paraíso; por eso se ahogó el viejo mundo; por eso Sodoma y Gomorra fueron quemadas con fuego celestial; y por eso Cristo pagó su sangre para redimirte de la maldición que trajo sobre ti; y eso, en todo caso, te mantendrá fuera del cielo para siempre. 4) Considera los dolores del infierno. Cristo los usa como argumento para mantener el corazón sensible; sí, con ese fin repite y repite, y repite, tanto la naturaleza como la durabilidad de su llama ardiente, y de la carcoma del gusano inmortal que mora allí (Mr. 9:43-48).
- Considera la muerte, tanto en cuanto a la certeza de tu muerte como a la incertidumbre del momento. Debemos morir, “necesariamente debemos morir” (2 S. 14:14). Nuestros días están determinados: el número de nuestros meses está con Dios, aunque no con nosotros; y no podemos pasarlos, si los tuviéramos, daríamos mil mundos por hacerlo (Job 7:1; 14:1-5). Considera que debes morir solo una vez; me refiero a solo una vez en este mundo; porque si tú, cuando te vayas de aquí, no mueres bien, no podrás regresar y morir mejor. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He. 9:27).
- Considera también la certeza y lo terrible del Día del Juicio, cuando Cristo se sentará en Su gran trono blanco, cuando los muertos, al son de la trompeta de Dios, resucitarán; cuando los elementos, con el cielo y la tierra, estarán en una llama ardiente; cuando Cristo separe a los hombres, como un pastor separa las ovejas de los cabritos; cuando se abran los libros, se presenten los testigos y cada uno sea juzgado según sus obras; cuando las puertas del cielo se abran para los que serán salvos, y las fauces del infierno se abran para los que serán condenados (Hch. 5:30-31; 10:42; Mt. 25:31-32, 34, 41; Ap. 2:11; 1 Co. 15:51; Ap. 20:12, 15; 2 P. 3:7, 10, 12; Ro: 2:2, 15-16; Ap. 22:12).
- Considera que Cristo Jesús no empleó ningún medio para endurecer Su corazón e impedir que padeciera las penas necesarias para la redención de tu alma. No, aunque Él pudo haber endurecido Su corazón contra ti en el camino de la justicia y la rectitud, porque pecaste contra Él, más bien se despertó y se vistió de piedad, misericordia y compasión; sí, de tiernas misericordias, y Él lo hizo. En Su amor y en Su compasión nos salvó. Sus tiernas misericordias desde lo alto nos han visitado. Nos amó y se entregó por nosotros. Aprende, entonces, de Cristo, a ser tierno contigo mismo y a esforzarte por mantener tu corazón tierno para con Dios y para la salvación de tu alma. Pero para concluir:
7. Aplicaciones
Ahora, pues, apliquemos esta doctrina.
a. La alianza del pecado con el alma
[La primera aplicación proviene] de la verdad del asunto, a saber, que el hombre que verdaderamente se acerca a Dios ha tenido el corazón quebrantado; su corazón quebrantado para poder acercarse a Él. Y esto nos muestra cómo juzgar la alianza que existe entre el pecado y el alma, a saber, que es tan firme, tan fuerte, tan inviolable, que nada puede romperla, anularla o invalidarla, a menos que el corazón se quebrante por ella. Así fue con David; sí, su nueva alianza con él no pudo romperse hasta que su corazón se quebrantara.
Es asombroso considerar la influencia que el pecado tiene en el alma, el espíritu, la voluntad y los afectos de algunos hombres. Para ellos es mejor que el cielo, mejor que Dios, que el alma, sí, que la salvación; como es evidente, porque, aunque se les ofrece todo esto con esta condición, si tan solo abandonan sus pecados, preferirán permanecer en ellos, permanecer firmes y caer por ellos. ¿Qué dices tú, pecador? ¿No es esto cierto? ¿Cuántas veces se te ha ofrecido gratuitamente el cielo y la salvación? ¿Romperías tu alianza con este gran enemigo de Dios? De Dios, digo; si tan solo rompieras esta alianza con este gran enemigo de tu alma. Pero aún no podrías ser llevado a ello; no, ni por amenazas ni por promesas podrías ser llevado a ello.
Se dice de Acab que se vendió “para hacer lo malo ante los ojos de Jehová”; y en otro lugar, sí, “por vuestras iniquidades fuisteis vendidos” (1 R. 21:25; Is. 50:1). Pero ¿qué es esta iniquidad? Pues, una cosa de nada; no, peor que nada mil veces; pero como nada es como decimos, se le llama así, donde Dios dice de nuevo al pueblo: “De balde fuisteis vendidos” (Is. 52:3). Pero, digo, ¡qué asombroso es esto! Que una criatura racional no haga un mejor trato; que alguien tan sabio en todo lo terrenal sea tan necio en lo más importante. Y, sin embargo, es tan necio, y se lo dice a todo el que pasa por el camino, porque no romperá su vínculo con el pecado hasta que su corazón se quebrante por él. Los hombres aman las tinieblas más que la luz (ver J. 3:19). Sí, manifiestan que las aman, ya que una oferta tan grande no los convencerá de abandonarla.
b. Dios quebrante corazones para salvarlos
¿Es cierto que el hombre que verdaderamente se acerca a Dios para ello tiene el corazón quebrantado? Entonces esto nos muestra una razón por la que algunos hombres tienen el corazón quebrantado. ¿Acaso hay alguna razón por la que Dios quebranta el corazón de algunos hombres por el pecado? Es decir, ¿porque no quiere que mueran en él, sino que acudan a Dios para ser salvos? ¡Contemplen, pues, cómo Dios resolvió salvar las almas de algunos hombres! Él los tendrá, los salvará, les quebrantará el corazón, pero los salvará. Los matará para que vivan; los herirá para que los sane. Y, por nuestro discurso, parece que ahora no queda más remedio que este. Los medios justos, como decimos, no bastan. Las buenas palabras, un evangelio glorioso, las súplicas, los ruegos con sangre y lágrimas, no bastan. Los hombres están decididos a poner a Dios al máximo. Si Él los quiere, debe buscarlos, seguirlos, atraparlos, lisiarlos; sí, romperles los huesos, o de lo contrario no los salvará.
Algunos hombres creen que una invitación, un llamado externo, un discurso racional bastará; pero se equivocan mucho. Debe haber un poder, un poder sumamente grande y poderoso, que acompañe a la Palabra, o no obrará eficazmente para la salvación del alma. Sé que estas cosas bastan para dejar a los hombres sin excusa, pero no bastan para acercarlos a Dios. El pecado los tiene dominados; se han entregado a él. El poder del diablo los tiene dominados; son sus cautivos a su voluntad. Sí, y más que todo esto, su voluntad es una con el pecado y con el diablo, para quedar cautivos por él; y si Dios no da contrición, arrepentimiento ni un corazón quebrantado por el pecado, no habrá en el hombre ni siquiera una mente capaz de abandonar esta horrible conspiración y complot contra su alma (2 Ti. 2:24-25).
Por eso se dice que los hombres son atraídos a Su lado, que vienen o son traídos a Él (Is. 26:9; Jn. 6:44). Por lo tanto, Juan bien podría decir: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre” (1 Jn. 3:1). Aquí se invierten costos, dolores, trabajo y arrepentimiento; sí, un corazón dolido, herido, quebrantado y lleno de dolor y tristeza, para la salvación del alma.
c. Cómo debemos estimar un corazón quebrantado
Esto, entonces, puede enseñarnos qué estima debemos tener de un corazón quebrantado. Un corazón quebrantado es tal como Dios lo estima, sí, como Dios lo considera mejor que todo servicio externo. Un corazón quebrantado es aquel que está en orden a la salvación, para que puedas venir a Cristo para recibir vida. El mundo no sabe qué pensar ni qué decir a quien tiene el corazón quebrantado, y por eso lo desprecia, y considera a quien lo lleva en su seno un necio abatido, un miserable, un alma deshecha. Pero “un corazón contrito y humillado, no despreciarás tú, oh, Dios” (Sal. 51:17). Un corazón quebrantado atrae tu mirada, tu corazón. Lo escogiste como compañero, sí, le encomendaste a Tu Hijo que cuidara de él, y le prometiste Tu salvación, como ya se ha demostrado.
Pecador, ¿tienes un corazón quebrantado? ¿Te ha concedido Dios un espíritu contrito? Él te ha dado lo que a Él le agrada. Te ha dado un lugar donde guardar Su gracia. Te ha dado un corazón que puede desear de corazón Su salvación, un corazón conforme al suyo, es decir, que se ajusta a Su voluntad. Es cierto que ahora es doloroso, ahora es triste, ahora es penitente, ahora afligido. Ahora está quebrantado, ahora sangra, ahora solloza, ahora suspira, ahora se lamenta y clama a Dios. ¡Qué bien! Todo esto es porque Él quiere hacerte reír. Te ha entristecido en la tierra para que puedas regocijarte en el cielo. “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación… Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis” (Mt. 5:4; Lc. 6:21).
Pero, alma, ten por seguro que tienes este corazón quebrantado. No todos los corazones están quebrantados, ni todo corazón que parece tener una herida está verdaderamente quebrantado. Un hombre puede ser herido, pero no en el corazón. Un hombre puede tener otra herida, pero no un corazón quebrantado (Hch. 7:54; 1 S. 10:9). Sabemos que hay una diferencia entre una herida en la carne y una herida en el espíritu. Sí, el pecado de un hombre puede ser herido, y sin embargo, su corazón no está quebrantado. Así fue el de Faraón, así fue el de Saúl, así fue el de Acab; pero ninguno de ellos tuvo la misericordia de un corazón quebrantado. Por tanto, te digo, ten cuidado. Cada rasguño con un alfiler, cada pinchazo con una espina, es más, cada golpe que Dios da con Su Palabra al corazón de los pecadores, no los quebranta. Dios asestó a Acab un golpe tan fuerte que lo obligó a agacharse, ayunar, humillarse, ceñirse y acostarse con cilicio, lo cual era un gran logro para un rey, y a andar con humildad, y aun así, nunca se quebrantó (1 R. 21:27, 29). ¿Qué diré? Faraón y Saúl confesaron sus pecados, Judas se arrepintió de sus acciones, Esaú buscó la bendición, y lo hizo con lágrimas en los ojos, y sin embargo, ninguno de ellos tuvo un corazón quebrantado ni un espíritu verdaderamente contrito. Faraón, Saúl y Judas seguían siendo Faraón, Saúl y Judas. Esaú seguía siendo Esaú. No hubo un cambio misericordioso, ni una conversión completa a Dios, ni una sincera separación de sus pecados, ni una búsqueda sincera de refugio para aferrarse a la esperanza de gloria, aunque ciertamente habían sido tocados (Éx. 10:16; 1 S. 26:21; Mt. 27:3-4; He. 12:14-17).
La consideración de estas cosas nos llama a tener cuidado de no tomar por un espíritu quebrantado y contrito aquello que no pasará como tal en el día de la muerte y el juicio. Por lo tanto, alma que busca, permíteme aconsejarte para que no te engañes en cuanto a este asunto de tan gran importancia.
Primero. Regresa al principio de este libro y compárate con esas seis o siete señales de un corazón quebrantado y contrito que, según la Palabra de Dios, te he dado para ese fin; y trata tu alma con imparcialidad al respecto.
Segundo. O, lo cual puede y será de gran ayuda si eres sincero al respecto, es decir, dedicarte a la investigación de la Palabra, especialmente donde lees sobre la conversión de los hombres, y comprueba si tu conversión es similar, se asemeja o se parece a la de ellos. Pero en esto, ten cuidado de no compararte con aquellas buenas personas de cuya conversión no lees, o de cuyo quebrantamiento de corazón no se menciona en las Escrituras; pues no todos los que se registran en las Escrituras como santos tienen su conversión, en cuanto a la manera o naturaleza de la misma, registrada en las Escrituras.
Tercero. O bien, considera atentamente las verdaderas señales de arrepentimiento que se establecen en las Escrituras; porque ese es el verdadero efecto de un corazón quebrantado y de un espíritu herido. Y para esto, lee Mateo 3:5-6; Lucas 18:13; 19:8; Hechos 2:37-40; 16:29-30; 19:18-19; 2 Corintios 7:8-11.
Cuarto. De lo contrario, considera cómo Dios ha dicho que estarán en sus espíritus, aquellos a quienes Él se propone salvar. Y para esto, lee estas escrituras: 1) ”Irán con lloro, mas con misericordia los haré volver” (Jer. 31:9). 2) “En aquellos días y en aquel tiempo…, vendrán los hijos de Israel, ellos y los hijos de Judá juntamente; e irán andando y llorando, y buscarán a Jehová su Dios. Preguntarán por el camino de Sion, hacia donde volverán sus rostros, diciendo: Venid, y juntémonos a Jehová con pacto eterno que jamás se ponga en olvido” (Jer. 50:4-5). 3) “Y los que de vosotros escaparen se acordarán de mí entre las naciones en las cuales serán cautivos; porque yo me quebranté a causa de su corazón fornicario que se apartó de mí, y a causa de sus ojos que fornicaron tras sus ídolos; y se avergonzarán de sí mismos, a causa de los males que hicieron en todas sus abominaciones” (Ez. 6:9). 4) “Y los que escapen de ellos huirán y estarán sobre los montes como palomas de los valles, gimiendo todos, cada uno por su iniquidad” (Ez. 7:16). 5) “Y allí os acordaréis de vuestros caminos, y de todos vuestros hechos en que os contaminasteis; y os aborreceréis a vosotros mismos a causa de todos vuestros pecados que cometisteis” (Ez. 20:43). 6) “Y os acordaréis de vuestros malos caminos, y de vuestras obras que no fueron buenas; y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades y por vuestras abominaciones” (Ez, 36:31). 7) “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito” (Zac. 12:10).
Ahora bien, todos estos son los frutos del Espíritu de Dios y del corazón cuando este es quebrantado; por tanto, alma, tenlos en cuenta. Dado que estos son textos mediante los cuales Dios promete que quienes Él salve tendrán este corazón, este espíritu y estos santos efectos en ellos, reflexiona y examínate de nuevo si este es el estado y la condición de tu alma. Y para que puedas hacerlo plenamente, considera de nuevo y haz lo siguiente:
- Recuerda que aquí hay tal sentido del pecado y de su fastidio que hace que el hombre no solo lo aborrezca, sino que se aborrezca a sí mismo por ello. Vale la pena que lo recuerdes.
- Recuerda de nuevo que aquí no solo hay un aborrecimiento propio, sino una especie de triste lamento ante Dios, al considerar que el alma, por el pecado, ha afrentado, despreciado, menospreciado y puesto en nada tanto a Dios como a su santa Palabra.
- Recuerda también que aquí hay oraciones y lágrimas pidiendo misericordia, con el deseo de liberarse del pecado para siempre y estar firmemente unidos y unidos a Dios en corazón y alma.
- Recuerda también que este pueblo del que se habla aquí ha recorrido todo el camino de Satanás a Dios, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida, entre lágrimas y oraciones, entre llantos y súplicas. Irán llorando y buscando al Señor su Dios.
- Recuerda que estas personas, como extranjeros y peregrinos, no se avergüenzan de preguntar a quienes se encuentran el camino a Sion, o a la patria celestial; con ello confiesan su ignorancia, como les corresponde, y su deseo de conocer el camino a la vida; sí, con ello declaran que no hay nada en este mundo, bajo el sol, ni de este lado del cielo, que pueda satisfacer los anhelos, deseos y las ansias de un espíritu quebrantado y contrito. Lector, toma nota, considera estas cosas seriamente, y compara tu alma con ellas y con lo que encuentres aquí escrito para tu convicción e instrucción.
d. Ánimo para acercarse a Dios
Si un corazón quebrantado y un espíritu contrito son de tal estima ante Dios, esto debería animar a quienes los tienen a acercarse a Dios con ellos. Sé que el gran estímulo para que los hombres se acerquen a Dios es que existe un “mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Ti. 2:5). Esto, digo, es el gran estímulo, y en su lugar no hay otro; pero hay otros estímulos subordinados a este, y un espíritu quebrantado y contrito es uno de ellos: esto es evidente en varios pasajes de las Escrituras.
Por tanto, tú que puedes llevar contigo un corazón quebrantado y un espíritu afligido, cuando vayas a Dios, dile que tu corazón está herido, que tienes tristeza y que estás arrepentido de tus pecados; pero cuídate de mentir.[29] Confiésale también tus pecados y dile que están continuamente delante de ti. David argumentó sobre estas cosas cuando acudió a Dios en oración. Dice él, “Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira” (Sal. 38:1). Pero ¿por qué? Dice él, “Porque tus saetas cayeron sobre mí, sobre mí ha descendido tu mano. Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira; ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado. Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí. Hieden y supuran mis llagas, a causa de mi locura. Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día. Porque mis lomos están llenos de ardor, y nada hay sano en mi carne. Estoy debilitado y molido en gran manera; Gimo a causa de la conmoción de mi corazón. Señor, delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro no te es oculto. Mi corazón está acongojado, me ha dejado mi vigor, y aun la luz de mis ojos me falta ya. Mis amigos y mis compañeros se mantienen lejos de mi plaga, y mis cercanos se han alejado” (Sal. 38:1-11).
Estas son las palabras, suspiros, quejas, oraciones y argumentos de un corazón quebrantado que implora misericordia a Dios; y también lo son las siguientes: “Ten piedad de mí, oh, Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades, borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí” (Sal. 51:1-3).
Dios permite a las pobres criaturas que, sin mentir, pueden suplicar y argumentar con Él. “Mas a mí, afligido y miserable, tu salvación, oh, Dios, me ponga en alto” (Sal. 69:29). Por tanto, tú que tienes el corazón quebrantado, ten ánimo. Dios te manda tener ánimo. Di, pues, a tu alma: “¿Por qué te abates, alma mía?”, como suele suceder con los que tienen el corazón quebrantado. “¿Y por qué te turbas dentro de mí? Hubiera yo desmayado”, si no creyese que he de ver la bondad de Jehová; por lo tanto, “Esfuércese vuestro corazón, y esperad en Jehová” (Sal. 42:11; 43:5; 27:12-14).
Pero, por desgracia, los quebrantados de corazón están lejos de esto. Desfallecen. Se consideran entre los muertos. Creen que Dios ya no los recordará. Los pensamientos sobre la grandeza de Dios, su santidad, y sus propios pecados y vilezas ciertamente los consumirán. Sienten culpa y angustia en el alma. Se lamentan todo el día. Su boca está llena de grava y hiel, y se les obliga a beber sorbos de ajenjo y hiel; así que debe ser un verdadero artista en la fe quien pueda acercarse a Dios bajo su culpa y horror y alegar con fe que los sacrificios de Dios son un corazón quebrantado, como el suyo; y que Dios no despreciará un espíritu quebrantado y contrito.
e. Temor a un corazón quebrantado
Si un corazón quebrantado, si un espíritu quebrantado y contrito, es de tanta estima ante Dios, ¿por qué algunos, como ellos, temen tanto a un corazón quebrantado y rehúyen tanto a un espíritu contrito?
He observado que algunos hombres temen tanto a un corazón quebrantado, o a que sus pecados les rompan el corazón, como el perro al látigo. No pueden soportar[30] libros, sermones, predicadores ni conversaciones que tienden a hacer reflexionar, quebrantar y contristar a una persona por sus pecados. Por eso, se amontonan maestros, adquieren libros, aman la compañía y se deleitan en discursos que más bien endurecen que ablandan; desesperan en lugar de afligir su pecado. Dicen a tales sermones, libros y predicadores, como Amasías le dijo a Amós: “Vidente, vete, huye a tierra de Judá, y come allá tu pan, y profetiza allá; y no profetices más en Bet-el, porque es santuario del rey, y capital del reino” (Am. 7:12-13).
Pero ¿saben estas personas lo que hacen? Sí, piensan, pues que tales predicadores, tales libros, tales discursos tienden a volvernos melancólicos o locos. Nos impiden encontrar placer en nosotros mismos, en nuestras preocupaciones, en nuestras vidas. Pero, ¡oh necio,[31] déjame hablarte! ¿Es momento de encontrar placer y recrearte en algo antes de haberte lamentado y arrepentido de tus pecados? Ese regocijo que precede al arrepentimiento del pecado sin duda terminará en tristeza. Por eso, el sabio, considerando ambos aspectos, dice que el duelo debe ser primero. Hay “tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de endechar y tiempo de bailar” (Ec. 3:4). ¡Qué! ¡Un hombre inconverso, y reír! Si vieras a alguien cantando canciones alegres mientras cabalga de Holborn a Tyburn[32] para ser ahorcado por un delito, ¿no lo considerarías fuera de sí, o incluso peor? Y, sin embargo, así sucede con quien busca la alegría mientras es condenado por el Libro de Dios por sus transgresiones. ¡Hombre, hombre! Tienes motivos para lamentarte. Sí, debes lamentarte si alguna vez eres salvo. Por lo tanto, mi consejo es que, en lugar de rehuir, anheles tanto los libros, predicadores y discursos que tienden a hacer que una persona se dé cuenta del pecado y a quebrantar su corazón por él; y la razón es que nunca te preocuparás, como deberías, ni buscarás la salvación de tu propia alma, antes de tener un corazón quebrantado, un espíritu quebrantado y contrito. Por lo tanto, no temas a un corazón quebrantado; no te avergüences de un espíritu contrito. Es una de las mayores misericordias que Dios concede a un hombre o una mujer. Un corazón quebrantado al sentir la transgresión y verdaderamente contrito por ella es un precursor seguro de la salvación. Esto es evidente en las seis demostraciones que se establecieron para demostrar el punto en cuestión al principio.
Y para que despiertes en este asunto, déjame decirte, y lo comprobarás, debes tener el corazón quebrantado, quieras o no. Dios está resuelto a quebrantar todos los corazones por el pecado en algún momento. ¿Acaso se puede imaginar, siendo el pecado lo que es, y Dios lo que es —a saber, un vengador de la desobediencia—, que en algún momento u otro el hombre deba doler por el pecado? —doler, digo, ya sea para arrepentimiento o para condenación. El que no llora ahora, mientras la puerta de la misericordia está abierta, debe llorar por el pecado cuando la puerta de la misericordia esté cerrada.
¿Despreciarán los hombres a Dios, quebrantarán su ley, despreciarán sus amenazas, abusarán de su gracia, sí, cerrarán los ojos cuando Él dice: !Mirad”; y se taparán los oídos cuando Él dice: “Oíd”? ¿Y así escaparán? No, no, porque Él llamó, y ellos se negaron; Él extendió su mano, y ellos no la escucharon; por lo tanto, la calamidad vendrá sobre ellos, como sobre alguien que está de parto; Y clamarán en su destrucción, y entonces Dios se reirá de su destrucción y se burlará cuando les sobrevenga el temor. Entonces, dice él, clamarán (Pr. 1:24-28). A menudo he observado que esta amenaza se repite al menos siete veces en el Nuevo Testamento, diciendo: “Allí será llanto y crujir de dientes”; “habrá llanto y crujir de dientes” (Mt. 8:12; 13:42, 50; 22:13; 24:51; 25:30; Lc. 13:28). Allí. ¿Dónde? En el infierno, y ante el tribunal de Cristo, cuando Él venga a juzgar al mundo, y les cierre la puerta para impedirles la gloria a quienes aquí han despreciado la oferta de su gracia y pasado por alto el día de su paciencia. “Allí será el lloro y el crujir de dientes”. Llorarán y se lamentarán por esto.
Solo hay dos pasajes bíblicos que usaré más, y luego llegaré a una conclusión. Uno es el de Proverbios, donde Salomón aconseja a los jóvenes que se cuiden de las mujeres extrañas, es decir, las lujuriosas, ligeras y seductoras. Cuídense de ellas, dijo, no sea que “Gimas al final, cuando se consuma tu carne y tu cuerpo, y digas: ¡Cómo aborrecí el consejo, y mi corazón menospreció la reprensión; no oí la voz de los que me instruían, y a los que me enseñaban no incliné mi oído!” (Pr. 5:11-13).
La otra escritura es la de Isaías, donde dice: “Por cuanto llamé, y no respondisteis; hablé, y no oísteis, sino que hicisteis lo malo delante de mis ojos, y escogisteis lo que me desagrada. Por tanto, así dijo Jehová el Señor: He aquí que mis siervos comerán, y vosotros tendréis hambre; he aquí que mis siervos beberán, y vosotros tendréis sed; he aquí que mis siervos se alegrarán, y vosotros seréis avergonzados; He aquí que mis siervos cantarán por júbilo del corazón, y vosotros clamaréis por el dolor del corazón, y por el quebrantamiento de espíritu aullaréis” (Is. 65:12-14).
¡Cuántos “he aquí” hay en el texto! Y cada contemplación no es solo un llamado a la reflexión para los descuidados, sino una declaración del cielo de que así será al final con todos los pecadores impenitentes; es decir, cuando otros canten de alegría en el reino de los cielos, ellos se lamentarán en el infierno y aullarán por la aflicción de espíritu allí.
Por lo tanto, permítanme aconsejarles que no teman, sino que más bien anhelen un corazón quebrantado y valoren un espíritu contrito. Les digo: anhélenlo ahora, ahora que la bandera blanca está ondeando, ahora que el cetro dorado de la gracia se les ofrece. Es mejor llorar ahora [mientras] Dios se inclina a la misericordia y al perdón, que llorar cuando la puerta está completamente cerrada. Y tengan en cuenta que esta no es la primera vez que les doy este consejo.
f. Vanidad de corazones no quebrantados en la adoración
Por último, si un corazón quebrantado es algo de tan gran estima ante Dios como se ha dicho, y si un corazón que no ha sido quebrantado no puede cumplir correctamente sus deberes, esto demuestra la vanidad de la mente de quienes adoran a Dios con un corazón no quebrantado y sin un espíritu contrito, y también la invalidez de sus pretendidos servicios divinos. De hecho, siempre ha habido grandes grupos de tales profesantes en el mundo, pero con poco propósito, salvo para engañarse a sí mismos, burlarse de Dios y poner tropiezos en el camino de otros; pues un hombre cuyo corazón nunca ha sido verdaderamente quebrantado y cuyo espíritu nunca ha sido contrito, no puede profesar a Cristo con sinceridad ni amar su propia alma con sinceridad. Es decir, no puede hacer estas cosas con sinceridad ni buscar su propio bien de la manera correcta, pues necesita un fundamento para ello, a saber, un corazón quebrantado por el pecado y un espíritu contrito.
Aquello que hace a un hombre un buscador sincero, no fingido por el bien de su alma es la conciencia del pecado y un temor piadoso de ser alcanzado por el peligro al que este lo lleva. Esto lo hace contrito o arrepentido, y lo impulsa a buscar a Cristo el Salvador con consideraciones dolorosas y desgarradoras. Pero esto no puede suceder cuando faltan esta conciencia, este temor piadoso y esta santa contrición. Quienes profesan pueden hacer ruido, como el barril vacío, pero pruébenlos, y estarán llenos de aire, llenos de vacío, y eso es todo.
Estos profesantes no son sensibles al nombre de Dios ni al crédito del evangelio que profesan; ni pueden, pues carecen de lo que debería obligarlos a ello, que es un sentimiento de perdón, por el cual sus corazones quebrantados han sido reabastecidos, socorridos y llevados a esperar en Dios. Pablo dijo que el amor de Cristo lo constreñía. Pero ¿qué era Pablo sino un pecador contrito y de corazón quebrantado? (Hch. 9:3-6; 2 Co. 5:14). Cuando Dios le muestra a un hombre el pecado que ha cometido, el infierno que merece, el cielo que ha perdido; y, sin embargo, que Cristo, la gracia y el perdón pueden obtenerse; esto lo hará serio, esto lo derretirá, esto le quebrantará el corazón, esto le mostrará que hay más que aire, que un ruido, que un sonido vacío en la religión; y este es el hombre cuyo corazón, cuya vida, cuya conversación y todo estará dedicado a los asuntos de la salvación eterna de su preciosa e inmortal alma.
8. Objeciones respondidas
Objeción. Primera. Pero algunos podrían objetar que, al decir esto, parezco demasiado rígido y censurador; y, si no modero estas líneas con algo más suave después, desalentaré a muchas almas honestas.
Respuesta. Respondo: Ni una pizca.[33] Ninguna alma honesta en todo el mundo se ofenderá con mis palabras; porque nadie puede ser un alma honesta —me refiero a sus preocupaciones en el otro mundo— si no ha tenido un corazón quebrantado, un espíritu contrito. Diré esto, para que se me entienda correctamente, que no todos alcanzan el mismo grado de sufrimiento, ni permanecen allí tanto tiempo, como algunos de sus hermanos. Pero ir al cielo sin un corazón quebrantado, o ser perdonado de los pecados sin un espíritu contrito, no es mi creencia. No hablamos ahora de lo secreto. Las cosas reveladas nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos (Dt. 29:29); ni debemos aventurarnos a ir más allá en nuestra fe. ¿Acaso no dice Cristo: “Los sanos no tienen necesidad de médico” (ver Lc. 5:31)? Es decir, no ven ninguna necesidad, pero Cristo les hará ver su necesidad antes de ministrarles su gracia soberana; y con razón, de lo contrario, recibirá muy poco agradecimiento por su bondad.
Objeción. Segunda. Pero hay quienes se han educado piadosamente desde la infancia, y de tal manera se empapan de los principios del cristianismo sin saber cómo.
Respuesta. Considero que una cosa es recibir la fe de Cristo solo de los hombres, y otra es recibirla de Dios por medio de ellos. Si eres enseñado por un ángel, pero si no eres enseñado por Dios, nunca vendrás a Cristo; no digo que nunca lo profesarás. Pero si Dios habla, y lo oyes y lo entiendes, esa voz obrará en ti una obra como nunca antes. La voz de Dios es una voz en sí misma y se distingue por quienes son enseñados por ella (Jn. 6:44-45; Sal. 29; Hab. 3:12-16; Ef. 4:20-21; 1 P. 2:2-3).
Objeción. Tercera. Pero algunos hombres no son tan depravados ni profanos como otros, y por lo tanto no necesitan ser tan castigados ni heridos como otros.
Respuesta. Dios sabe mejor lo que necesitamos. Pablo era tan justo antes de su conversión como cualquiera que pueda pretender civilidad ahora, supongo; y, sin embargo, su conversión lo hizo temblar y se asombró de sí mismo. Y en verdad creo que cuanto más justo es uno a sus propios ojos antes de la conversión, más necesidad tiene de una obra que quebrante su corazón para salvación; porque un hombre no se convence por naturaleza tan fácilmente de que su justicia es abominable para Dios, como de que su libertinaje y profanidad lo son.
La bondad de un hombre es lo que más lo ciega, lo que más aprecia y de lo que difícilmente se separa; y por lo tanto, cuando alguien así es convertido, que cree tener suficiente bondad propia como para recomendarlo total o parcialmente a Dios, pero pocos se convierten, se requiere un gran trabajo quebrantador en su corazón para que llegue a la conclusión de Pablo: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera” (Ro. 3:9). Digo, antes de que pueda ser llevado a ver que sus gloriosas vestiduras son trapos de inmundicia, y sus bienes, pérdida y estiércol (Is. 64; Fil. 3).
Esto también se deduce de estas palabras: “Los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de los cielos” que los fariseos (Mt 21:31). ¿Por qué antes que ellos? Sino porque están en una mejor posición para la Palabra, se convencen más fácilmente de su necesidad de Cristo, y así son llevados a Él sin, por así decirlo, todo el esfuerzo que el Espíritu Santo hace para llevarlo a Él.
Es cierto que nada es duro ni difícil para Dios. Pero hablo a la manera de los hombres. Y quien quiera reprender a un hombre depravado en esta vida y a uno que no lo es, verá, si se esfuerza por convencerlos a ambos de que están en un estado de condenación por naturaleza, que el fariseo apelará a Dios con un gran “Dios, te doy gracias”; mientras el publicano inclina la cabeza, tiembla en su corazón y se golpea el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lc. 18:11-13).
Por lo tanto, un fariseo no es más que un Satanás disfrazado, o un diablo con ropas elegantes? ¿Pero se cree así? ¡No, no! Les dice a los demás: “Retrocedan, no se acerquen a mí, soy más santo que ustedes”. Es casi imposible que un fariseo se salve. Pero Aquel puede pasar un camello por el ojo de una aguja puede hacer que incluso él vea su condición perdida y que necesita la justicia de Dios, que es por la fe en Jesucristo. Puede hacerle ver, repito, que su propia bondad le impedía alcanzar el reino de los cielos más de lo que era consciente; y puede hacerle sentir también que su inclinación a ella es una iniquidad tan grande como cualquier inmoralidad humana. En resumen, los hombres convertidos a Dios por Cristo mediante la Palabra y el Espíritu —pues todo esto debe contribuir a una conversión efectiva— deben tener el corazón quebrantado y el espíritu contrito. Digo que así debe ser, por las razones expuestas anteriormente. Sí, y todos los cristianos decaídos, apostatas y descarriados deben, para su recuperación ante Dios, tener el corazón quebrantado, el alma herida, el espíritu contrito y arrepentido de sus pecados.
¡Venid, venid! La conversión a Dios no es tan fácil ni tan sencilla como algunos quieren hacer creer. ¿Por qué se compara el corazón del hombre con un barbecho, la Palabra de Dios con un arado y sus ministros con labradores, si el corazón en realidad no necesita quebrantarse para recibir la semilla de Dios para vida eterna (Jer. 4:3; Lc. 9:62; 1 Co. 9:10)? ¿Quién no sabe que el barbecho debe ser bien arado, antes de que el labrador se aventure a sembrar; sí, y después, a menudo, bien rastrillado, o de lo contrario, solo tendrá una cosecha escasa?
¿Por qué se compara la conversión del alma con el injerto de un árbol, si este se hace sin cortarlo? La Palabra es el injerto, el alma es el árbol, y la Palabra, como el vástago, debe ser injertada mediante una herida; pues pegarse por fuera o estar atada con una cuerda no servirá de nada. El corazón debe estar unido al corazón, y espalda con espalda, o el pretendido injerto no dará frutos (Ro. 11:17, 24; Stg. 1:21).
Digo, el corazón debe estar unido al corazón, y espalda con espalda, o la savia no llegará de la raíz a la rama; y digo que esto debe hacerse mediante una herida. El Señor abrió el corazón de Lidia, como un hombre abre el tronco para injertar los vástagos, y así la Palabra entró en su alma, y así la Palabra y su corazón se cimentaron y se hicieron uno (Hch. 16:14).
¿Por qué Cristo mismo ciñe su espada sobre su muslo? ¿Y por qué debe afilar sus flechas, y todo eso, para que el corazón, con esta espada y estas flechas, sea herido y hecho sangrar? Sí, ¿por qué se le ordena que así sea, si el pueblo se inclinaría y caería bondadosamente bajo él, e imploraría de corazón su gracia sin ella? (Sal. 45; 55:3-4). ¡Ay!, los hombres son demasiado altivos, demasiado orgullosos, demasiado salvajes, demasiado diabólicamente resueltos a su propia destrucción. En sus ocasiones, son como asnos salvajes en las montañas agrestes. Nada puede quebrantarlos de sus propósitos ni impedirles arruinar sus propias almas preciosas e inmortales, excepto el quebrantamiento de sus corazones.
¿Por qué se pone un corazón quebrantado en lugar de todos los sacrificios que podemos ofrecer a Dios, y un espíritu contrito en lugar de todas las ofrendas, como lo son, y puedes verlo así si comparas el texto con el versículo anterior? Digo, ¿por qué se considera mejor que todo, si se juntaran, si alguna parte, o si todas las partes externas de la adoración, juntas, pudieran hacer del hombre una nueva criatura sana y recta sin ella? Dios no despreciará un corazón quebrantado ni un espíritu contrito; pero a ti y a todo tu servicio ciertamente te despreciará y rechazará si, al acercarte a Él, falta un corazón quebrantado. Por lo tanto, este es el punto: ven quebrantado, ven contrito, ven consciente y arrepentido de tus pecados, o tu acercamiento no se considerará una venida correcta a Dios; y si es así, no obtendrás ningún beneficio de ello. f
[1] un momento – un instante.
[2] Esto se describe de manera hermosa e impresionante en El Progreso del Peregrino, cuando los amargos sentimientos de un pobre Cristiano convicto de pecado alarman a su familia y lo ponen completamente “fuera de orden”. —Ed.
[3] cohabitar – residir, morar.
[4] apto para deleitarse – capaz de disfrutar o apreciar.
[5] Esta cita es de la versión ginebrina o puritana de la Biblia.—Ed.
[6] “Pez sano” es un término muy impactante y expresivo, que ilustra muy bien los sentimientos y la postura de David cuando fue abordado por el profeta. La palabra “sano” proviene del sajón, lengua abundante en Bedford, el condado natal de Bunyan, introducido por primera vez por una antigua colonia de sajones que se habían establecido allí. Significa sano, vigoroso, libre de enfermedades, como un pez feliz en su entorno natural: “Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos” (Lc. 5:31). David no sentía remordimientos de conciencia por su crueldad y enorme culpa. Era como un “pez sano”, disfrutando plenamente de todas las bendiciones providenciales; mientras que, espiritualmente, estaba muerto en pecado. Dios lo amó y se compadeció de él, y envió a un astuto pescador. El profeta Natán lanzó el anzuelo, que David agarró con entusiasmo. El anzuelo le clavó la conciencia, y quedó como un pez herido, casi muerto. —Ed.
[7]Las palabras de Tyndale son: “El sacrificio de Dios es un espíritu atribulado, un corazón quebrantado y contrito; oh Dios, no lo despreciarás”. La misma palabra hebrea aparece en el original, tanto para el espíritu como para el corazón. Bunyan tiene toda la razón al preferir nuestra Versión autorizada de este versículo. Coverdale, Tyndale, Taverner y Cranmer coinciden. El ginebrino usa “un espíritu contrito” y el obispo “un espíritu mortificado”. —Ed.
[8] no solía – usado; acostumbrado.
[9] sensible – moralmente sensible; capaz de ser afectado por el bien o el mal moral.
[10] conducir el alma – frenar su curso.
[11] Nadie podría hablar con más sentimiento sobre este tema que nuestro autor. Había estado en aguas profundas, con un miedo desgarrador, mientras su corazón, duro por naturaleza, estaba bajo el martilleo de la Palabra: “Mi alma era como un vaso roto. ¡Oh, las imaginaciones, los miedos, los temores y los terrores impensados que se ven afectados por una aplicación completa de la culpa, cedieron a la desesperación!” Como el hombre que tenía su morada entre los sepulcros. —Gracia Abundante, No. 186; Vol. I, pág. 29.
[12] pravidad – perversión moral; corrupción.
[13] lascivia – complacencia de la lujuria; libertinaje.
[14] El cristiano, si piensa en poseer impulsos, une a estos pensamientos su incapacidad para llevarlos a cabo. “Queriendo hacer el bien, el mal está en mí” (Ro. 7:21). Qué diferente es esto de la ignorancia farisaica, tan vívidamente representada en El Progreso del Peregrino:
“Ignorancia – Siempre estoy lleno de buenos impulsos que me vienen a la mente para consolarme mientras camino.
Cristiano – ¿Qué buenos impulsos? Dínoslo, por favor.
Ignorancia – Pues pienso en Dios y el cielo. Cristiano – ¡Lo mismo hacen los demonios y las almas condenadas!”
Todo ese diálogo profundamente interesante ilustra la dificultad del autoconocimiento, que solo se puede adquirir mediante la enseñanza del Espíritu Santo. —Ver Bunyan, Works, vol. 3, pág. 156.
[15] quebrantarlo todo – una expresión obsoleta para “quebrar por completo”. —Ed.
[16] sermonear – burlarse; atormentar; comportarse como un acosador.
[17] cortejar – suplicar; solicitar.
[18] Esto concuerda plenamente con la experiencia del autor, publicada veintidós años antes bajo el título de Grace Abounding to the Chief of Sinners: “Era más repugnante a mis propios ojos que un sapo, y creía serlo también a los ojos de Dios. El pecado y la corrupción, decía, brotaban de mi corazón con la misma naturalidad que el agua de una fuente. Pensaba que nadie, salvo el mismo diablo, podría igualarme en maldad interior y corrupción mental”. Una señal inequívoca de que Dios, como su Padre celestial, iluminaba su memoria mediante el Espíritu Santo. —Ed.
[19] Este relato de la entrevista del autor con una mujer piadosa y humilde es un episodio agradable, que alivia la mente sin distraerla del serio objetivo del tratado. Probablemente fue un evento ocurrido en una de esas visitas pastorales que Bunyan solía hacer, y que, si se hacen con sabiduría, tanto le granjean el cariño de un ministro a la gente a su cargo. “Cristo y un mendrugo” es el dicho común para expresar el sentimiento de que Cristo es todo en todos. El cántaro se refiere a la costumbre de los peregrinos de llevar en su cinto un recipiente para contener agua, cuyo bastón tenía un cayado para extraerla de un pozo o río. —Ed.
[20] Por duros y hasta severos que parezcan estos términos, están plenamente justificados; y a pesar de toda su gran habilidad y renombre, el autor tiene la gracia de la humildad de reconocer que, por naturaleza y práctica, había sido el mayor de los tontos. —Ed.
[21] incompetente – irrazonable; obstinado.
[22] se aferran – dudan.
[23] El hombre debe ser quemado, expulsando de la fortaleza en la que confió. “Salvos; pero así como por fuego… os bautizo con el Espíritu Santo y con fuego… ¿No es mi palabra como fuego?” (1Co. 3:15; Mt. 3:11; Jer. 23:9). Lector, la obra de regeneración y purificación es dura; que cada uno se pregunte: ¿Ha quemado este fuego mi madera, mi heno, mi hojarasca? —Ed.
[24] natilla – leche cuajada con vino u otro licor.
[25] emplasto – una aplicación medicinal más firme que un ungüento.
[26] barbada – con puntas como barba.
[27] sensible – moralmente sensible.
[28] “El pecado, al principio, como un mendigo, anhelará un penique o medio penique; y si le concedes su primera petición, aspirará de peniques a libras, y así ascenderá aún más alto, ¡hasta el alma entera!” —Precaución de Bunyan contra el pecado. —Ed.
[29] Esto es actuar con fidelidad. ¡Cuántos millones de mentiras se le dicen al Dios que todo lo ve, con descarada osadía, cada Día del Señor! Cuando despreocupados e indiferentes, o los santos de Dios, felices, dichosísimos en el gozo del amor divino, son llevados a decir: “Ten piedad de nosotros, miserables pecadores. Cuídate de mentir al acercarte al Dios que escudriña el corazón, quien conoce nuestros pensamientos más íntimos, ya sea en el culto público, en el altar familiar o en la comunión privada con el Cielo. Cuídate de pronunciar palabras solemnes, a menos que salgan del corazón. —Ed.
[30] soportar – acabar con, tolerar.
[31] en rama – término usado en teñido, cuando la materia prima se tiñe antes de ser hilada o tejida; el color absorbe cada grano y se vuelve indeleble. Lo mismo ocurre con el pecado y la necedad: penetran cada parte de la naturaleza humana. —Ed.
[32] Estas espantosas exhibiciones, que llevaban a un criminal de Newgate a Tyburn para ser ejecutado, fueron comunes hasta el reinado de Jorge III, cuando se ejecutó a tal número de personas que se consideró más conveniente que la masacre se llevara a cabo en Newgate, junto a una nueva caída, ¡donde veinte o treinta podían ser ahorcados a la vez! ¿Cuándo cesarán estas exhibiciones brutales? —Ed.
[33] pizca – un poco.
Derechos:
El texto de este folleto se extrajo de la edición de 1855 de George Offor de Bunyan’s Works, vol. 1. Las notas al pie marcadas con “—Ed.” fueron agregadas por George Offor. Chapel Library agregó otras notas al pie, principalmente para definir palabras o frases arcaicas.
Traducido y editado por Lisbeth Subillaga.
© Derechos reservados 2025 Chapel Library: anotaciones. El texto original es de dominio público. Las citas bíblicas son de la versión Reina Valera 1960. Impreso en los EE. UU. Chapel Library no necesariamente está de acuerdo con todas las posiciones doctrinales de los autores que publica. Se concede expresamente permiso para reproducir este material por cualquier medio, siempre que
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